Una amenaza se cierne sobre las elecciones presidenciales de Brasil, por João Roberto Lopes Pinto
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La polarización electoral en Brasil, que ya se preveía desde la anulación de las condenas del expresidente Lula da Silva, no solo se confirma, sino que proyecta una elección presidencial plebiscitaria, ya en primera vuelta. No solo la supuesta «tercera vía» se convierte en humo, sino que la polarización política tiende a profundizarse como nunca antes en la historia de este país. Si uno lamenta lo mucho que la polarización rebaja el debate político-programático, no puede perder de vista lo inevitable que es en la coyuntura actual.
En este escenario, una probable segunda vuelta entre Lula y Jair Bolsonaro difícilmente se desarrollará dentro de la normalidad democrática. Ya sabemos qué esperar de Bolsonaro. Además del «todo vale» de su campaña de 2018, ahora tiene el control de la maquinaria civil y militar. No por casualidad, Bolsonaro viene oscilando positivamente en las encuestas, aún sin amenazar la ventaja de Lula en la carrera electoral. Pero hay que recordar que la campaña electoral aún no ha empezado de verdad ―oficialmente―, solo en agosto.
En la mente de Bolsonaro, llegar a una segunda vuelta con Lula es la oportunidad de conflagrar el país. Si llega a perder en la votación, es muy probable que opte por crear un ambiente de desestabilización política y evitar de alguna manera que su oponente asuma el cargo. Aunque hay un desfase entre la voluntad y la capacidad golpista de Bolsonaro, no hay que subestimar su atractivo popular, ni sus vínculos con el ultraconservadurismo internacional y la oligarquía financiera nacional y extranjera.
Todos aquellos que, independientemente de su afiliación partidista, consideran inaceptable e impensable la continuidad de Bolsonaro, deben tener en cuenta el enorme riesgo de llevar la elección a una segunda vuelta. Una victoria de Lula, ya en la primera vuelta, representaría un rotundo rechazo al Gobierno, reduciendo, con ello, las posibilidades de reacción de Bolsonaro y sus partidarios. Ciertamente, no es una tarea fácil. Ha habido segundas vueltas en las últimas cinco elecciones presidenciales.
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No se trata de un argumento retórico con la intención de chantajear la conciencia de los votantes, porque ya nos hemos posicionado, en otra ocasión, de forma crítica a la candidatura Lula-Geraldo Alckmin. Este es, por desgracia, un escenario muy probable, por todo lo que hemos presenciado desde el golpe de Estado de 2016, coronado por el actual gobierno neofascista.
Tampoco se trata de cuestionar las opciones electorales legítimas en candidaturas que, como la de Lula, se presentan como oposición, como en los casos del PDT, UP, PCB y PSTU. En un entorno de «normalidad» democrática, las dos rondas de votaciones pretenden precisamente favorecer, en el caso de las posiciones mayoritarias, la disputa entre varios proyectos políticos, en la primera ronda, y la formación de una mayoría sólida, en la segunda, cuando los proyectos opuestos se disputan los votos. Sin embargo, la inevitable polarización convertirá la primera vuelta en un plebiscito, en el que se pondrá a prueba la aprobación o desaprobación del gobierno de Bolsonaro.
La candidatura de Lula es, de hecho, la única capaz de hacer frente electoralmente a la de Bolsonaro. Si Bolsonaro tiene su 20% de votantes fieles, Lula tiene su base histórica del 30%. Más que componer un frente partidario de izquierda o democrático en torno a la candidatura de Lula, la importancia de una victoria en la primera vuelta exige una campaña que movilice las calles y, principalmente, a la juventud. El reciente llamamiento de los artistas para que la población joven, de entre 16 y 18 años, cuyo voto es opcional, saque la tarjeta electoral es un ejemplo concreto de lo que se puede hacer en términos de movilización. La preferencia por Lula entre los jóvenes, de entre 16 y 24 años, supera el 50%.
Campaña de movimiento
Es necesaria una movilización que haga resonar, desde los cuatro rincones del país, un no rotundo a todo lo que encarna Bolsonaro, como «capataz» de las oligarquías financieras. Como responsable directo de los miles de muertes evitables en la pandemia de la Covid-19; de volver a poner a Brasil en el mapa del hambre; del desmantelamiento de la educación pública y de la investigación; del desprecio a la cultura; de la institucionalización de la mentira por medio de las fake news y del ocultamiento de una corrupción descarada que dice estar en contra de la «vieja política»; por la exaltación de los milicianos, la tortura y los torturadores; por la difusión de la intolerancia religiosa, la LGTBfobia y el racismo; por el aumento de las tarifas de los combustibles, los alimentos y los servicios públicos, y por el incremento del desempleo y la precariedad laboral.
Esta será una campaña que, efectivamente, tendrá que ganar las calles y no abandonarlas. En 2018, el sector progresista se echó a la calle en la segunda vuelta, en lo que se conoció como el movimiento de los «volteadores de votos». Dicho movimiento consiguió, de hecho, hacer crecer la candidatura de Fernando Haddad en la recta final. La gente salió a la calle dispuesta a escuchar a la población sobre sus preferencias y motivaciones, y buscando exponer las diferencias entre las candidaturas.
Pues bien, ahora necesitamos algo parecido, ¡ya! Pero no nos equivoquemos: la movilización no solo se producirá por la negación, por el anti-Bolsonaro. También depende de un horizonte, de una agenda que aglutine y articule las insatisfacciones contra el ultraliberalismo del actual gobierno.
Una agenda que incluya, por ejemplo, la revisión de las privatizaciones, el techo de gastos, la reforma laboral, la autonomía del banco central; y que esté a favor de la reforma agraria, los derechos de los pueblos indígenas, el fortalecimiento del SUS (sistema de salud), la reducción de los precios de los combustibles, la tributación de la riqueza, la democratización del dinero a través de los bancos populares y las monedas sociales.
No se trata de esperar al calor de los acontecimientos de una segunda vuelta. Nos toca volcar este calor a nuestro favor, cerrando filas contra el bolsonarismo. Y si Lula no gana en la primera vuelta, permanezcamos, entonces, movilizados en las calles, incluso para defender, si es necesario, la legalidad de la elección, la condición más básica de una democracia.
Esta no será una campaña electoral más. Estamos viviendo un momento singular y decisivo en nuestra débil trayectoria democrática, y todos somos responsables de su curso. Es más que una elección. Se trata de la posibilidad de seguir luchando para mejorar la vida de la mayoría de la población, sometida diariamente a la violencia y a los altos precios.
A pesar de la importancia de Lula y del PT para la democracia brasileña, la tarea inmediata es mayor y se impone a cualquier proyecto político-partidista. Se trata de enfrentarnos a nuestro pasado reciente y estar preparados para evitar que el tumor fascista se extienda como una metástasis en la vida nacional.
Cientista político. Profesor de la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro (Unirio) y de la Pontifícia Universidad Católica de Río de Janeiro. Coordinador del Instituto Mais Democracia y del proyecto «Estado, grupos económicos y políticas públicas en Brasil».
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