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Un traidor… Mi reino por un traidor…, por Alejandro Oropeza G.



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Ricardo III
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Alejandro Oropeza G. | @oropezag | octubre 12, 2019

@oropezag


“Un caballo, mi reino por un caballo”.

William Shakespeare: “La Tragedia de Ricardo III”, 1592.

Es espontánea, cuando escuchamos cualquier declaración, alocución o discurso de miembros de las altas cúpulas del procerato revolucionario al enarbolar rabiosos los desechos de arruinados estandartes de la ineficiencia gubernamental; es casi natural la acusación contra quienes se oponen a la continuidad del saqueo impenitente del país de: traidores a la patria.

Cualquier iniciativa u opinión que no comulgue y aplauda los desmanes y la corrupción del régimen es calificada de traición o bien que es producto de una conspiración, regularmente orquestada en el imperio o en cualquier lugar que reclame al nefasto régimen el atender al Estado de Derecho y/o cumplir sus mínimas atribuciones. Por ello, ya es casi ciertamente baladí y poco seria la calificación de traidor, si no fuese por las graves consecuencias que puede acarrear para el señalado de tal delito.

Como decimos, cualquier iniciativa, comentario, acción u opinión es “encajada” dentro de los supuestos que perfeccionan la comisión del delito y es reclamada, solicitada ¿ordenada? urbit et orbi la actuación de la flamante fiscalía general de la nación para que se proceda a la sustanciación de la causa en contra de quien osó poner en entredicho la actuación del régimen.

El hecho es que muy poco trasciende del desaforado y violento discurso acusador, a la comprobación sustentada y real de hechos que se traduzcan en la comisión del delito de traición a la patria. Todo opositor, todo aquel que haya abandonado las filas del procerato, todo aquel que cuestione o ponga en duda las afirmaciones de los representantes del régimen, todos aquellos que denuncien y hagan públicos los hechos de corrupción, ineficiencia, inoperancia e indolencia de los jerarcas del régimen son considerados traidores a la patria.

De dónde se podría extraer la conclusión de que a la larga, cuando regresemos a la institucionalidad democrática en el país, esa acusación se constituiría en un alegato que le otorgará cierta prestancia y categoría positiva al inculpado. Cosas de la vida.

Pero bien, de la acusación pública que pretende enlodar la reputación de quienes osan actuar en iniciativas en contra de la continuación del saqueo y la descomposición nacional, a la realización de un proceso judicial justo, acorde con la normativa nacional, otorgando el debido derecho a la defensa y la revisión y exposición de los hechos reales y, consecuentemente, el dictamen de una sentencia (insistimos) justa y conforme al debido proceso, hay una gran distancia.

Más aún, producida esa sentencia en contra del acusado públicamente y aparentemente sometido a un escarnio público inexistente, ¿quién o quiénes reconocen en esa misma sentencia la legitimidad de un sistema judicial autónomo y libre de la peste de la ideologización del valor de la justicia? Es probable que una ligera y burlona sonrisa de satisfacción recelosa ilumine el rostro de aquellos que, ofensa en ristre la emprendan contra el traidor. ¿Es ciertamente un traidor? O, más aún ¿quiénes son los traidores ciertamente?

Lea también: Región agitada: ¿pero estable?, por Félix Arellano

Ricardo III, nos cuenta Shakespeare, en la batalla de Bosworth Field luego de un sin fin tropelías y desmanes, debe luchar por mantener el poder, por sujetar la ilegítima corona conseguida sobre innumerables crímenes y traiciones. En algún momento pierde la cabalgadura y rueda sobre el campo de batalla, allí perdido exclama la famosa frase de: “Un caballo, mi reino por un caballo”. Pero, ciertamente, más allá del contenido práctico inmediato del petitorio/reclamo del rey perdido, ¿qué significa la frase? Muchas interpretaciones acuden al caso. Pero, apreciemos una que nos interesa.

Por un caballo, por un solo equino, Ricardo III piensa que puede perder el reino; y, por ese mismo y noble animal puede recuperarlo o mantenerlo. Y es tan creyente en esa, su realidad, que la expresión determina un sino trágico que no es otro que: “he perdido el reino por un caballo”. Por el colapso del mismo.

¿No sería como muy cómoda la interpretación de nuestro rey Ricardo III? ¿Sólo pierde el poder por el caballo? ¿Y todos los crímenes, traiciones, asesinatos, etc., ejecutados para hacerse con la corona y mantenerla sobre su cabeza, no cuentan? Definitivamente, desde siempre el olvido voluntario, la falta de buena memoria pareciera que afecta a gobernantes y gobernados. También, entonces, cabe pensar que, de conseguir un caballo y galopar enérgicamente con él quien sabe para dónde, Ricardo III preservaría su corona y poder. ¿Pudo haber sido posible? Ciertamente, muchas dudas sobre tal posibilidad acuden de inmediato.

