Un pequeño talento para la guerra, por Laureano Márquez P.

X: @laureanomar
Los amables lectores que pertenezcan a la misma degeneración que la mía, recordarán una vieja serie llamada The Twiligth Zone (en cristiano «La dimensión desconocida»). El episodio número 38 de 1985 tenía por título «Un pequeño talento para la guerra». Me veo obligado a hacer spolier (porque «destripe» suena muy feo), que entiendo es una de las peores maldades que se pueden hacer en los tiempos que corren en los que las guerras son asuntos cotidianos.
El capítulo comienza con una discusión en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas protagonizada por los representantes de la Unión Soviética y los Estados Unidos. El punto es que una nave extraterrestre se ha asomado por vez primera en el firmamento de nuestro planeta. En plena discusión sobre la veracidad del acontecimiento, se materializa en medio de la reunión un alienígena de apariencia enteramente humana. Toma la palabra y dice lo siguiente:
«Gente de la tierra, escuchen mis palabras: hace dos millones de años mi gente inicio un vasto programa de siembra y nos extendimos evolucionando por cientos de planetas repartiendo vida donde no había nada. Su Tierra fue uno de esos planetas. De hecho, ustedes son nuestros hijos y hemos estado vigilándolos, pero no han crecido lo suficiente. Hemos visto que prevalece en ustedes un pequeño talento para la guerra. Hemos visto sus primitivos conflictos y sus primitivas armas, sus patéticas luchas fronterizas y el terror basado en el balance nuclear, el cual esperan ganar con desesperación. Y hemos llegado a la conclusión de que han fallado miserablemente en desarrollar el potencial que yace dentro de ustedes desde hace tiempo. Así que el experimento ha concluido».
El embajador alienígena les comunica que el planeta será devastado. El colega estadounidense –como era de esperarse– toma la palabra y dice que es una decisión injusta, que los terrícolas merecen una oportunidad y pide un plazo de 24 horas para demostrar que sí hay voluntad de alcanzar ese potencial brindado a los humanos. El embajador extraterrestre accede y da una última oportunidad a los terrícolas para enmendarse, aunque convencido que en tan corto tiempo no podrán lograr lo que no han podido alcanzar en siglos.
En una carrera frenética contra reloj, con toneladas de café de apoyo, comienzan todos los representantes de las naciones la difícil tarea de negociar un tratado universal de paz y desarme que comprometa a todos los gobiernos de la humanidad. Cumplido el plazo, aparece nuevamente el embajador galáctico y los representantes de la URSS y Estados Unidos, luego de abrazarse, entregan una carpeta con cientos de páginas del mencionado acuerdo, sustentado en todos los valores y vocación de paz anidados en el corazón humano durante siglos, con el que afirman haber puesto fin al ancestral salvajismo de la especie. El representante extraterrestre comienza a reír a carcajadas y les dice poco más o menos lo siguiente: creo que me han malinterpretado. Nuestro plan de expansión de la vida lo que buscaba era crear excelentes guerreros para nuestras guerras galácticas. El problema de ustedes, terrícolas, es justamente que no han logrado a plenitud el desarrollo de su salvajismo, sus armas son primitivas, su atraso en el arte de la guerra es evidente y lo peor de todo –dice lanzándoles la carpeta– es que su corazón clama permanentemente por la paz, tienen «un pequeño talento para la guerra», muy pequeño para que nos pueda servir. Lo intentaremos en otro planeta. La última secuencia muestra a las naves invasoras ejecutando la amenaza.
¿Será que nuestra misión como seres humanos es aniquilarnos entre nosotros antes de que el proceso natural del fin de la vida se cumpla? Cuando uno medita en las «casualidades» infinitas que se dieron cita para producirnos, es inevitable maravillarse ante el milagro de nuestra existencia.
No menos asombro causa, en otro sentido, el de la decepción, nuestra reiterada vocación a la propia destrucción a lo largo de los siglos. Nos ha resultado difícil descifrar y poner en práctica la vocación de amor, paz y justicia con el que nuestro creador avivó nuestro soplo vital.
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La destrucción de este pequeño punto azul, en el que toda nuestra historia ha transcurrido, para usar la terminología de Sagan, está cantada, lo inquietante es si sucederá, como ha precisado la NASA, en aproximadamente 999.999.996 años a partir de esta fecha, que es nada frente a la longevidad del universo, o si lo destruiremos antes nosotros mismos con la pulsión fratricida que ha animado la historia de la humanidad, porque contrariamente a lo que creía el embajador extraterrestre en 1985, la dura realidad confirma que nuestro talento para la guerra es cada vez mayor.
Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.