¿Un orden internacional de poderosos?, por Félix Arellano
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En la reciente visita del presidente de China Xi Jinping a Moscú (20-22/03/2023), el presidente Vladimir Putin despidió al poderoso visitante, afirmando, entre otras: «Se están produciendo cambios que no ocurrían en 100 años». Certera afirmación, pues todo indica que las dos potencias autoritarias están trabajando arduamente para retroceder unos siglos y llevar el mundo a un orden internacional impuesto por los más poderosos, experiencia que se ha vivido, con negativas consecuencias para la humanidad. Sorprende además que existan países en desarrollo que apoyen tal estrategia, en la que solo representan fichas del juego de las potencias.
La estrategia internacional que promueven China y Rusia está encubierta en falsas y manipuladoras narrativas, que otros gobiernos radicales tienden a repetir mecánicamente, pues seguramente deben estar evaluando los beneficios que puede obtener para perpetuarse en el poder. Entre los aspectos fundamentales de tal manipulación destaca: la promoción de «nuevo orden mundial caracterizado por una dinámica multipolar y democrática, resguardando los derechos colectivos y la soberanía de cada país miembro».
La reiterada multipolaridad, que podría ser beneficiosa y conveniente, se presenta como un elemento clave del falso discurso, pues en el fondo los gobiernos autoritarios aspiran acabar con Occidente, los valores liberales y el liderazgo de los Estados Unidos. La estrategia privilegia eliminar cualquier posibilidad de control, supervisión y sanción por parte de las organizaciones internacionales; es decir, excluir el llamado orden internacional liberal 2.0. Consiguientemente, prescindir del carácter universal y vinculante del sistema de los derechos humanos.
Otro de los elementos impactantes del proyecto autoritario, tiene que ver con la promoción de una teoría de «derechos colectivos», en detrimento de los derechos humanos, que califican de individualistas. Por otra parte, se ataca la institucionalidad democrática, fundamentada en la pluralidad y la diversidad, que sustituyen por una supuesta «democracia de partido único», de allí las farsas electorales en Cuba, Rusia o Nicaragua.
Asumir la soberanía como un concepto rígido, definitivo y determinante constituye otra variable fundamental del proyecto, tema que goza de un importante respaldo desde distintas perspectivas. Conviene recordar que la concepción rígida de la soberanía ha fundamentado, entre otros, el America first del expresidente Donald Trump, el Brexit en el Reino Unido, el autoritarismo del dúo Ortega-Murillo en Nicaragua, el expansionismo terrófago de Vladimir Putin en Rusia.
Es importante observar que tanto los efectos perversos de la pandemia del covid-19, como las crecientes consecuencias de la invasión a Ucrania, han estimulado en muchos países el nacionalismo, el proteccionismo, el militarismo y la xenofobia; todos elementos constitutivos de la visión rígida de la soberanía.
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Adicionalmente, conviene destacar que el autoritarismo está avanzando de manera vertiginosa en los últimos años; al respecto, el Informe sobre el estado de la democracia en el mundo 2023, presentado recientemente por el Instituto V-Dem (Variedades Democráticas) de la Universidad de Gotemburgo de Suecia, entre otros, resalta que: «Hay 90 democracias y 89 autocracias en el mundo. Por primera vez en 20 años hay más autocracias cerradas que democracias liberales. En los últimos 30 años, las democracias han duplicado su dependencia económica de las autocracias. En 2022 se registró un número récord de 42 países autocratizadores».
En el contexto del autoritarismo, la soberanía absoluta desplaza los valores libertarios, la institucionalidad democrática y los derechos humanos; y sirve la mesa para un orden internacional donde los poderosos imponen las reglas de juego.
Por otra parte, que la ocupación militar genere derechos, vulnerando el derecho internacional, constituye otro elemento decisivo del proyecto autoritario. Para Rusia, cualquier acuerdo de paz en la invasión a Ucrania, exige del reconocimiento definitivo de sus anexiones de Crimea y el Donbas. Incluso mantiene la guerra tratando de anexarse todo el territorio de Ucrania; y ya ha lanzado amenazas a otros países vecinos como Moldavia.
Para China, que se califica de «neutral» frente a la invasión de Ucrania, la tesis de «la ocupación generando derechos» resulta fundamental, pues entre los beneficios que le reporta esta guerra, además de lograr un mayor control sobre una Rusia debilitada, está el precedente que puede generar ante sus aspiraciones de anexión de Taiwán.
La propuesta sino-rusa del orden internacional autoritario retoma la tesis de las «zonas de influencia», elemento estratégico de otros esquemas del pasado, donde las potencias hegemónicas controlaban territorios como parte de su poder de potencial, entre otros, fue el caso de la Inglaterra «reina de los mares», o de los estados satélites de la fase de la Guerra Fría. En la dinámica del orden autoritario los países en desarrollo no tienen capacidad de acción, pues representan fichas que se distribuyen los poderosos.
En el fondo las aspiraciones sino-rusas buscan reeditar esquemas autoritarios y hegemónicos que ha enfrentado la humanidad en diversas oportunidades. Entre los antecedentes podríamos recordar que en 1494 los imperios de España y Portugal se distribuyen el nuevo mundo con el Tratado de Tordesillas.
China y Rusia se identifican con el llamado «concierto europeo» que se conforma a partir del Congreso de Viena de 1815, en el cual los poderosos países europeos reorganizan el mundo, luego de eliminar la hegemonía napoleónica. En ese escenario, se mantienen una paz negativa en el continente europeo, y se promueven guerras delegadas en el resto del mundo, para lograr un mayor dominio territorial. Emblemática resulta la Conferencia de Berlín (1884-85), en la cual los poderosos de la época se reparten los territorios de África.
Otra referencia importante para el proyecto autoritario son las negociaciones de las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial, en Potsdam y Yalta en 1945, para la reorganización del mundo. Importante precisar que, en todos los escenarios de negociación entre potencias, los países débiles y en desarrollo, además de meros observadores o invitados de piedra, son parte de las fichas en distribución.
Estamos conscientes de que el orden internacional liberal que se conforma luego de la Segunda Guerra Mundial, con la firma de la Carta de San Francisco (1945) que da origen al sistema de Naciones Unidas, no es la panacea; empero, entre sus bondades destaca establecer las bases para promover las libertades a escala mundial, privilegiando la institucionalidad democrática y los derechos humanos. Nuestro objetivo debe ser su perfeccionamiento y consolidación, para enfrentar la presión que ejercen los gobiernos autoritarios para su desmantelamiento.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.