Hoy día la expresión es útil para representar momentos culminantes de la acción política en nuestro país, de quienes detentan un poder usurpado, edificado sobre argucias no muy legítimas y transparentes para su consecución y su ejercicio. El caballo es, definitivamente para el perdido rey, el culpable de su desplome, la causa definitiva de su derrumbe; por lo que, de haber tenido otro o este se hubiere comportado como se esperaba y la herradura de una de sus patas no se hubiese desprendido; en fin, si todo eso no hubiese ocurrido, él no habría perdido la batalla, el reino y la vida.

Siempre los poderosos altisonantes y soberbios encuentran y si no las encuentran ubican las razones en otros, persistentemente es otro u otros los responsables de su mal actuar.

Entonces, en nuestro trágico entorno nacional. ¿Cuántas acusaciones y denuestos por traidores a la patria escuchamos a la semana? ¿Cuántos procedimientos se sustancian en la flamante fiscalía general de la nación por este delito? ¿Dónde los hechos que demuestran la comisión de tal delito? ¿Quiénes han sido condenados mediante sentencia legítima por ser traidores a la patria?. Y, cabe preguntarse también, leyendo los amplios campos de los presupuestos del delito de lesa patria: ¿quiénes son, así en colectivo, en efecto los verdaderos traidores a la patria?

Los que, en búsqueda de otros a quienes echar las culpas, acusan y se justifican en éstos: los diputados traidores, los analistas, los periodistas perseguidos, los manifestantes, maestros, profesores, sindicalistas y un largo etc., pretendiendo encontrar en todos y cada uno de ellos, aquel caballo que perdió a Ricardo III. Y qué casualidad que también todos son: “pitiyanquis”, pagados del imperio, vendepatrias, capitalistas, de derechas, conspiradores, golpistas, espías y pare de contar.

Pensemos con algo de serenidad: ¿a quiénes se puede relacionar con las premisas que definen y en las que se perfecciona el delito de traición a la patria? Entre tales supuestos calificativos genéricos se cuentan las acciones en contra de, veamos bien: la independencia, la libertad, la soberanía, la inmunidad, la integridad territorial y la autodeterminación nacional, como derechos “irrenunciables” del país. Nuestro Código Penal estipula que se perfecciona la traición a la patria cuando se conspira contra la integridad territorial del país o bien cuando esa conspiración va dirigida contra sus instituciones republicanas.

¿Quiénes han atentado contra la integridad territorial (recordemos por ejemplo, el caso REAL del territorio Esequibo)?, ¿quiénes han entregado y/o relativizado la soberanía nacional a potencias extranjeras (Cuba, Rusia y China por señalar algunas)?, ¿de dónde provino la conspiración para el desconocimiento de una institución republicana legítima, electa en votaciones populares, como es la Asamblea Nacional?, y nos preguntamos: ¿esa acción no califica como atentado contra la institucionalidad democrática?

Pero nada, vemos vociferar violentamente a los jerarcas en contra de los traidores a la patria, de articular y (vaya paradoja que los delata) ordenar al ministerio público la apertura de procedimientos de sustanciación en contra de los culpables de todo: los traidores. Pero, en realidad nada se concreta, nada surge evidentemente de esas alharacas, todo pasa sin pasar nada.

Sólo vemos a unos seres roídos distantes de la realidad, en los que ya muy pocos confían y creen; parapetados, rodeados de la violencia por ellos incoada, en una torre de marfil; abstraídos en una isla en medio de la indiferencia buscando culpables para inculparlos de las desgracias que ellos mismos le han generado a un pueblo noble.

Sepultando en vida y torturando a quienes son capturados como reos de sus fantasías, arrebatándoles la libertad y calificándose abierta y flagrantemente como lo que son: una gavilla de ineficientes que han utilizado el erario nacional como botín en beneficio de sus exclusivos intereses privados en nombre de una trasnochada ideología caduca y antihistórica.

Ellos, solo buscan a quienes culpar de sus propios fracasos y justificarse ante sí mismos y ante los demás macacos complacientes que aplauden interesados en medio de un baile nauseabundo. Todo pareciera acaecer así como en la tragedia de Ricardo III, perdido y acabado en el campo de batalla de Bosworth Field.

Ellos, claman e imploran por:

¡Un traidor creíble por el amor de Dios! ¡El gobierno por un traidor…!

 WDC

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