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Un tigre duro de matar, por Carolina Espada



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Un tigre duro de matar
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Opinión TalCual | enero 16, 2021

Twitter: @carolinaespada


«Se aplican inyecciones y se escriben cartas de amor», indicaba un cartelito en la puerta de la casa de Pili, pues para eso es para lo único que ella había quedado. Años atrás, había sido una excelentísima escritora de televisión, pero, tal y como suele suceder en la mayoría de los casos, a Pili se le habían fundido casi todos los chips.

Su colega Mili Margarita la llamó un día: «¡Me tienes que ayudar a escribir un guion policial a cuatro manos! ¡Lo quieren para el miércoles a mediodía y estamos a lunes y son las diez!». Y Pili accedió, pese a que las tres neuronas que le quedaban chirriaron absolutamente oxidadas y no sin temor.

«A cuatro manos»… Pili nunca había escrito de esa manera. Así, como dos hermanitas, con sendos lazos en la espalda, tocando piano al unísono y cantando alternativamente:

—Los cujíes lloran de dolor…

—En mi vida mustia de esperar…

Aquello era rarísimo. Pili recordaba su época de libretista con Kiko Olivieri, Salvador Garmendia y José Ignacio Cabrujas.

—Mili Margarita, a mí me asignaban mis escenas y yo las escribía solita.

*Lea también: El ogro filantrópico y la imaginación política, por Damian Alifa

—Pero aquí no hay tiempo, Pili, esto es una contrarreloj.

«Una contrarreloj» como si estuvieran en bicicletas sin frenos por una bajada. “Una contrarreloj” muy negociada, pues Mili Margarita estaba muy segura de lo que quería y era bien difícil de convencer.

—Coye, Mili Margarita, tus personajes femeninos… tienes una Mariana, una Marina, una Mariela, una Marianela y una Marisela, eso se va a prestar a confusión… ¿y si cambias cuatro de los nombres? Tú sabes, que si Antonieta, Cristina, Diana, Omaira… otra cosa.

—No, Pili. Mi hija se llama Mariana; mi mamá, Marina; mi mejor amiga, Mariela mi ginecóloga, Marianela y mi peluquera, Marisela. A mí me gustan así. Así se van a quedar. Punto.

El miércoles a mediodía, Pili y Mili Margarita estaban en la oficina del señor K. Nuttenberg entregando el libreto esperado. Allí, reunidos para la lectura oficial, estaban: el director, cariñosamente apodado «Farchita»; la preciosa y eficientísima productora Minipop; la señora que hace el café con bastante espumita; la asistente agresiva de mirada felina; y varios desconocidos con muchas ganas de opinar (pues eso sí que te tiene el medio televisivo).

Una vez leído en voz alta el texto –de cabo a fade out– el señor Nutt dijo: «¿Y si ella, en vez de ser alpinista, es una oceanógrafa con hidrofobia, pues perdió a su novio en la Gran Barrera de Coral cuando un tiburón australiano se lo comió?».

Y «Farchita» agregó: «Y entonces la escena de la montaña con el alud y el tiroteo, la hacemos en medio del Pacífico con tormenta y arpones… Eso sí, poniéndole muchísima más tensión sexual, porque esto está muy aguao».

Y Minipop sugirió: «¿Y si en vez de ser oceanógrafa o alpinista, pues eso elevaría demasiado los costos de producción, no hacemos que ella sea una poetisa paralítica, pero no paralítica por accidente, sino por una especie de bloqueo mental y somatización?»

Y la señora del café no se contuvo: «¡Ay, y entonces cuando ella conocía al muchacho –que era rico, pero nadie lo sabía– ella se paraba y caminaba y le decía: te amo, mi amor!».

Y Gatúbela objetó: «Yo pensé que estábamos haciendo una serie policial y no una una telenovela».

Y el coro de los convidados de piedra exclamó yuxtapuesto: «¿Y si..? ¡Era paracaidista y ciega!… ¡O una ornitóloga amnésica!… ¡Con tres meses de embarazo de un extraterrestre!… ¿Y si…? ¡Llevaba una doble vida!… ¡O, mejor, tenía una hermana gemela antropófaga!… ¡O una identidad secreta! ¡O súper poderes!… ¿Y si…? ¡Un tipo siniestro aparece para confrontarla con su pasado!… ¡O que conozca a ese individuo en medio de un cataclismo y lo salve!… ¡Eso sí, el final tiene que ser feliz, pero abierto y con un toque de misterio! ¡Y lo de la tensión sexual!».

Pili y Mili Margarita solo se vieron, se entendieron mucho más allá de las palabras y se fueron a un parque a hacer fotosíntesis. Lo bueno de quedarse mononeuronal en la vida, es que uno puede hacer exactamente lo que le dé la gana con esa única neurona. Algo así como instalarse, igual que una iguana, bajo un rayito de sol.

Carolina Espada es Escritora.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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