Un libro verdaderamente necesario, por Fernando Rodríguez
Lo que le debe la fotografía venezolana a María Teresa Boulton es impagable. Ella lo cobra además con la mayor modestia. Pero es mucho, muchísimo. Desde la primera galería específicamente fotográfica en el país, La fototeca, en los setenta. Que fue, además, bastante más que una galería: ante todo, la manera de mostrar que ya había un grupo consolidado de jóvenes fotógrafos y no esas aves solitarias que habían sido sus predecesores, a veces muy destacados. Un grupo con una estética, suerte de realismo social crítico.
Y había coloquios y libros y exposiciones de grandes maestros mundiales que solía contactar y la voluntad de imponer un arte hasta entonces menospreciado y sin lugar preciso en nuestras artes plásticas. Y si hoy ese lugar es un hecho, hasta el punto de que no sólo se ha impuesto sino que incluso invade impúdicamente el resto de las artes plásticas, esos modestos y tenaces orígenes fueron el inicio.
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Pero siguió siendo una promotora de las más diversas maneras de ese registro esencial de la contemporaneidad. Por ejemplo, como Directora del Departamento de Fotografía del Conac donde tuvo dos iniciativas cruciales: la constitución, junto a Virginia Betancourt, del Centro Nacional de Fotografía, primera sede nacional del oficio, y la estupenda revista Extracámara que le abrió otras vías de expansión al arte fotográfico en todas sus formas y maneras. O la publicación de una extensa y documentada historia del arte fotográfico en el país, de su autoría, que habría que actualizar pero que es imprescindible para visitar sus primeras décadas. Y en general su incesante labor de promotora, profesora, ensayista que sería muy largo pormenorizar.
La problemática del indigenismo en Venezuela siempre ha sido compleja y aquí no vamos a desarrollarlo. Siendo de una expresividad limitada, si pensamos en otras de América latina, y su población relativamente reducida no ha ocupado un lugar adecuado en el país. A veces utilizada torpemente por la concepción autoctonista y xenófoba (como la actual), o menospreciada por cierto universalismo vacuo.
Ahora que somos mayorcitos ya deberíamos saber que esa cultura también forma parte de la tradición y el ser nacional. Y que su sensata recuperación es una imperativa tarea que no es nueva, por supuesto, pero que hay que impulsar y sostener.
Como lo es la defensa de esos sectores que debemos incorporar a la modernidad y una vida digna, manteniendo su memoria y sus raíces.
Este imprevisto inciso es porque el último libro de María Teresa, Los originarios contemporáneos. Una mirada fotográfica. Colección C y F, Caracas, 2019, es un antología muy amplia de fotografías de los indígenas venezolanos, desde fines del XIX hasta nuestros fotógrafos actuales, incluso de vanguardia. Todo ello acompañados de pertinentes textos generales de Ariel Jiménez y la seleccionadora y “curadora” del libro y un conjunto de entrevistas a los autores o estudiosos de ese tema fotográfico. Es por tanto un libro, el primero, con un destino necesario y de muy larga duración para entender ese escorzo del alma nacional.
La fotografía es un testimonio imprescindible de cualquier vida societaria y, por su naturaleza misma -MTB nos lo recuerda- pasible de muchas lecturas. Y en estas páginas se esbozan algunas que habrá que desarrollar. Bien sea el carácter despectivo de ciertas miradas racistas, que colocaban al indio casi en los límites de la zoología, la imagen de documentación antropológica, la que se centra en la transculturización, la mirada cuasi mística que sugiere un paraíso perdido en esos seres tan cerca de la vida natural, al menos la amorosa empatía por esas minorías tan cercanas y tan distantes.
En fin un útil de trabajo indispensable para muchos y distintos que utilizan o disfrutan la fotografía. Una manera de afianzar la auténtica venezolanidad en hora de demagogos, delincuentes y falsos patriotas que mucho han utilizado simbólicamente a nuestros primeros moradores y que tanto han desestimado y atropellado en la realidad.
Gracias, amiga.