Una salida constitucional y democrática, por Sixto Medina
La sociedad venezolana es ahora mismo un poderoso movimiento cohesionado en contra de las enormes y concretas dificultades que envuelven la vida cotidiana de los venezolanos, en contra de la prepotencia del alto gobierno que daba por hecho de que su estructura de dominación se mantendría inalterada y en contra de quienes hacen de la violencia un valor romántico y la aceptan complacidos como un instrumento de lucha política. Si se profundizara un poco más en relación a lo que hoy sucede en el país, habrá que llegar a la conclusión de que la respuesta que la nación está dando al régimen es la más lucida, la más democrática y la más sabia.
La gestión de gobierno de Nicolás Maduro al frente de Venezuela no puede ser calificada sino como la expresión acabada del atraso político; bajo su conducción, el país carece de perspectivas de desarrollo. A la catástrofe económica, así como a la crisis humanitaria que ha hundido a la población en una miseria inimaginable, hace pocos años, en uno de los países con mayor potencial material y humano de América, se ha unido un retroceso de las libertades indispensables para el decoro de vivir republicano con la instauración de facto de un régimen autoritario, que dice ser democrático.
En el mundo de hoy, casi todos los regímenes políticos dicen ser democráticos. Es tanta la fuerza democrática en nuestros días, que nadie se anima a contradecirla abiertamente. Pero no son pocos aquellos, como la Rusia de Putin o la Venezuela de Maduro que la disimulan para soslayar la consiguiente condena, contentándose, empero, solo con sus apariencias. Los únicos enemigos de peso que le han quedado a la democracia, por lo visto, son sus falsificadores.
La democracia como principio de legitimidad postula que el poder deriva del pueblo y se basa en el consenso verificado, no presunto, de los ciudadanos. La democracia, como se ha dicho, no acepta autoinvestiduras, ni tampoco que el poder derive de la fuerza. En las democracias el poder está legitimado, además de condicionado y revocado por elecciones libres y recurrentes. Pero el problema del poder no es solo de titularidad, es sobre todo de ejercicio.
Desde hace más de dos meses, en Venezuela, se ha desatado una tromba política de múltiples consecuencias, pues Nicolás Maduro, se ha saltado la legalidad para alcanzar sus objetivos. La mayoría de los hombres y mujeres que en gran número están participando en las protestas son habitantes de las grandes barriadas que circundan las ciudades, que hace veinte años fueron decisivas para que Hugo Chávez accediera al poder. Lo que está ocurriendo no podría ser descrito como un simple cambio de signo sino como la reversión del apoyo al rechazo. También como la adhesión inequívoca y, claramente, expresada en hacer la historia posible, esa que se construye atendiendo a las exigencias y a los retos de las sociedades que sólo es posible en democracia.
La acción de Juan Guaidó y de un grupo importante de diputados de la Asamblea Nacional (AN), así como de dirigentes políticos y sociales en todo el país, es indisociable del carácter masivo o popular que hoy tiene la lucha porque el poder esté legitimado y porque se encamine al país por sendas de democracia política, de gobierno representativo y de administración responsable y honrada, que la democracia regrese a Venezuela, sin venganzas, con justicia y con respeto al Estado de derecho. Esa es la exigencia del pueblo y la comunidad internacional, en el cual la fuerza armada está obligada a jugar un papel en favor del pueblo, pues tiene que demostrar que es capaz de adoptar una postura única coherente con los principios de la Constitución de la República de Venezuela.
Lo que sucederá en las próximas semanas o meses será muy importante. Hay signos inequívocos en el país de una toma de conciencia del ciudadano en cuanto a que se hace necesario encontrar un camino que permita la integración de esfuerzos para el retorno a un sistema democrático. Los venezolanos hoy tienen lucidez y claridad de la democracia como fuerza transformadora; de que hay que dejar a un lado los enfrentamientos violentos para encontrar una salida democrática a la difícil coyuntura política venezolana que ha estado siempre en trance de estallar en forma de violento sacudimiento colectivo. Los muertos en la última jornada deberían ser los últimos del conflicto y la posibilidad de un enfrentamiento civil debería desparecer del horizonte. Este es el peligro que conviene conjurar con todos los esfuerzos.