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Una tremendura, por Pablo M. Peñaranda H.



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Claudio Cedeño
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Opinión TalCual | octubre 24, 2022

Twitter: @ppenarandah


Ya había participado un par de veces en ayudar a darle vida a las exposiciones de las pinturas de Claudio Cedeño Rodríguez. En algunos casos, en el  traslado de las obras, en otro, ayudando en el montaje y más de las veces, organizando las invitaciones y los recordatorios para el día de la inauguración.

En esta oportunidad yo tomé la iniciativa, por la aventura de nuestra amiga América —la cual vivía inmersa las 24 horas del día en el arte y en cuidar y educar de forma esmerada un trío de chicas encantadoras—, quien se aventuró con gran vivacidad a abrir una galería de arte.

Acudí a ella para mostrarle unos dibujos de Claudio sobre los mangles de Paraguaná, hechos en  pliego  de papel Fabriano. De inmediato le fascinó la idea de hacer una exposición con una veintena de dibujo y me planteó que nosotros nos encargáramos de la marquetería y ella de todo lo referente al catálogo y el vernissage para la inauguración.

Con gran entusiasmo me acerqué a varios amigos para que financiaran el trabajo de marquetería y fue una amiga quien, al ver los dibujos, aceptó hacer el papel de mecenas con el compromiso de que al menos dos obras serían de su propiedad. Pero con Claudio no ocurre lo que Thomas Bernhart señala: que cuando uno va a realizar una tarea trascendente, todas las fuerzas sociales actúan para que no puedas realizarla. En este caso era el propio Claudio quien, a menudo, encontraba peros para no realizar la exposición.

La primera gran desavenencia fue al entregarnos los 20 cuadros montados y trasladarlos a la galería. Claudio mostró su desagrado por el color de la cañuela, en tanto que él había escogido un rojo mate y este era algo brillante. América y yo tuvimos que hacer de tripas corazón para soportar  aquel vendaval y capear la situación .

Dos días nos mantuvo en vilo, hasta que realizamos un cerco de amigos que desfilaron por la galería y expresaban la belleza del montaje. Al fin cedió, con lo cual avanzamos algo. Pero como si todo estuviese organizado para estimular  las protestas de Claudio, ocurrió  que durante el montaje, el periodista amigo llegó tarde para hacer la entrevista y Claudio se marchó molesto, quedando aquello como una nota para la galería «América».

Pero cuando Claudio dio manifestaciones de no ceder un ápice fue el día del montaje final.  El arquitecto-fotógrafo Félix Molina había hecho una magnífica foto de Claudio en medio de unos mangles y esa era la foto que se colgó en la pared de entrada con el texto de la exposición. A continuación una foto, también de Félix, cuya imagen era el motivo del primer cuadro de la serie y que, a nuestro juicio, producía cierta armonía a la secuencia de las 20 pinturas.

Lea también: No es país para viejos, por Paulina Gamus

Durante un día batallamos para que cambiara de opinión, pero Claudio se mantenía en sus trece con el argumento, para nosotros incomprensible, de que los asistentes tendrían más atracción sobre la foto que sobre sus cuadros. Yo, convencido de que la amistad de Félix y la mía a la larga lo haría cambiar de opinión, terminamos un jueves el montaje tal como lo habíamos pensado, con el malestar y la protesta de Claudio por medio.

Extenuados, en mi casa,  acudimos a un par de wiskis y, en medio de tanto agotamiento, decidimos hacerle una jugarreta a Claudio. Félix había hecho unas fotografías a los integrantes del Teatro Universitario y mantenía cierta amistad con actores de ese grupo. Sin pensarlo dos veces, pese al cansancio, salimos a visitar a uno de los actores con quien rápidamente entramos en confianza y acordamos todo lo referente al sainete.

El día viernes yo trasladé a nuestra mecenas para que hiciera la selección de sus cuadros. Recuerdo todavía con admiración su recorrido por la sala y su decisión de exigir solo un cuadro. Se le colocó su círculo de «vendido» y nos dedicamos a los preparativos de la inauguración al día siguiente.

El sábado estuvo espléndido. Los amigos asistieron y las ventas cubrían los gastos de la galería y una modesta  ganancia daba por exitosa la exposición, la cual se mantendría unos 15 días más.

Al final solo quedamos en la galería su dueña, una hija estudiante de periodismo, Claudio, Félix, yo y nuestras compañeras. Ya se habían comenzado los preparativos para el cierre, cuando un personaje de bastón y rigurosa vestimenta negra entró en la galería. Con caminar parsimonioso comenzó su visita por el último de los cuadros y cuando había visto unos tres acudió donde estaba el grupo y me felicitó por los dibujos, con una serie de referencias a pintores famosos. Yo le aclaré que no era el artista y de inmediato le presenté a Claudio, con  quien inició de nuevo el  recorrido en el lugar en el cual había suspendido la ronda.

América, de vez en cuando nos miraba a Félix y a mí como extrañada por el sujeto. Nosotros, con miradas discretas, seguíamos a la pareja en su recorrido hasta que llegaron al principio, donde estaban las fotos. No habían transcurrido unos minutos cuando mi nombre con gran sonoridad despertó a todo el grupo. La frase cortante de Claudio —hazme el favor— hizo que al desplazarme se viniera conmigo buena parte de los presentes.

Claudio miró con sus penetrantes ojos de búho al personaje y este, de lo más natural, comenzó a alabar la fotografía de la discordia y pidió el precio de la misma y advirtió que estaba dispuesto a pagar cualquier suma por tan extraordinaria fotografía. Al finalizar el personaje su perorata, Claudio, con manifiesto disgusto, intentó salir del escenario y Félix con gran amabilidad lo detuvo, mientras yo le explicaba a los presentes que el sujeto no podía adquirir nada porque era un actor contratado para que Claudio no se fuese liso después de tantos ratos amargos a los que nos había sometido.

América fue la primera en lanzar la carcajada y el resto hizo el coro con Claudio incluido. Aparecieron de nuevo las bebidas espirituosas y el jolgorio se prolongó por un par de horas más y de vez en cuando volvíamos a las risas estridentes que todavía resuenan en mis oídos al recordar esa tremendura hecha  a un genial y querido amigo.

Solo eso quería contarles.

Pablo M. Peñaranda H. Es doctor en Ciencias Sociales, licenciado en psicología y profesor titular de la UCV.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo.

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Claudio Cedeño RodríguezOpiniónPablo M. Peñaranda H.


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