Una mirada a la palabra Marginal, por Rafael Antonio Sanabria M.
Se ha extrapolado el concepto de marginalidad al de pobreza extrema y humildad, tal vez por carencia de conocimientos. Es un concepto de marginalidad que denota una realidad que apunta a una sociedad cargada de ausencias. Pero en verdad marginal es quien está fuera (al margen) del tejido social.
No se puede concebir marginal a un individuo porque sea humilde, de bajo nivel académico, de origen discriminado (pueblo o ciudad) o de espacio geográfico comparado (rural o urbano). El concepto de marginal se define como el convivir al margen de las leyes de un país, situación sí que contribuyen a la consolidación de un ambiente de carencias, que ocasionan flagelos comunitarios que perturban la sociedad
En nuestro país, a los lugareños de barriadas populares, de manera ligera se les dice marginales. Pero esta palabra va mucho más allá de catalogar al hombre por la simple percepción que se tenga de su espacio de habitabilidad. Puede decirse que, al contrario, catalogar de marginal al desposeído sí es verdaderamente marginal.
Se suele opinar que no se entiende como una sociedad tan rica produzca a veces discursos tan pobres. Y que el problema con la mirada marginal es, a priori, que se desvaloriza ante la pretendida riqueza de la realidad que intenta retratar, porque es una mirada al pie de la letra y una mirada conforme.
Una visión que se confirma (y se conforma) con la esencia presunta de lo que se mira, si ya lo mirado es de por si un acto valioso (gracias a que el individuo le adjudica ese valor), ¿por qué mirar de otro modo?
Entonces la marginalidad es un problema que se deriva de estar al margen de las leyes, pero cómo hacer una aseveración contundente a quienes la ejecutan, si el estado venezolano que es uno de los garantes de esta carga pesada que lleva la sociedad no ha brindado un ambiente donde las leyes urbanas, judiciales y ambientales vayan en concordancia con la evolución de la ciudad, tales leyes no funcionan para nadie del común, por lo que se hacen irrespetuosa en su moral y ética. Hemos estado sumergidos en un sistema de representatividad que lo que ha hecho es mentir. Nosotros no somos más que aquellos que dicen ser nuestros representantes políticos, institucionales, sindicales, autoridades de estructuras estatizadas, fosilizadas en función de intereses grupales, llámense oligarquías, sindicatos, partidos o simplemente mafias.
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Pretender hablar de ciudad como sinónimo de progreso es también hacer en la práctica el ideal correcto del orden moral, representado en la voluntad de perfección, donde la idea de la ciudad es la conquista de la naturaleza, la de organizar el mundo en función del hombre.
Ese ideal es el engranaje de lo social, su ejercicio profesional, técnico, su definición para lograr un fin. Pero ese ideal es una meta económica, es una relación metaempírica con el sentido de la existencia y el ideal del bien común.
La marginalidad y la pobreza se enfrentan el orden de la ciudad, lo cuestionan lo emplazan, lo ponen en crisis. La ciudad alimenta dos sistemas urbanos, dos formas de ocupación del espacio, dos sistemas de valoración y representación. Una sobrevive a duras penas: la formal. la planificada, la legal, la ordenada, la acuartelada en los edificios, en las casas con muros cada vez más altos, las enrejadas, restos de lo que queda de la monumentalidad del ideal nacional autoritario, las urbanizaciones privadas y los sistemas inconclusos de conectores viales.
La otra la informal, que deambula, se desplaza, que se apropia sigilosamente de tantos espacios como de los horarios, del lenguaje, no reconoce fronteras. La ilegal, la pobre, la desordenada, la sin servicios, sin aceras, sin plazas ni iglesias, los laberintos de platabanda, los sobrevivientes ¿ha sido este el ideal de la democracia?
Con el crecimiento desaforado de la delincuencia, no sólo aquella armada y subrepticia sino también de los comerciantes tramposos, de los garantes de la ley violadores de ella y de tantos otros que actúan al margen del buen vivir, estamos al borde de constituirnos en un país de marginales, como ya hemos visto casos.
En fin, hay que construir el valor, el orden moral, la idea, la memoria no para guardarla sino para transcurrir como el autobús, humana y estéticamente.