Una luz de esperanza en la derruida institucionalidad guatemalteca, por Jahir Dabroy
Luego de un proceso electoral marcado por la incertidumbre, en el que salieron de la palestra política varios candidatos incómodos al régimen, Bernardo Arévalo, quien no era visible en las encuestas, se coló en la segunda vuelta y arrasó, dejando la sensación de que se avecina un futuro político diferente en el país. Tras su victoria, fue tal el ímpetu con el que se intentó evitar su posesión, bajo decisiones políticas disfrazadas de jurídicas por parte de autoridades electorales y judiciales corruptas, que incluso su juramentación se atrasó previo a la media noche.
El 14 de enero, día de asunción del nuevo presidente, los legisladores opositores intentaron neutralizar a los diputados del Movimiento Semilla con una serie de argucias en el Congreso de la República, con el objetivo de impedir que compitieran por la Junta Directiva. Sin embargo, en una hábil jugada estos lograron revertir la decisión luego de una negociación que finalmente les permitió, no solo llevar adelante la esperada posesión presidencial, sino también hacerse con el control de la Junta Directiva del Legislativo. Sin embargo, recientemente la Corte de Constitucionalidad ordenó repetir el proceso por la suspensión que pesa sobre el partido Movimiento Semilla y que los dejaría fuera de la Junta Directiva.
¿Quién es Bernardo Arévalo?
Bernardo Arévalo es hijo del expresidente Juan José Arévalo Bermejo, quien ocupó dicho cargo entre 1945 y 1951. Esto fue producto de la Revolución de 1944, que fue parte de lo que se ha conocido en la historia del país como la «primavera democrática», un espacio de tiempo en el que se intentó cimentar una democracia muy incluyente para su época y que sucumbió ante los intereses de la United Fruit Company que contó con el apoyo del gobierno de EE.UU. El proyecto político cayó en 1954 con el derrocamiento de Jacobo Árbenz y la denominada Contrarrevolución, liderada por Carlos Castillo Armas.
La caída del Gobierno implicó el exilio de Juan José Arévalo, lo cual conllevó a que Bernardo Arévalo naciera en 1958 en Montevideo, Uruguay. El pasado parece haberse convertido en una fortaleza del hoy presidente, pues le ha permitido tener una visión mucho más cosmopolita y progresista para un país que ha destacado por un conservadurismo muy fuerte, amparado en el bajo nivel educativo de buena parte de su población.
Estudiar sociología en Jerusalén, desempeñarse como diplomático de carrera y haber estudiado un doctorado en Países Bajos, son tan solo algunos de los logros de la hoja de vida de Bernardo Arévalo. Aunado a ello, en la legislatura pasada (2019-2024), ejerció como diputado en el Congreso de la República, siendo el jefe de bancada de su partido, Movimiento Semilla.
Pese a estos logros, su personalidad tranquila y moderada, en una sociedad acostumbrada al autoritarismo convencional, no le permitió una mayor exposición mediática. No fue sino hasta que ganó su pase a la segunda vuelta, producto del descontento de la población con la clase política tradicional y sus prácticas corruptas, que comenzó a ganar protagonismo de la mano de diputados jóvenes, como el caso del diputado, Samuel Pérez (31 años), que lo posicionaron en redes sociales ante la juventud guatemalteca.
En las elecciones, Bernardo Arévalo fue capaz de capitalizar el descontento con la corrupción, el abuso de autoridad y la incapacidad de los gobiernos anteriores para solucionar los problemas más elementales de la sociedad. Una sociedad sumida en la desconfianza, la pobreza, la marginación histórica de sus pueblos indígenas, y en la instrumentalización de la figura de Dios y la religión como mecanismo de legitimación del saqueo de las instituciones públicas. Todo esto ha generado la pérdida de credibilidad de los guatemaltecos en sus instituciones que han sido utilizadas de manera discrecional para cometer cualquier fechoría, sin ningún respeto hacia el Estado democrático de derecho.
Una sensación de esperanza
Hoy, además de un nuevo presidente, hay una sensación de esperanza de que se puede recuperar el país. Pero por otro lado, los corruptos y vividores del Estado están tramando una serie de acciones, articulaciones y negociaciones para intentar revertir esta esperanza, y es que el temor a la persecución penal es más que evidente.
Los retos no son pocos y varios ya fueron mencionados por el presidente Arévalo en su toma de posesión en la cual estuvo ausente el propio presidente saliente Alejandro Giammattei. Rezagos evidentes en educación, en salud, seguridad pública, lucha contra el narcotráfico, la trata de personas y de armas, la necesaria mejora en indicadores de seguridad alimentaria y nutricional, la inclusión en la toma de decisiones de los pueblos indígenas -actor protagónico para que se diera la transición de mando- y mejoras en infraestructura, son algunos de los problemas que padece la ciudadanía guatemalteca y deberán ser atendidos en el corto plazo.
El nuevo Gobierno ha anunciado que anunciará los primeros resultados en los primeros tres meses. Esto, sin embargo, parece poco viable teniendo en cuenta las complejidades del propio Estado. Hay que tener en cuenta que el aparato estatal está plagado de sindicatos con intereses espurios, funcionarios que intentarán poner trabas en los distintos ministerios y secretarías, un Ministerio Público que probablemente continúe acechando a los miembros de este proyecto político y diputados acostumbrados a la corrupción y el abuso de poder.
El reto no es pequeño. Pero esta es una gran oportunidad para el presidente Arévalo de cimentar las bases de una transformación democrática mucho más plural, incluyente y participativa para la sociedad guatemalteca. En esta línea, lo primero debe ser recuperar la institucionalidad del Estado.
Hoy en Guatemala se percibe un rayo de luz luego de la oscuridad de los últimos gobiernos, pero las expectativas deben ser prudentes. Lo que sí podemos plantearnos a la brevedad es una forma distinta de hacer política y de ver hacer política a nuestros políticos. Suena a trabalenguas, pero tiene sentido.
Jahir Dabroy es profesor e investigador especializado en temas sociopolíticos de Guatemala y América Latina. Doctor en Administración Pública y Políticas Públicas.
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