Una definición unitaria, clara y temprana, por Gregorio Salazar
@goyosalazar
La gira internacional de Juan Guaidó alcanzó su clímax con la ovación tributada por demócratas y republicanos en medio de la sesión del congreso norteamericano donde Donald Trump presentó su mensaje anual y la posterior reunión de ambos personeros en la Casa Blanca. Dos hechos que rubricaron el sorpresivo periplo que lo oxigenó y lo apuntaló nuevamente como cabeza de la oposición venezolana.
Fue una exitosa ofensiva diplomática que ya va para tres semanas y que ha golpeado al régimen de Nicolás Maduro en varios aspectos nada menores, como poner de relieve ante el mundo la naturaleza criminal del sistema de gobierno que impera en Venezuela, la ilegalidad de algunas de sus fuentes de financiamiento, los oscuros vínculos con sectores señalados como pertenecientes al terrorismo internacional y su gran aislamiento del mundo democrático.
Falta por ver cómo y cuándo regresará Guaidó a Venezuela y cómo será el recibimiento que le deparará el régimen, ya advertido por parte del gobierno gringo que no permitirá impunemente ningún tipo de retaliaciones contra el presidente interino. Sabemos que el régimen durante el tiempo transcurrido desde que Guaidó asumió la presidencia interina no ha traspasado esa raya, pero se ceba en su entorno deteniendo, persiguiendo y hostigando a sus colaboradores.
Para un régimen que se asume infalible e invencible (allí está Delcy tratando de entrar a troche y moche de todo espacio donde la han sacado a escobazos) nunca asimilará que un líder opositor se pasee por dos continentes y ocho países recibiendo reconocimiento y honores de jefe de Estado y las manifestaciones expresas de varios mandatarios de que están dispuestos a acompañar al pueblo venezolano en su lucha por desalojar la dictadura madurista. De modo que en lo que espera a Guaidó a su regreso, pese a las advertencias y aunque parezca poco probable su detención, cualquier cosa puede pasar.
Si Guaidó no encontrara trabas para su ingreso y se reincorporara a sus actividades en el plano nacional al frente de la AN y en su rol de cabeza del sector ampliamente mayoritario de la oposición, lo esperará una muy ardua tarea. La primera y probablemente la más laboriosa será unificar a los sectores del G-4 en torno a la ruta a seguir en 2020, año de elecciones legislativas.
En las entrevistas que concedió Guaidó a medios internacionales no dejó ver una posición clara y definitiva sobre la participación electoral, vía de la cual se manifiestan partidarios aliados como AD y sectores internos de PJ, que lidera Henrique Capriles Radonski. Es la vía también que dijeron aspirar como solución idónea a la crisis la mayoría de los mandatarios que lo recibieron.
Mientras la oposición se define, el régimen ya está en campaña. Mediáticamente ejerce un ventajismo bestial, el mismo que le abre paso a todo el resto de abusos de poder hartos conocidos en el campo electoral. Ya arrancó el lanzamiento de mendrugos en forma de bonos, las inversiones puntuales y efectistas en aquellos estados que consideran clave y donde gobiernan los mimados de la cúpula, el anuncio de construcciones y reparaciones, de incentivos para la producción que nunca llegan. Todo un mundo de avances y ensoñación que desaparece como hojarasca barrida por el viento tan pronto consiguen sus fines electoreros.
La ruta electoral requiere una definición unitaria, clara y temprana, la exigencia de garantías no solamente en cuanto a un organismo electoral equilibrado y confiable, sino para el mismísimo desempeño cotidiano de las organizaciones partidistas, prácticamente proscritas y con dirigentes en el exilio, presos o inhabilitados.
Ante una dictadura cada vez más huérfana de apoyo popular, la aspiración es que Guaidó sea capaz de movilizar la enorme corriente opositora para potenciar su capacidad de reclamo y poder electoral e ir de desbloqueando de este mismo año la ruta pacifica para el rescate de Venezuela comenzando por triunfar aplastantemente en las legislativas y mantener el control de la Asamblea Nacional.