Una mancha en la sotana, por Fernando Mires
En la ya muy divulgada entrevista concedida por el Papa el 09.03.2024 a Lorenzo Buccella, periodista de la Radio Televisión Suiza, publicada después en la revista Cliché, fue formulada la siguiente pregunta: En Ucrania hay quienes piden el coraje de la rendición, de la bandera blanca. Pero otros dicen que esto legitimaría a los más fuertes. ¿Qué opina?
Y esta fue la respuesta de la discordia pronunciada por el hombre más llamado a buscar la concordia: el Papa.
Es una interpretación. Pero creo que es más fuerte quien ve la situación, piensa en el pueblo y tiene el valor de la bandera blanca y negociar. Y hoy se puede negociar con la ayuda de las potencias internacionales. Están ahí. Esa palabra negociar es una palabra valiente. Cuando ves que estás derrotado, que la cosa no va, tener el coraje de negociar. Y te avergüenzas, pero si sigues así, ¿cuántas muertes (habrá) entonces? Y acabará aún peor. Negociar a tiempo, buscar algún país que haga de mediador. Hoy, por ejemplo con la guerra de Ucrania, hay muchos que quieren hacer de mediadores. Turquía, por ejemplo… No avergonzarse de negociar antes de que las cosas empeoren».
La discordia pública provocada por las palabras de Francisco en la entrevista –evidentemente preparada para que el Papa diera a conocer su opinión sobre la de Ucrania y otras guerras- no proviene del hecho de haber pedido una negociación. Las guerras terminan a veces con negociaciones y otras veces no (la segunda Guerra Mundial terminó con la rendición y destrucción casi total de Alemania). Hay otras que terminan con negociaciones con y entre terceros, como fue el caso de las que llevaron al fin de la guerra del Vietnam cuando EE UU a través de Kissinger buscó conversaciones con la URSS y, sobre todo, con China.
La discordia desatada por el Papa viene del hecho de que en el orden gramatical, la negociación ocupa un segundo lugar después de la rendición, o sea que, según Francisco, la negociación debe resultar de la rendición de Ucrania, y no al revés.
Lo asombroso es que la respuesta del Papa coincide exactamente con la posición de Putin frente al tema de las negociaciones. A la inversa de Putin y del Papa, la posición de Ucrania exige, como condición para negociar, que Putin retire sus fuerzas militares pues ninguna nación puede negociar con otra si su territorio se encuentra ocupado por un invasor. Entonces, nótese la diferencia: Putin pide la rendición de Ucrania, Zelenski pide solo la retirada de Putin. El Papa, a su vez, al pedir la rendición como condición para la negociación, exige, no sabemos si conscientemente, la entrega de, o de gran parte de Ucrania, a Rusia. Con el perdón de los feligreses, creo que no hay otra forma de interpretar esa respuesta.
El problema es gordo. ¿Por qué Francisco, pide, como Putin, solo la rendición de los ucranianos y no la retirada de los rusos? La respuesta vaticana deja entrever que el Papa ha dado por definitivamente perdida a Ucrania, y al darla por perdida, confiere – ¡en medio de una guerra que está lejos de estar terminada!– el rango de vencedor a la Rusia de Putin, un país armado hasta los dientes que en más de dos años solo ha logrado avanzar unos pocos kilómetros desde que comenzó la invasión. En otras palabras: no entre líneas, sino directamente, Ucrania debe someterse a los deseos del dictador coronado ya, por Francisco, como vencedor.
Que Francisco se dirija solamente a los ucranianos y no a los rusos es ética y políticamente inadmisible, más todavía si se considera que, como en toda guerra, hay dos partes responsables de la que una, Rusia, no solo ha sido omitida, sino además, queda liberada de toda crítica moral y religiosa.
Esto significa que el Papa asume, otra vez, la versión de Putin, propagada por tanto canalla con acceso medial, a saber: que la culpa de la guerra la tiene Ucrania al dejarse convertir por EE UU y la UE en un peón de juego gracias a la colaboración del «fascista» Zelenski. El Papa no llegó a decirlo con esas palabras, pero sí, construyó una inversión radical de la realidad: una interpretación que pasa por alto el hecho objetivo de que Ucrania era y es una nación independiente y soberana, reconocida por la ONU y las naciones que la conforman, incluyendo hasta hace poco tiempo a Rusia; en fin, una nación invadida por un imperio y que, a diferencias de Rusia, nunca ha agredido a ninguna otra nación.
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Naturalmente los países europeos no colaboran con Ucrania por razones filantrópicas, pero sí por razones estratégicas de mucho peso, todas derivadas del hecho de que Rusia, desde 2006 hasta ahora, es un imperio en guerra permanente, como lo ha probado Putin en consecutivas matanzas realizadas en Chechenia, Georgia, Siria, y hoy, por si fuera poco, apoyando a Hamas en el Medio Oriente. A propósito, ¿por qué no pidió el Papa a los palestinos que siguen a Hamas que también se rindan ante Israel? ¿O tiene el Papa dos varas para medir la política internacional?
