Un soldado de abril, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
“Grândola, vila morena
Terra da fraternidade
O povo é quem mais ordena
Dentro de ti, ó cidade”
José “Zeca” Afonso, “Grândola, vila morena” (1974)
Cuando trajeron a nuestro ambulatorio de Petare al viejo João, su presión arterial estaba muy alta. Como más de la mitad de los hipertensos en Venezuela, él no lo sabía y por tanto no estaba bajo tratamiento alguno. Servicial como era con los habitantes del singular mundo de la Redoma y El Muro, mucha gente preocupada se agolpó a las puertas del consultorio a la espera de noticias sobre la salud del simpático taxista luso siempre dispuesto al volante de su viejo Maverick modelo 73 color verde botella. “Pero bueno, “portu”, ¿cómo es que tú andas por ahí por la calle con esa tensión tan alta y sin beberte las pastillas, ah? A ver si un día de estos te da una vaina…”, exclamó la vecina con genuina angustia.
Mis estudiantes y yo pasamos a examinarlo. Era un hombre casi en sus setenta pero todavía robusto, de piel rubicunda y manos inmensas. La sorpresa fue nuestra cuando, al desvestirlo, notamos que llevaba tatuado en el brazo lo que parecía ser algún emblema militar. “¿Ud. sirvió en el ejército, Don João?”, le pregunté. “Si doctor, ¡cómo no! ¡Ó exército! Allá en Angola y Mozambique, hace muchos años, doctor. Bien feo que se ponía aquello doctor, sabe. Mucho plomo”.
Y mientras lo examinábamos, João nos iba haciendo el relato de sus aventuras africanas durante las guerras coloniales portuguesas. Un tiempo que Portugal bien habría querido olvidar de no ser porque de aquellas tierras llegó Eusébio, la “pantera negra” del Benfica, quien con Pelé y Garrincha se cuenta entre los más grandes futbolistas del siglo XX.
Hasta que por fin nos los dijo: “Bonito sí que fue cuando retornamos a Lisboa en el 74, doctor. ¡Bien bonito aquel mes de abril!”.
El decrépito “estado novo” salazarista se perpetuaba en la dictadura de Spínola como el régimen de fuerza más antiguo de Europa occidental. Casi 50 años habían transcurrido hasta entonces desde que en 1926 los portugueses se dieran su último gobierno democrático.
Larga noche durante la que un oscuro régimen fascistoide descargó como quiso su pesada mano sobre un país profundamente atrasado, pobre y triste como un fado; país en el que, como reseña Diego Carcedo en su interesante crónica de aquel tiempo, hasta la Coca Cola® estaba prohibida.
Tan paupérrimo era aquel Portugal que emigrar quedó como la mejor alternativa para millones de sus nacionales, muchos de los cuales hicieron de Venezuela su patria de acogida.
¡Y es que los de mi generación siempre tuvimos en la escuela a algún condiscípulo al que todos llamábamos “el portu”!
Pero el salazarismo solo se sostenía en las puntas de las bayonetas. En la madrugada del 25 de abril de 1974 ocurrió lo impensable: y fue que al llamado, no de una proclama o del pronunciamiento de algún tenebroso general escondido tras unos anteojos Ray-Ban® sino de una canción popular de protesta, los soldados salieron a las calles de ciudades y pueblos de Portugal.
Canción aquella de “Zeca” Afonso que aludía a la fraternidad y a que era el pueblo “quien más ordenaba” y que opería como una contraseña para las tropas del ejército indicándoles que hasta ese día llegaba todo aquel tinglado de oscuridad y de represión.
Contrariamente a lo que muchos esperaban, los batallones lusos no salieron a la calle a reprimir a sus conciudadanos sino a reencontrarse con ellos. Ni un solo tiro se oyó.
Ni una sola baja civil, como no fueran las de cuatro pistoleros de la policía política –la terrible PIDE– que se abroquelaron en su discurso de muerte hasta el final. Para la historia, la imagen que quedó fue la de la muchacha lisboeta poniendo un clavel en la boca del fusil de uno de aquellos infantes. Revolución de los Claveles – “dos cravos” – se le llamó a aquella memorable gesta de ciudadanos y soldados que reinsertó a Portugal en la comunidad de naciones democráticas de Europa y el mundo.
*Lea también: Batalla naval del Lago de Maracaibo (1823), por Ángel R. Lombardi Boscán
El Portugal que hoy nos muestra sus magníficos estadios deportivos, sus universidades de primera y sus ciudades de ensueño no es otro que el que hicieron posible la democracia y sus instituciones; instituciones que sirvieron de marco al esfuerzo de la que es una de las sociedades más laboriosas que haya yo jamás conocido.
Portugal querido que hoy es la economía No.48 del mundo, con tasas de crecimiento sostenido para nada comunes – FMI dixit- y que, además, está mostrándonos una letalidad por Covid-19 de 1.6%, inferior a las de Estados Unidos y a la de los arrogantes rubios europeos del norte, además de – y esto hay que destacarlo – muchísimo menor que las de los vergonzosos regímenes chino e iraní.
Porque serán las democracias del mundo las que mejor enfrenten el inmenso desafío del Coivid-19 y no los regímenes de fuerza. En esta pandemia, la opacidad está matando y la transparencia la que está abriendo posibilidades.
Despedimos aquel día a João con las indicaciones del que debía el tratamiento a seguir. “Regáñelo doctor, mire que este portugués es muy terco”, insistía la señora que lo acompañaba mientras lo ayudaba a vestirse. Estaban por cumplirse entonces 45 años de aquella revolución democrática que desbordó las calles de Portugal al llamado de una canción.
Madrugada feliz aquella en la que João y sus compañeros de pelotón entendieron que las armas de la república tenían de ser para proteger a sus ciudadanos, nunca para volverlas en su contra. Como lo entendió todo aquel ejército, que prefirió los claveles a las balas el 25 de abril de 1974.
A la medicina debo yo muchas de las horas más luminosas que haya vivido así como también de las más amargas. La vida en el ejercicio médico es así. Pero espléndida como puede ser en el dolor, de cuando en vez la medicina nos regala gratificaciones que nos confortan y compensan con creces. Y grande es la mía cada vez que recuerdo el inmenso privilegio que tuve habiendo asistido como médico, allá en un modesto ambulatorio petareño, a un viejo infante madeirense veterano de las guerras coloniales de África que quiso hacerse venezolano: a João, taxista de la Redoma de Petare. Uno de aquellos soldados de abril.
Referencias:
Carcedo D. “Fusiles y claveles. La revolución del 25 de abril en Portugal”. Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1999, p. 109.