Un pueblo entre dos extremos (un contrartículo), por Fernando Mires
¿Por qué di a conocer en mi portal POLIS un artículo con el cual no estoy de acuerdo con casi ninguna de sus líneas? No por pluralista -nunca lo he sido- . Mas bien por lo contrario: para debatirlo. Pues uno no debate con lo que está de acuerdo sino con lo que está en desacuerdo.
Y en ese punto el muy difundido artículo del empresario español Ginés Górriz es un adecuado objeto de discusión. Sin duda, bien escrito: con ingenio y pasión. Pero además reflejando una opinión generalizada entre una fracción extrema (no quiere decir minoritaria) de la oposición venezolana a la que muchos no nos hemos cansado de rebatir.
Quienes todavía no conocen el artículo de Ginés Gorriz cuyo título es “Venezuela, el verbo y la cuchara” puede leerlo en https://www.almendron.com/tribuna/venezuela-el-verbo-y-la-cuchara/
La actual “revolución venezolana” sigue, según Górriz, las pautas de un inteligente guion escrito por Juan Guaidó y Leopoldo López quienes de acuerdo con la resistencia pacífica de Gandhi y la primavera árabe intentan crear un mundo paralelo para atrapar “la antimateria del universo Maduro en supuesta implosión”.
“La fuerza y la debilidad de la revolución Guaidó residen en esa voluntad de tirar a un tirano comunista sin tirar un tiro”. Sin embargo, “ninguna estructura de poder levantada en las fórmulas del comunismo militar ha sido derribada desde abajo” (ni siquiera Solidarnosc)
Se trata entonces la de Guaidó y López de una “revolución” puramente simbólica. Por eso los embajadores nombrados por Guaidó “lo son de la nada mientras no se establezca un nuevo gobierno”. En suma, Maduro tiene el verdadero poder, el fáctico, el de las armas. Y lo demuestra sin titubear.
El peligro según Górriz reside en que “la esperanza Guaidó puede tornarse en decepción y el régimen lo hará responsable de todos los males”. Y luego agrega: “No se puede pedir a un pueblo hambriento que salga a protestar bajo las balas durante mucho tiempo, Maduro lo sabe y los que defienden el diálogo hacen que no lo saben”. Por lo tanto – es opinión de Górriz – no quedaría más alternativa que una acción militar conjunta de la CI.
En ese punto, el autor coincide con el extremismo que apoya a la señora María Corina Machado. Pues, si las estructuras del poder comunista no se derriban desde abajo, solo pueden ser derribadas desde arriba o desde fuera. ¿Y si la CI no realiza el acto salvador? Entonces todo está perdido. La revolución de López y Guaidó – es la conclusión lapidaria de Górriz- tiene sus días contados. Esta es la esencia del artículo. Lo demás es blablá.
Vamos por partes: la premisa de Górriz: “dictadura comunista militar no sale sin intervención externa” es una variante de la divulgada por el extremismo venezolano: “dictadura no sale con votos”. La del español es más selectiva. A fin de ajustar a su conveniencia esa premisa, Górriz recurre al peor ejemplo que se le podría ocurrir: el de Solidarnosc. Según el autor, las elecciones en Polonia llegaron después de una orden de Gorvachov.
Lo que pasó por alto Górriz es que para que esa orden fuera efectiva se necesitaba de una oposición que hubiese puesto en primer lugar, y no en un segundo ni tercero, la lucha por elecciones libres. Pero además olvidó la otra parte de la película: que una de las razones, quizás la principal, que llevó a Gorbachov al poder, fue el avance de la disidencia en Hungría, en Checoeslovaquia en la RDA, por supuesto en Polonia y, no olvidemos, en la propia URSS. Y bien, en todos esos países la primera demanda ciudadana fue: lucha por elecciones libres.
No, señor Górriz: las elecciones en Polonia no tuvieron lugar como resultado de una orden de Gorbachov. Fue el cumplimento de una demanda elevada por Solidarnosc al primer lugar de la agenda desde el comienzo de su lucha. La premisa sobre la cual reposa la argumentación de Górriz es más falsa que Judas. Dictadura comunista puede salir gracias a la acción de las fuerzas internas – naturalmente contando con el concurso de fuerzas externas – e incluso, mediante la vía electoral.
En el caso venezolano, si bien existe una fuerza externa de apoyo, esta no se encuentra articulada en ningún modo con una salida invasionista. Una salida por lo demás hipotética. Ningún gobierno latinoamericano y ningún gobierno europeo se ha pronunciado por una salida de fuerza.
Y una acción unilateral del gobierno Trump solamente sería pensable si la Venezuela de Maduro pusiera los intereses económicos o geopolíticos de los EEUU en peligro, lo que no es el caso. O si el nivel de conflicto entre Rusia y EEUU elevara su intensidad hasta el punto de situarse más allá de lo político, lo que tampoco, por ahora, es el caso. Tanto Putin como Trump no tienen ningún interés en que eso ocurra.
Pero Górriz no se contenta con torcer la nariz a la historia de Polonia. También lo hace con la de la reciente historia venezolana. Para el efecto tuvo que inventarse un movimiento de tipo gandhiano dirigido por López y Guaidó. No obstante, la debacle del 30-A a la que Górriz ni siquiera menciona, mostró exactamente lo contrario. Ese día el guion de López/Guaidó evidenció que ambos habían elegido una ruta golpista algo que con todo el esfuerzo del mundo sería imposible imaginar en Gandhi.
