Una cuestión de moral, por Fernando Rodríguez

Correo: [email protected]
«Quien lucha contra monstruos debe procurar no convertirse en un monstruo en el proceso.»
F. Nietzsche
Los límites entre la moral y la política no suelen ser demasiado explícitos, salvo claro, en los tiranos que prescinden de la primera e ignoran las leyes, torturan y matan. O aquellos que creen que la acción política no tiene que atender a ningún mandato moral, pragmatismo usual que por estos lares llaman, por ejemplo, alacranismo. Claro, también hay algunos beatos principistas que quieren ignorar los imperativos de la acción, que responden a conminaciones reales y contingentes emanadas en el conflicto y la lucha por el poder.
Aristóteles creía que no había diferencia entre la moral y la política, salvo la extensión de su objeto. Ambas por el mismo camino debían aspirar al bien, la felicidad, propio y común. Hoy, en general, no pensamos así. Hay imperativos que surgen de la extensión del todo social, diferente a la esfera individual, y de los mecanismos mismos del manejo del poder propio y ajeno. Pero lo que no se debería ignorar nunca es que la práctica política no puede desligarse de su atadura a la moral. Matar a un enemigo es por ejemplo una estupidez o una necesidad pragmática, sometida a las legislaciones vigentes, pero también un acto a ser juzgado por la moral humana, o divina si se creyese en ésta. Pero hasta aquí solo un principio sobre el tema a tratar.
Hacer un fraude electoral, tan flagrante que nadie duda de éste, es un acto político bárbaro, ajeno a la constitución y a la legislación internacional. Y así debe ser combatido y en la medida de lo posible revertido y castigado. Pero, y por este camino andamos, es una mentira del tamaño de un país con graves implicaciones (someter por la fuerza y el crimen a quienes la adversan con justicia). Es el actuar habitual de las dictaduras. Pero es también mentir y en grandes proporciones. Recuerdo que la verdad era para Kant y cualquiera que piense razonablemente, condición misma para que la sociedad pueda existir y sobrevivir. Una sociedad de mentirosos es una sinrazón evidente. Si usted trabaja políticamente con la mentira reiterada y descarada, usted es un tirano y un inmoral, acompañada de esa impúdica y bárbara componenda electoral no ha mucho practicada por la dictadura. Lo antes dicho es un poco llover sobre mojado, pero necesitaba esta premisa.
*Lea También: Las puertas del infierno de Trump, por Fernando Rodríguez
Ahora bien, algunos políticos, alacranes y alacranoides o almas cándidas y patrióticas, quieren votar en unas elecciones regionales generales que el gobierno mentiroso y falaz políticamente ha convocado apenas unos pocos meses después del estruendoso crimen practicado en las presidenciales, sin respetar el cadáver constitucional aún caliente y acompañado de la ira del pueblo escarnecido. Que estas elecciones van a ser trucadas lo sabemos, porque el que miente tan gruesamente puede hacerlo siempre y porque por los anuncios mismos del CNE no va a haber observación internacional sensata. Este organismo será el mismo que perpetro el magnicidio electoral citado y, estupenda novedad, su escrutinio final no podrá sino ser acatado sin derecho a reclamo alguno. Todo esto lo hace a usted, votante potencial, cómplice de un segundo round fraudulento.
Pero lo verdaderamente grotesco de su voto es que el candidato por el que va a hacerlo, ha jurado previa y solemnemente que en la elección presidencial ganó Maduro, a pesar de que le sacaron casi cuarenta puntos de ventaja. Obligan a los ansiosos patriotas postulados a mentir sobre la mentira. Lo cual es un horror y le piden a usted a que se ensucie justificando la inmoralísima situación de paso, rocambolesca políticamente
¿Todo ello no es tan vil, humillante, sucio moralmente para que usted se entusiasme electoralmente? Ningún pragmatismo, salvo el del león que tiraniza y la del servil que acata y calla, puede justificar su decisión. Pero usted, compatriota votante, tiene la palabra. Es cierto, la abstención nunca nos ha servido en este luctuoso cuarto de siglo, pero la elección tampoco. Las mínimas veces que algo hemos obtenido, nos lo han quitado al día siguiente. Pero sobre todo no nos dejemos humillar, salgamos de ésta moralmente erguidos, no postrados y degradados. Es muy importante para ser gente, para ser pueblo, para mañana.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo