Una sorpresiva barajita colombiana, por Gregorio Salazar
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Mientras una docena de unidades de la Armada norteamericana ve acercarse Navidades y el fin de año anclada en el Caribe, el discurso de la administración Trump sobre su objetivo final y la forma de conseguirlo va y viene, avanza y retrocede en un plano de ambigüedad que sus voceros y esperanzados seguidores consideran esencialmente estratégica.
Eso pasa por suponer que desde la Casa Blanca aplican un recetario de maceración y cocción –¿a baño de María?– con el que tratan de mantener todas las opciones abiertas, desde alguna forma de intervención militar hasta una rendición del régimen que encabeza Nicolás Maduro –para el que ya agotaron todas las calificaciones de ilegalidades posibles.
La apuesta incluiría, pues, una combinación de presión militar y un diálogo atiborrado de incentivos, incluida la largada con impunidad, para la cúpula. Una solución que Sun Tzu, ese estratega militar chino de magisterio siempre vigente, aplaudiría a rabiar desde su tumba milenaria. Claro, y otro pocotón de gente también, solo si de superar esta etapa se trata.
En medio de ese juego de especulaciones cayó sobre el tapete una baraja saltada de las manos de la canciller colombiana, Rosa Villavicencio, cuarta en ese cargo en el gobierno Gustavo Petro, cuya gestión navega en aguas cada vez más turbulentas.
La señora Villavicencio declaró a la reputada agencia informativa Bloomberg, su percepción de que Maduro pudiera aceptar dejar el poder en manos de un gobierno de transición, siempre y cuando no se le sigan juicios ni sanciones.
Leámosla textualmente: «Creo que Maduro aceptaría ese planteamiento (…). Puede irse sin que tenga que pasar a lo mejor por la cárcel y que venga alguien que pueda hacer esa transición y que pueda haber unas elecciones que estén legitimadas».
Ese «legitimadas» recuerda por contraste que Colombia no ha reconocido la fraudulenta «elección» de Maduro el 28-J del 2024.
A las pocas horas vino el desmentido del gobierno colombiano, señalando que no apoyaba tal propuesta y que «no tiene injerencia en los asuntos internos de los demás países» (Sic). Pero ni falta que hacía. Eso no anulaba el hecho cierto de que la fórmula está allí, quedó presente y a la disposición de los actores en juego, venezolanos y gringos.
En un escenario donde se agudicen aún más las tensiones cualquiera de las dos partes puede servirse de ella, adicionando los componentes, condiciones y concesiones, que la hicieran cristalizar. Es lo importante.
¿Fue una salida unipersonal de la canciller Villavicencio? ¿Jugó al «dibujo libre»? Si algún ministerio ha sido escenario de tormentas para el gobierno de Petro –a excepción de la gestión de Luis Gilberto Murillo– ha sido Relaciones Exteriores, comenzando por la actuación del excanciller Álvaro Leyva, quien desató un terremoto político con sus acusaciones sobre la conducta de Petro –extravíos y supuestos consumos—que hizo tambalear al gobierno colombiano y deterioró su imagen a un punto del cual todavía no se levanta.
Y si se trata de Laura Saravia, que adonde va lleva la conflictividad a rastras, no se sostuvo seis meses en el cargo. Nos preguntamos si aún así desde el despacho de Relaciones Exteriores se permitirían más improvisaciones y espontaneidades, a espaldas de Petro, en un tema tan delicado como las relaciones con Venezuela.
Cabe la duda.
También, por supuesto, hubo la tajante respuesta desde voceros del régimen venezolano. Aquí no se raja ni se entregará nadie hasta el final de los tiempos y quien crea lo contrario es «un rolo e´gafo», para decirlo con las palabras del ministro del Interior.
La orden, hasta nuevo aviso es la del atrincheramiento general. Apresto militar, movilización permanente y, si fuera necesario, la vuelta a la lucha armada, la guerra asimétrica a lo vietnamita por unos cien años, según se dice, para alcanzar una victoria –en el 2125, aproximadamente– que no verían ni los actuales jefes. Nada menos.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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