De hecho, cuando en la triada guaidiana el cese de la usurpación fue situada en primer lugar por sobre la lucha por elecciones libres, y sin especificar nunca cómo ese fulano “cese” podría llevarse a cabo, estuvo claro que López/Guaidó habían optado por una salida anti- gandhiana. Por lo mismo, como el enemigo es militar, el pueblo desarmado no podría ser el sujeto de la insurrección. No quedaba más alternativa entonces que ceder el lugar del sujeto a eventuales generales. Sea invasión militar, sea golpe de estado, el fin de la usurpación ocurriría gracias a la acción de un agente violento pedido de prestado y sobre el cual la ciudadanía no ejercería el menor control.
Ese fin de la usurpación sin sujeto ni vía terminará desmovilizando a las grandes masas que hoy siguen a Guaidó. Ese es el verdadero peligro que se avecina sobre Venezuela. Pues una lucha contra un régimen militar como el de Maduro no solo supone trazar objetivos sino, además, rutas para alcanzar esos objetivos. Y bien, no haber sabido o querido trazar esas rutas ha sido hasta ahora el gran déficit del liderazgo de Guaidó.
Por lo tanto, si un pueblo al que no se le muestran vías de tránsito, se desmoviliza, nunca será culpa de ese pueblo y mucho menos de la CI a la que Górriz de antemano, presintiendo lo que viene, pretende endosar la causa del fracaso anunciado, liberando de toda responsabilidad a la conducción ejercida por el extremismo opositor. El problema – hay que decirlo de una vez por todas- está en el libreto, no en la CI.
Quizás en un solo punto podría tener razón Górriz. El pueblo democrático venezolano está siguiendo un libreto escrito por López y Guaidó. Y es bueno que eso se diga. Pues ese no es un libreto escrito por el conjunto de la oposición. En el mejor de los casos es seguido por una parte de ella. No es ninguna infidencia por lo tanto afirmar que hay personas y partidos dentro de esa oposición que no comparten la posibilidad de una salida de fuerza ni interna ni externa.
Nadie puede imaginar, por ejemplo, que un partido histórico como AD tenga en vista una salida insurreccional armada. Tampoco un Nuevo Tiempo. Incluso hay sectores de Primero Justicia que no comparten en su totalidad el libreto López/ Guaidó. Recordemos que Henrique Capriles se ha pronunciado infinidad de veces en contra de toda alternativa golpista, venga de donde venga. La talentosa Mercedes Malavé de Copei y el promisorio dirigente Luis Romero de Avanzada Progresista han sido algunas de las pocas voces que se han atrevido a mostrar públicamente su disenso con el libreto mencionado. Los demás partidos esperan quizás convencer a Guaidó -a quien las multitudes le tienen fe por razones más religiosas que políticas- de la equivocada opción que ha tomado. Si es así, deberán apurarse. El tiempo apremia. Y Maduro, el halcón del otro extremo, ya afila sus garras.
Desde el abstencionismo del 20 de mayo bautizado por Carlos Raúl Hernández como “la gran burrada” observamos con preocupación cómo la hegemonía de la oposición venezolana ha sido desplazada desde el centro hacia un peligroso extremo. Problema grave, pues si hay un hecho común, quizás el único que caracteriza a todas las transiciones democráticas de la historia moderna, es que las salidas hacia la democracia nunca han sido por los extremos sino siempre – y cuando decimos siempre decimos siempre- por el centro.
Eso debería saberlo muy bien Górriz pues escribe desde un país donde Adolfo Suárez y Felipe Gonzáles, vale decir, la centro derecha y la centro izquierda, pusieron en forma a la república hispana.
Recuperar la centralidad política es la inmensa tarea que tiene por delante la oposición venezolana. Esa misma centralidad que hizo posible derrotar nada menos que a Chávez en el memorable plebiscito del 2007, la misma que llevó a la gran victoria del 15-D, la misma que trazó la ruta pacífica, constitucional, democrática y electoral. La misma en fin que nunca debió haber sido abandonada.
Mientras esa centralidad, y por lo mismo su ruta electoral equivalente no sea recuperada, la ciudadanía venezolana estará condenada a vivir secuestrada por dos extremos: el de un gobierno militar -el del “pinochet rojo” en la expresión de Górriz- y el de una oposición que, al ceder la iniciativa a terceros, terminará desmovilizándose y, por lo mismo, convirtiendo al gran apoyo internacional que una vez tuvo, en una simple quimera
En Polonia como en Hungría, en Checoeslovaquia como en la RDA, cuando los disidentes, aún en los peores tiempos, no contando con ninguna solidaridad internacional, pusieron la lucha por elecciones libres por sobre cualquiera otra, no lo hicieron porque pensaban que los regímenes comunistas iban a ser tan generosos como para concedérselas alguna vez. Lo hicieron porque sabían que, como Maduro hoy, a lo que más temen los tiranos es a las elecciones libres.
Es la misma palabra a la que los extremistas venezolanos – los de allá y los de acá – han llegado a temer más que Drácula a los crucifijos. Y no, por último, la misma que podrá mantener en el tiempo el vínculo entre la lucha interna y la llamada CI.
La lucha por elecciones libres es una vía: el fin del régimen opresor es en cambio un objetivo. Poner un objetivo sin señalar la vía significa destruir el objetivo. Si eso sucede, la culpa – y que lo sepa desde ahora Górriz – no será de la CI.