Una cuestión de perspectiva, por Tulio Ramírez
Uno de los slogans más utilizados por los comunistas mascaclavos y rodillaentierra es aquel que reza “la religión es el opio del pueblo”. Esta sentencia mil veces escuchada, forma parte de las fórmulas lingüísticas para despachar, sin aviso y sin protesto, una complejísima discusión sobre un fenómeno sociológico que ha existido desde que los primeros humanos buscaron explicaciones a situaciones incomprensibles.
Desde que Marx acuñó esa frase, ha servido de justificación para arremeter contra todo lo que huela a iglesias (no me refiero al español “coleta”), santos (tampoco al colombiano ex. Presidente), sinagogas, mezquitas, curas, monjas, monaguillos, papas, Lamas, pastores e imanes.
El argumento esgrimido, después de una lectura escolar de la Ideología Alemana de Marx, es que las religiones forman parte de la superestructura ideológica que sirve para atontar (léase, drogar) al proletariado evitando que “adquieran conciencia de clase”. Cualquier consideración en contrario es herejía.
Por supuesto, toda regla tiene su excepción y en el caso de Venezuela, ciertas condiciones aplican. Es por estas excepciones que se salvarían de la inquisición ideológica, los santeros, babalawos y brujas (Bonifacia, la Bruja de Casalta es una de las consentidas de los enchufados), así como los lectores de cigarro, cipo y borra, por ser todos ellos “expresiones de la cultura del pueblo y productores de saberes ancestrales tan válidos como los de la ciencia”. ¿Habrá suficiente uña para ese trompo?
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Dentro de esa excepcionalidad que siempre favorece a los panas, es curiosa la tolerancia y hasta admiración por parte de los marxistas criollos, hacia algunas religiones no occidentales “porque insurgen contra la cultura consumista del capitalismo”. Y así, entre excepción y excepción, terminan siendo finalmente la católica y la judía, las religiones más criticadas por los comunistas. Hago esfuerzo y no recuerdo haber escuchado sobre alguna mezquita quemada.
De la religión judía no hablaré porque poco la conozco. Más allá de las series en Netflix, no he tenido oportunidad de profundizar sobre sus costumbres, ritos y maneras de ver el mundo. Los amigos judíos que tengo son normalotes y sobre todo muy discretos con su religión. Nunca los he escuchado despotricando de las otras, y mucho menos repartiendo folletos para reclutar nuevos fieles los domingos a la hora precisa en que estamos desayunando, Lo que sí puedo atestiguar es que son trabajadores como ninguno.
De la religión católica tampoco es que tenga mucho conocimiento. Dios es testigo de mi exigua militancia a pesar de que fui bautizado en ella. Para mí esta es la religión más light y tolerante que existe.
No niego los tenebrosos días de la inquisición, pero es claro que esas prácticas aberrantes (muy parecidas a las purgas comunistas), ya no existen. Los curas no le cortan el cuello a los que no comulgan, ni los fieles carajean a las mujeres cada vez que salen a la calle con la cabeza descubierta.
Por el contrario, lo que recuerdo de mi contacto con la iglesia católica y su personal me ha parecido tan cool, que reafirma mi preferencia religiosa.
Recuerdo a las monjitas en el Barrio Las Brisas de Petare, repartiendo Manteca Los Tres Cochinitos entre los estudiantes más pobres de la escuela municipal Leoncio Martínez. También recuerdo al Padre José Ignacio organizando el equipo de fútbol del Barrio, sin pedir nada a cambio, ni siquiera la obligación de asistir a misa los domingos. Cuantas veces vi al Padre Hilario ayudando a echar bloques para para evitar que un rancho se viniera abajo.
Cuando observo la quema de Iglesias en Chile siento una profunda tristeza. No porque no las puedan restaurar. Si levantaron a Notre Dame en menos de 3 meses, imagínense. Lo que no va a ser fácil restaurar es el alma “aguerrida, contestaría, revolucionaria y profundamente humanista” de esos imbéciles que piensan que destruyendo los símbolos, destruirán todo aquello que forma parte de la idiosincrasia de buena parte del pueblo chileno.
Creo que el verdadero opio son esas doctrinas que persiguen y aniquilan a los que no comparten sus recetas ideológicas. Es una cuestión de perspectiva.
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