Mirando desde una perspectiva europea vemos en Ucrania dos vías paralelas de guerra: una directa, la legítima defensa de los ucranianos frente a un imperio invasor; otra indirecta, la también legítima defensa preventiva de Europa llevada a cabo por los ucranianos con armas norteamericanas y europeas en contra de un dictador, Putin, uno que ha violado toda la legislación internacional y que no se atiene a ningún acuerdo.
Desde el punto de vista jurídico, Putin no está (por ahora) en guerra con Europa, pero desde el punto de vista político, la guerra involucra y concierne a toda Europa. Más todavía: Putin, eso lo debería saber Francisco, es un mandatario que lo tuvo todo para convivir amistosamente con los países europeos e incluso con los propios Estados Unidos. Nunca hubo antes de la guerra de Putin a Ucrania una agresión de ningún país democrático, ni de facto ni verbal a Rusia. La expansión de la OTAN, entendida históricamente, fue siempre consecuencia de petitorios de países vecinos de Rusia al sentirse amenazados, sobre todo después de las espantosas excursiones punitivas de los ejércitos rusos en Chechenia, Georgia, y aún más allá, en Siria. El crecimiento, e incluso, el renacimiento de la OTAN, lo debe Europa a Putin y a nadie más.
El Papa argumentará, seguro, que sus razones no son políticas sino humanitarias. O que sus palabras solo buscan salvar la vida de los habitantes de Ucrania pues para un cristiano es insoportable ver tanta sangre derramada sin decir o hacer algo en contra. De acuerdo. Pero también es cierto que un Papa debe saber que en una guerra intervienen por lo menos dos y, por lo mismo, un llamado a bajar las armas debe ser hecho a los dos «partidos». Sin embargo, Francisco interpela a uno solo, dejando la fea impresión de que actúa a favor de uno en contra del otro. Eso es justamente lo que no podemos aceptar –cristianos y no cristianos– en Francisco: que él sea un Papa para quien la diferencia elemental entre invasores e invadidos no cuenta, como tampoco cuenta la diferencia entre democracias y dictaduras.
Puede que al Papa no se le haya pasado por la cabeza que una rendición de Ucrania a Rusia no es una cuestión de honor, sino un acto que podría llevar a la continuación de la guerra bajo otras formas. Puede ser también que el Papa no entienda la historia de Rusia y crea que el Putin de Bucha y Mariupolis es más bueno que el Stalin del Maldoror (muerte por inanición de siete millones de ucranianos). Puede ser que tampoco Francisco se haya dado cuenta de que Putin no solo reivindica, sino continúa, el relato de Stalin, el de la pertenencia no solo cultural sino psicológica de los ucranianos a Rusia.
Puede ser que tampoco se haya enterado de las deportaciones de niños ucranianos a Rusia. Puede ser incluso que haya pensado que el reciente asesinato de Navalni no fue ejecutado por orden de Putin, ni se explica por qué Navalni ha devenido en símbolo de muchos rusos asesinados en los campos de concentración de Siberia.
En fin, puede ser que Francisco no intuya lo que significaría una «pax rusa». Pero los ucranianos sí lo intuyen; peor aún, en los territorios arrasados por Rusia, lo viven. La «pax rusa» significa para ellos persecuciones, delaciones, servicios secretos, asesinatos, campos de concentración, tal como hoy sucede en la por Putin «pacificada» Chechenia, bajo el mandato de su perro de presa, Kadirov. Eso debería saberlo Francisco antes de hablar de rendiciones. ¿Y tampoco sabe nada Francisco de las cárceles y torturas en Bielorrusia después del aplastamiento putinista de la revolución democrática?
Rendirse ante Putin significa desde un punto de vista ucraniano, elegir entre dos muertes: o morir en campos de batalla o morir en campos de exterminio ¿O imagina el papa Francisco que rusos y ucranianos confraternizaran en una Ucrania rusa y rusificada, bebiendo vodka y bailando al son de las balalaicas?
Tiene razón el papa Francisco cuando dice que una rendición, bajo determinadas condiciones, puede ser un acto de valentía, al elegir las vidas humanas sin prestar oídos a un falso heroísmo. También podría ser, agregamos, una decisión política. Pero ¿ha pensado el Papa acerca de las consecuencias morales y políticas que traería consigo una rendición de Ucrania?
Imaginemos por un instante que Ucrania es totalmente diezmada, que la ayuda europea no aparece, que en EE UU se ha impuesto el trumpismo, y que no hay más alternativa que entregar Ucrania a los rusos. ¿Qué significaría todo eso para la política internacional? Significaría simplemente que Putin ha logrado imponerse al conjunto del orden político mundial. Peor aún: significaría que Putin habría impuesto sus deseos destructivos por sobre toda una legislación internacional que, desde la posguerra, rige las relaciones de naciones y estados del mundo, incluyendo dentro de esos estados, al propio Vaticano.
