Una muy caraqueña experiencia límite, por Tulio Ramírez

Hoy les quiero comentar sobre las llamadas «experiencias límite». Este no es un concepto extraño a los caraqueños porque, aunque se diera el caso de que alguno no conociera el significado, lo viven a diario como habitantes de lo que antiguamente era conocida como «la capital del cielo».
Comencemos por el principio. Este concepto fue acuñado por el filósofo y psiquiatra Karl Jaspers. En términos sencillos, es una circunstancia de la vida que, en las primeras de cambio, pareciera imposible de cambiar, eludir o evitar. Son límites fundamentales de la existencia humana, momentos de crisis profunda que nos llevan a confrontar la fragilidad de nuestra existencia y la finitud del ser.
Si bien estas experiencias no siempre terminan en tragedias, podrían terminar en un desenlace no deseado. Cuando así sucede y no hay reparación posible como en el caso de la muerte, son catastróficas. En caso contrario, tales experiencias extremas pueden servir de aprendizaje, ayudar a agudizar nuestro instinto y destrezas para sobrevivir, revalorizar la virtud de la prudencia y el autoconocimiento de nosotros mismos.
He vivido experiencias límite. Han sido pocas, pero las he vivido. Recuerdo la vez que aterrizando en el aeropuerto Kennedy en Nueva York, en medio de una tempestad huracanada, vi el ala derecha del avión rozando la pista de aterrizaje. El pánico era colectivo. En mi vida había visto a aeromozas arrodilladas y rezando en voz alta. Tampoco a gringos de 2 metros, abrazando aterrorizados al pasajero del asiento contiguo, cual niños que han visto un fantasma. En esos segundos rebobiné mi vida completa.
Pensé que no lo contaría. Milagrosamente el piloto logró levantar la nariz del avión y aterrizar después de tres vueltas buscando el mejor ángulo. Esa experiencia fue tan límite como aquella cuando mi suegra apareció en la casa con dos maletas y un chinchorro terciado en el hombro. Se me fueron los tiempos, vi mi vida completa transcurrir en cámara rápida. Afortunadamente me repuse rápidamente cuando advirtió que no venía a quedarse sino a guardar las maletas y el chinchorro ya que no tenía espacio en su casa.
Esas son experiencias límite muy personales que no necesariamente le pasan a mi vecino o a todo el que viaja en un avión. Cada uno de nosotros tiene alguna experiencia de este tipo que contar, de eso estoy seguro. Las contamos en fiestas, velorios, en la cola para esperar el camión que trae las bombonas de gas, en los reencuentros con los amigos de la infancia, en la barra del bar de siempre, en fin, donde haya alguien dispuesto a escucharla.
Otro asunto son las experiencias límite colectivas. Son las generadas cuando estamos en medio de catástrofes naturales como terremotos, tsunamis o inundaciones. La experiencia colectiva no aminora el miedo individual, pero puede desarrollar acciones de solidaridad y de ayuda mutua, haciendo florecer lo más altruista de nuestra personalidad. No son sucesos que se presentan a diario, pero cuando se presentan aterran.
Cosa diferente son las experiencias límite que se viven día a día y son normalizadas. Es el caso del diario transitar por la autopista Francisco Fajardo. Si vas de Petare a Caricuao, es una hora y media de angustia, estrés, miedo, palpitaciones aceleradas y pensamientos catastróficos ante la posibilidad de que una tragedia trunque la llegada a tu destino.
Además de tener que cuidarnos de los motorizados que, de manera imprudente, chatean mientras transitan en una eterna caravana a 100 kilómetros por hora; también debemos cuidarnos de las busetas que transitan por la vía rápida y se te enciman peligrosamente mientras piden paso a cornetazos. Ante el acoso de la buseta, no te puedes cambiar de canal por los motorizados que te lo impiden y, paralelamente, debes estar muy atento a la vía para no arrollar a los suicidas que cruzan la autopista cargando un tobo con lo que consiguieron en el Guaire.
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Por si no bastará a esa experiencia se le suma la altísima probabilidad de que funcionarios motorizados de esos de los que no se pueden nombrar, haga señales para que te orilles a la derecha. Si tienes los papeles en regla, te piden la factura de los cauchos y, si la tienes, es posible que te amenacen, no con una multa, sino con años de cárcel porque «obstaculizaste» una supuesta persecución policial y por lo tanto eres «cómplice» de un imaginario delincuente. Por supuesto tan graves cargos se resuelven con el típico «vamos a hacer una cosa, ayúdame para poderte ayudar».
En esas condiciones llegas a Caricuao tembloroso, con dolor de cabeza, taquicardia, náuseas, respiración entrecortada, la glicemia en 320, la tensión 20/10, el estómago volteado y con ganas de darle un pescozón a quien te reclame por llegar tarde. Eso es lo que se llama una muy caraqueña experiencia límite. Lo peor, es que todavía falta retornar.
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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Sugerencias de Imagen de Portada
- Motorizado en la Autopista Francisco Fajardo (Ideal): Fotografía de la Autopista Francisco Fajardo (AFFA) en Caracas, tomada desde el interior de un vehículo, mostrando el tráfico denso. En primer plano, la figura de un motorizado (preferiblemente un funcionario o alguien que represente «esos de los que no se pueden nombrar») deteniendo o dirigiéndose a un carro.
- Tráfico Intenso con el Guaire de Fondo: Una imagen panorámica de la Autopista Francisco Fajardo, saturada de vehículos (incluyendo autobuses/busetas), con el río Guaire visible y el fondo de edificios caraqueños. El foco debe estar en la densidad y el caos del tránsito.
- Primer Plano de Estrés o Angustia: Un primer plano de una persona (hombre o mujer) con una expresión facial de gran estrés, angustia o frustración, quizás con la mano en la frente, simulando estar dentro de un vehículo atrapado en el tráfico de la ciudad.