Un puente demasiado lejos, por Gustavo J. Villasmil-Prieto

“Siempre creí que intentábamos tomar un puente demasiado lejos”
General Robert Elliot Urqhart (Sean Connery)
al Teniente General Frederick Browning (Dick Bogarde)
en “A bridge too far” (1977)
Recuerdo cuando se estrenó aquella película, “A bridge too far” (“Un puente demasiado lejos”), del director de cine británico Richard Attenborough (1923-2014). Fui a verla en compañía de mí siempre recordado tío Domingo, un verdadero experto en la filmografía sobre temas bélicos de todos los tiempos. Basada en la novela homónima de Cornelius Ryan de principios de los 50, su trama nos lleva a la operación aliada Garden Market, en la que tropas anglo-americanas y neozelandesas intentaron tomar el puente de Arnhem, en Holanda, tras haber visto acción exitosamente en la invasión de Normandía del 6 de junio de 1944. Todo terminó en un terrible fracaso.
Los mariscales ingleses equivocaron la estrategia. Pensaron quizás que les “sonaría la flauta” otra vez en aquellas tierras bajas como a Wellington en Waterloo, batalla que no tanto ganara el Duque como perdiera Napoleón. Los jefes británicos sobreestimaron sus fuerzas tanto como subestimaron las del enemigo. Peor aún, no ponderaron dos variables críticas en la guerra: el espacio y el tiempo. Concentraron sus tropas a más de 13 kilómetros del objetivo – ¡el puente!-, fuera del alcance de sus comunicaciones. Todo lo cual dio tiempo de sobra a los generales del OKW para responderles con germánica contundencia.
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Lejos también se le puso a Maduro otro puente, el de Las Tienditas. Mientras sus obesos generales campaneaban el escocés en algún botiquín de alto costo en Las Mercedes, una iniciativa global sin precedentes respaldada por las grandes democracias del mundo ponía no uno, sino los dos pies allá, a “pata de puente”, del lado colombiano de Las Tienditas.
No se almacenan allí balas ni bombas, sino medicinas y alimentos que muchos países generosamente han dispuesto para paliar en algo la tragedia de un pueblo al que el chavomadurismo no ha dudado en abandonar a merced del hambre y de la enfermedad con tal de perpetuarse en el poder
¿Qué harán esos generales el 23F? ¿Acaso ordenarán abrir fuego, al mejor estilo de los sátrapas sirios, contra un convoy cargado de medicinas y alimentos? ¿Activarán sus baterías antiaéreas para derribar aviones civiles o militares en misión de paz, como los soviéticos al fatídico vuelo 007 de la Korean Air Lines en el 83? O, peor aún, ¿cargará la infantería bajo su mando contra civiles inermes como hicieron los turcos entre 1914 y 1923 contra los armenios o, en estos mismos tiempos, contra kurdos hambrientos en plena huida del acoso islamista? ¿Aplastarán a la gente con sus tanques como las fuerzas chinas en Tienanmen en 1989? Y que no se me reclame si cito aquí a sirios, turcos, exsoviéticos y chinos: al fin y al cabo, son esos gobiernos, junto al impresentable régimen norcoreano, el del pederasta de Managua y el del Bobo Evo, los únicos que en el mundo respaldan al aquelarre chavomadurista en Venezuela.
Supongo que allá en el Táchira quedará abandonado a su suerte el infeliz “Protector”, antiguo policía de “punto y rolito” devenido en versión gocha del Pavel Korchaguin de Nikolái Ostrovski en “Asi se templó el acero”. Mientras, sus compinches ya habrán preparado maletas, chequeado pasaportes y hecho la reserva de algún loft parisino por Airbnb mientras esperan la entrega del soñado apartamento adquirido con lo último que en su huida encontraron en las gavetas. Porque hoy 23F, la ayuda humanitaria “de que pasa, pasa”.
Ya se introdujo por los ríos de Amazonas, resguardada por nuestros conciudadanos de la etnia pemona. Porque hay más dignidad en el arco y la flecha de un indígena venezolano que en el kalashnikov de un soldado del Ejército. Pero no nos toca a nosotros los civiles restaurar el mancillado honor de las armas venezolanas. Eso cosa de ellos, de los militares.
Por lo pronto, ninguna duda cabe de que el puente de Las Tienditas, frontera con Colombia, se le ha puesto inalcanzablemente lejano a un régimen sarniento a cuyos diplomáticos ya solo reciben en La Habana y Pyong-Yang (en Moscú y Beijing parece que últimamente solo “by appointment”). Ellos lo saben. Ojalá y no veamos hoy en los medios la fotografía de algún tonto con iniciativa ordenando disparar contra el convoy, pues esa será la imagen que quede para la historia. Una imagen que podría, además, ser la última.