El Papa del Vaticano es el guía espiritual del mundo católico, pero a la vez es el representante de un estado europeo, en un continente tributario de las tres fuentes tradicionales de la cristiandad, las que de acuerdo a Benedicto XVI son la religión judía, la filosofía griega y el derecho romano. Para el mismo Benedicto XVI, quién continúa en ese punto a Juan Pablo ll, hay una alianza implícita entre Iglesia y democracia. Pues bien, a esa alianza ha sido infiel el Papa Francisco. Peor aún: ha callado frente a las permanentes violaciones cometidas por Putin, no solo a la incipiente democracia que existía en Rusia antes de su llegada, sino en contra de muchas leyes que se desprenden del derecho internacional.
Efectivamente, si Ucrania se rinde y la Rusia de Putin resulta vencedora, todo el derecho internacional surgido desde la sangre vertida en dos guerras mundiales, perderá su vigencia y todos los crímenes nacionales de Putin no solo quedarán impunes -lo que probablemente sucederá- sino también los crímenes colectivos, las masacres en ciudades indefensas y el no reconocimiento a los acuerdos firmados por las diversas naciones del globo, se convertirán en actos legítimos, no solo para Rusia sino para cualquiera dictadura que quiera practicarlos.
Francisco, en su calidad de representante de estado, está en la obligación de dar conocer las permanentes violaciones de Putin al derecho internacional. La lista es muy larga. Entre ellas anotemos las siguientes:
- Violación a la Carta 2 párrafo 4 de la ONU que proscribe la violación de las fronteras internacionales reconocidas por la organización mundial.
- Violación a la resolución de 1974 de la ONU que define toda ocupación militar de territorios nacionales ajenos, como agresión.
- Violación del Acta Final de la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa de Helsinki, referente a las fronteras de los países europeos, acta firmada por Rusia.
- Violación al derecho a la autodeterminación de los pueblos y naciones y reconocimiento de Ucrania como nación independiente, de acuerdo a los términos del plebiscito de 1991-
- Violación al tratado de Londres de 1949.
- Violación de las garantías ofrecidas a Ucrania en el Memorándum de Budapest de 1994, firmado por Rusia, EE UU Reino Unido, China y Francia.
- Violación del Tratado de Minsk de 1991 según el cual Ucrania cedió a Rusia 5.000 bombas atómicas a cambio de su reconocimiento territorial como nación independiente, firmado por el mismo Putin.
- Violación del Acta constitutiva de estados independientes que obtuvieron su independencia después del colapso de la URSS, entre ellos, Ucrania.
- Violación del tratado bilateral entre Rusia y Ucrania de 1997 en donde queda estipulado el respeto mutuo a las fronteras nacionales.
- Violación de los acuerdos de Minsk de 2015 que prescribe el uso de armamentos en los territorios del Donbás, cuando Rusia, después de firmar, duplicó su dotación militar en la región.
A esa lista, debemos agregar los innumerables crímenes de guerra cometidos durante la invasión a Ucrania. Ahora bien, después de conocer ese prontuario, la pregunta que arde, es: ¿A ese gobierno forajido, incapaz de mantener un acuerdo más allá de algunos meses sin violarlo, debe rendirse Ucrania?
Una respuesta podría ser la de un cristiano ortodoxo: Francisco no se expresa de modo político o jurídico, pues la palabra de Jesús no se rige por el reconocimiento de las leyes terrenas sino por una ley superior que es la del Amor al prójimo. Bien; supongamos que así sea. Pero quien tenga un mínimo conocimiento de los evangelios, sabe que Jesús demuestra que el amor de Dios, si bien está situado más allá de la Ley, no está nunca en contra de la Ley. O como explicó Benedicto XVI, Jesús no predicaba fuera de la ley, sino más allá de ella, y ese más allá, requiere del conocimiento de la ley. Fue el mismo Jesús quien, además, nos dijo; «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas; no he venido a abolirla sino a darle plenitud» (Mateo 5, 17-19). Válidas palabras, sobre todo para una Iglesia terrenal, cuya tarea es la prédica de su verdad, pero en un mundo regido por hombres y no por ángeles.
En una segunda parte de la entrevista, el periodista Buccella indujo a Francisco a hablar sobre el color blanco de la sotana papal. Una interesante conversación. El Papa, tal vez de acuerdo a la relación entre la blancura y la oscuridad subyacente en el mito de la caverna de Platón, habló del color blanco como el color de la esperanza, de la alegría, del amor, en contra de la oscuridad del color negro. El periodista mencionó también el color blanco de la bandera de la rendición, interpretada como el color de la paz. Pero el Papa, llevado quizás por una inconsciente asociación, adujo que el color blanco atrae a las manchas.
En el mismo sentido del lenguaje simbólico en que ambos interlocutores se habían enfrascado, me fue imposible pensar en que la alusión de las manchas negras sobre el color blanco, es cierta. En esa entrevista, las respuestas de Francisco son, efectivamente, manchas, manchas a su sacra investidura. Y así puede que permanecerán para el después: como manchas atraídas por la blancura de la sotana papal.
Referencia: PAPA FRANCISCO – LA ENTREVISTA (polisfmires.blogspot.com)
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
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