Una corrupción plena como la luna llena, por Gregorio Salazar
Twitter: @goyosalazar
La corrupción del régimen goza de excelente salud. Puede parafrasearse a su fundador diciendo que se mantiene «firme, plena como la luna llena, absoluta, total». Y difícilmente revocable, agregamos, si se mantienen en el poder quienes la convirtieron en el sistema que hoy rige los destinos de Venezuela.
La corrupción es completa, envolvente, integral y apunta, en primer lugar, hacia la cúpula encumbrada que detenta, con vocación totalitaria, el control de la vida nacional, de la casi totalidad de su economía y de las instituciones. Saqueo y torcimiento de la justicia.
Es obvio. De allí, de las entrañas de ese pequeño círculo del poder, han salido los señalados en la secuela saqueadora de Pdvsa que comenzó con el dueto Rafael Ramírez-Hugo Chávez, siguió con Eulogio Delpino, Nelson Martínez, no se acusó al incapaz Quevedo, e hizo eclosión como un geiser purulento con el trío El Aissami- Hugbel Roa–Pérez Suárez.
Cuando el oficialismo estuvo a punto de perder la mayoría en la Asamblea Nacional, hecho normal en una democracia, Chávez la colocó «bajo estado general de sospecha», término propio de los Estados policiales, que fue el utilizado por sus mandatados Francisco Ameliach y Eliézer Otaiza, para indicar que si se perdía el control de la Asamblea esta debía ser disuelta.
Ahora se trata de que la cúpula y los personeros claves de su aparato de poder están bajo la sospecha generalizada de que ninguno es ajeno a la corrupción en marcha, como artífices que son del modelo que condujo al vaciamiento de los recursos nacionales durante estos 23 años. No hay desdoblamiento posible en corruptos y supuestos justicieros.
De nada ha servido la ejecución del plan propagandístico milimétricamente calculado: el anuncio simultáneos de varios casos, uno de cuyos efectos sería el solapamiento de la corrupción judicial, de la CVG y de Cartones de Venezuela por el hecho más protuberante visto el personaje y la cuantía del robo, como lo es el caso Pdvsa. Hacer la revelación —¡no podían más con Tareck!—- a pocos días de la Semana Santa, cuando baja la atención de los medios y hacia los medios. Y la semana previa dedicada a proyectar la imagen de Maduro como paladín contra la corrupción, en alabanzas coreadas por la AN, la Contraloría, el PSUV y su seccional en la Fiscalía General.
Volver tras Semana Santa para cerrar el capítulo con el consabido aquelarre conmemorativo del 11-A y 13-A, la otrora marea roja ahora convertidas en mansas olas, y la ceremonia de por medio de los premios de la cultura, donde Maduro debía darse un baño de «popularidad» repartiendo cheques y estatuillas. La manifestación del 13-A debía operar como la gran expresión del perdón popular, un gran referéndum de calle que resulta en sí mismo otro hecho de corrupción, pues se financia con dineros de todos los venezolanos.
El plan no funcionó porque en plena Semana Santa las autoridades italianas incautaron la confortable mansión del expresidente del TSJ, Maikel Moreno, en Villa de Lucca, valorada en seis millones de euros. Cosa de muchas «lucas», claro está, aunque no faltaron los cultores de la guasa criolla diciendo que se la había asignado la Gran Misión Vivienda Venezuela.
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Todavía Venezuela espera que el fiscal general diga qué piensa de ese nuevo «descubrimiento». ¿El señor magistrado es culpable o inocente? ¿Esa acusación italiana es cierta o una venenosa macarronada? ¿Le sale traje naranja o se acabaron las existencias?
Mucho peor, en el frustrado objetivo de aminorar los costos políticos de la gran rebatiña en Pdvsa, resultó la detención de Alvaro Pulido, contratista del Estado y socio de Alex Saab, que ya sabemos alternaba sus funciones «diplomáticas» con negocios de alimentos, medicinas, maderas y, más recientemente, embarques petroleros que para colmo no pagaban. Documentos revelados por el portal Armando.info señalan que la deuda por ese último concepto sería de 1.500 millones de dólares.
Un daño colateral en esto último es que viene a demoler la estrategia del régimen de presentar a Saab como un honorable empresario y diplomático, secuestrado en una acción vengativa del desalmado imperio. ¿Cómo podía funcionar esa llave Saab-Pulido? ¿Se la podían llevar bien José Gregorio y Al Capone o son caimanes del mismo río crecido de la corrupción en Venezuela?
Poner en claro ese punto —y el del magistrado que de vez en cuando echa abajo las tiendas de alta gama de Miami con su dorada tarjeta de crédito— sería una excelente manera de frenar en algo el raspado de olla antes de que carguen con la propia olla, las tres topias, las leñas y hasta la candela. Ni que fueran Prometeo.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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