Una democracia generacional, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
A lo largo de varias semanas, me he dedicado a crear algunas prosas asociadas a las debilidades y fortalezas de la democracia como sistema político por excelencia. Desde mi tintero he presentado las preocupaciones sobre las amenazas que acarrean los intentos del populismo por hacerse con el poder, teniendo de por medio las facilidades que les proporciona este sistema. No obstante, siento el compromiso de hablarles de otro de los grandes riesgos que debe enfrentar, de manera urgente, la democracia. Me refiero a la ausencia de liderazgos frescos, capaces de imaginar ese nuevo sistema democrático que tanto necesitan, el mundo, junto a las presentes y futuras generaciones.
A propósito de los ya seguros 8 mil millones de habitantes que alcanzará nuestro planeta en noviembre de este año (2022), es propicio pensar y repensar, cuáles son las alternativas de elección de liderazgos que tienen las nuevas generaciones y cómo, aquellos que están o deberían estar, de retirada pueden apoyar la recomposición necesaria de la política y con ello encontrar el camino para que la democracia conquiste nuevos aires y pueda ser adaptada a las realidades, presentes y por manifestarse. Pues la respuesta es sencilla, haciendo lo que todo ser humano hace al alcanzar la, fríamente, longevidad: abrir el camino y dejar una herencia que sea lo suficientemente sólida para quienes deben continuar hacia adelante.
No obstante, en política conseguir que se cumpla ese sencillo principio biológico de la vida, luce como un túnel al que nadie quiere entrar. Pensar en pasar al retiro o sencillamente asumir el rol de gran consejero, suena a insulto, sobre todo para quienes han permanecido en una posición privilegiada en el mundo de la política.
El asunto se pone más rudo cuando por alguna circunstancia no se ha conseguido lo que la gran mayoría persigue: gobernar. Administrar un Estado. Esa meta, agota, perspicazmente, la posibilidad de que los escenarios políticos sean ocupados por personas con la fortaleza, la temeridad y astucia necesaria. Que con su vigor inspire la confianza que suele producir la novedad.
Si damos una mirada alrededor del mundo, se puede notar, con escasas excepciones, que el mundo democrático se encuentra en manos de personas cercanas a los setenta u ochenta años. No es que, por la mayor cantidad de años en la valija de la vida de algunos líderes políticos, se deba descartar su sapiencia y el valor de sus ideas. ¡No! No se trata de eso. Pero el mundo está girando a una velocidad que genera vértigo y por ello se requiere de alguien que al estar al frente del gobierno, incluso en oposición a este, sea capaz de soportar las variaciones que ofrecen las fuerzas centrifugas y centrípetas que se están generando en contra del mundo libre.
Incluso, se requiere que, en su debido momento, tenga la posibilidad de crear opciones que le permita ir en contra de esas fuerzas. Para lograrlo, se requiere fuerza y sabiduría. Y esta última puede y debe ser apoyada por la experiencia consejera.
Pero es que el asunto va mucho más allá de la cabeza de gobiernos, también quienes permanecen en sus estructuras, como las instituciones independientes y autónomas garantes del equilibrio entre el poder que ofrecen los gobiernos y los ciudadanos. También en ellas se requiere un gran cambio generacional que permita cumplir con su deber, adaptándose a los nuevos retos que en el mundo se están produciendo, o mejor aún en sus localidades.
Mucho se dice sobre el hacerse de una carrera en alguna de esas instituciones, pero una cosa es que para el momento de haber arribado a ellas funcionaba lo que se hacía y otra es que se encuentre en la misma condición para enfrentar la actualidad.
Por otra parte, las nuevas generaciones políticas, esas a las que reconozco como la democracia generacional, esa que está enviando claras señales de que siente un penoso, pero peligroso, aburrimiento del mundo político, se aparta de ella y prefiere dejar que la vieja escuela permanezca en las posiciones claves, actitud que solo aportará problemas para su futuro, debería recibir mensajes claros de cambios, de lo que se conoce en carreras de relevo como el pase de testigo. Porque la dinámica necesaria para consolidar y fortalecer al sistema democrático se va anquilosando en opciones que doblan o triplican las edades de la generación de relevo, reteniendo incluso ese testigo que debió ser transferido para alcanzar la meta.
Visto de esta manera, los partidos políticos, lejos de cuestionar a quienes les advierten que hay que intentar nuevas opciones, deben concentrar sus esfuerzos por redescubrir la democracia generacional y promover los cambios necesarios para atraer, nuevamente, a la fuerza de la juventud. Esta vez, no como soporte para una protesta, una gran marcha o simplemente para que ejerzan el voto, sino como actor principal.
Se hace necesario que la voz de las nuevas generaciones democráticas tenga una clara representación y que los antecesores admitan y se conviertan en sus grandes mentores, sin imposición y a la luz del mejor de los modelos a seguir.
No queda demasiado tiempo para continuar enfrascados en las discusiones, ya por demás estériles, de que los mayores sigan considerando que los jóvenes no son capaces de llevar a buen término una transición política en cualquier lugar del mundo; mucho menos que los jóvenes perciban a los mayores como los «dinosaurios» de la política que no permiten avanzar hacia el futuro de sus anhelos.
Más bien se trata de encontrar los elementos que permitan asociar ambas generaciones, para así lograr la transformación que se reclama para una mejor democracia, con adaptaciones, con señales de que está encontrando su mejor versión para este presente y el futuro. Y cuando ocurra que ella se encuentre demandando una nueva versión, estos mismos jóvenes, sean capaces de abrir las opciones de actualidad y se enfoquen en un nuevo periodo de renovación.
En resumen, creo que es tiempo para que todos en el marco de la política, sobre todo los partidos, comiencen a pensar en serio sobre lo aquí he comentado. Porque para el bien del mundo libre, ese que cuenta con la democracia como su mejor opción de gobierno, es necesario que surjan más Sanna Marin (primera ministra de Finlandia que con sus 36 años se le ha plantado a la vieja opción dictatorial representada en la figura de Vladimir Putin), con el cuidado de evitar a otros tantos jóvenes lideres que más bien interfieren con el buen funcionamiento de la democracia.
Luis Ernesto Aparicio M. es Periodista Ex-Jefe de Prensa de la MUD
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