Un llamado a la iglesia, por Beltrán Vallejo
Estamos en tiempos de la mayor oscuridad jamás sufrida por el pueblo venezolano. La opresión económica, social, política y moral campea por todo el territorio. Cunde la desesperanza y la frustración. La élite en el poder, a mansalva, ha impuesto su dictadura, acompañada de los más grandes desaciertos económicos jamás visto.
En medio del infierno cotidiano que vive el venezolano, también impera el desamparo de un liderazgo político opositor que se ha esfumado, carcomido por sus errores, por su incapacidad, por su cobardía o por su traición. ¡El pueblo está huérfano, mano! Desde estas angustias, quizás coincidiendo con un clamor ahogado en una multitud de gargantas, le pido al liderazgo eclesiástico que recoja las banderas del Cardenal Silva Henríquez, el que enfrentó a Pinochet, en Chile, y las de Monseñor Romero, el que no le tembló la voz ante los milicos en El Salvador. Es urgente que la iglesia de Cristo, y hasta las demás, se le paren firme a la tiranía; ¡no hay otra!
¡Ya está bueno de tanto silencio! Desde el año pasado, el liderazgo opositor a Maduro quedó en derrota y en desbandada; quedó fragmentado, incoherente, sin personalidad, sin seriedad; sólo queda un archipiélago insulso y bostezante, que ya aburre por tantos desaciertos. Ahora aparecen falsos profetas y trapecistas del oportunismo político; aparecen asaltantes de camino y negociadores apantuflados y bebe whisky, que se hacen pasar por liderazgo opositor. Qué bien lo ha hecho Maduro y su combo en eso de dividir a la oposición gracias a sus intrigas y maquinaciones; pero también su dureza y diabólica firmeza acabaron con sus contendores. Hoy sólo queda el enanismo político que le lanza una que otra piedrita a Maduro, o lame su suela.
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El país no merece tanta cobardía ante el ladrido de la jauría dictatorial en Miraflores. Tiene que existir alguien que asuma el reto de convertirse en pastor de ovejas para defenderlas de las amenaza de los lobos; ese es el rol de ustedes, de ustedes como líderes eclesiásticos en cada púlpito, en cada parroquia, en cada templo, en cada barrio, en cada escuela, en cada sindicato, en cada playa, en cada campo, en cada cuartel, en cada universidad; solo quedan ustedes, soldados de la fe, para que asuman el reto de convertirse en la voz de los que no tienen voz.
Yo no soy creyente de ninguna iglesia, pero no me amena exhórtalos a que la fuerza moral que todavía tienen la usen para defender a este pueblo, para organizarlo, para estimular la lucha social y política, para construir una trinchera en defensa de los derechos del pueblo y resistir los embates del totalitarismo del siglo XXI.
Como hace falta baluartes de dignidad y de lucha, semejante a aquel de la Vicaría de la Solidaridad, el organismo que desarrolló el Cardenal Henríquez para ayudar a los perseguidos y para proteger al pueblo obrero de la represión inclemente de aquel tirano sanguinario llamado Pinochet. Como hace falta que las voces de un sacerdotado valiente concientice en cada púlpito y motive a la ciudadanía, para que no desfallezca, para que se moralice, para que no sólo huya hacia las fronteras, para que se solidarice con el prójimo, para que le tienda la mano al enfermo, para que no desampare a los niños.
Es la iglesia, llámese la católica, la evangélica, la islámica, la judía y demás instituciones de la espiritualidad, la que le toca un rezo y una pelea vitales para que esta Venezuela no termine en un campo de concentración.
Nunca me he arrodillado, pero hoy me toca hacerlo.