Una vez más, y las veces que hagan falta, por Luis F. Cabezas G.
Twitter: @luisfcocabezas
(…) la violencia, en algunos casos, no es más que
la incapacidad del sujeto de convertirse en actor.
Michel Wieviorka
La oposición venezolana y el gobierno revolucionario, finalmente, tras hacerse múltiples veces «el feo», acordaron sentarse a dialogar para llevar adelante una posible negociación que permita dibujar una ruta institucional, a través de la cual se pueda transitar de nuevo hacia la recuperación del espacio democrático y el Estado de derecho.
Dicho proceso —que cuenta con México como anfitrión, Noruega como facilitador, Rusia y Países Bajos como acompañantes— supone un nuevo inicio. Es necesario –a mi juicio– verlo así; de lo contrario, se corre el riesgo de caer en clichés, en etiquetas y en la desesperanza aprendida que tanto daño ha causado. Ello no significa que debamos dejar de analizar cómo fueron los procesos de negociación pasados.
Cada proceso de negociación es distinto porque las circunstancias y el contexto también lo son. De igual forma, los actores pueden mover sus posiciones de poder y sus anclajes, y quizá algunos puntos que en procesos previos no eran negociables, ahora lo son. Los intereses cambian.
Un proceso de negociación facilitado por un tercero parte del hecho de que las partes no han tenido la capacidad de lograr acuerdos sobre algunos temas e intereses especialmente sensibles. Este proceso que apenas comienza es una muestra de ello. Gobierno y oposición, tras múltiples intentos, una vez más manifiestan su interés en dialogar. Ello constituye un paso importante hacia el reconocimiento mutuo, más allá de que dicho paso pareciera obrar cual manzana de la discordia entre grupos opositores y oficialistas. Lo cierto del caso es que, les guste o no, hay un reconocimiento mutuo y, al menos, una voluntad inicial de buscar puntos de encuentro.
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Ningún proceso de negociación política genera resultados para las partes a las primeras de cambio. Son momentos para calibrar al adversario, conocer sus peticiones, escuchar el lenguaje, conocer la metodología y tantear el timing del proceso, además de servir para medir las reacciones de la opinión pública. Todo lo anterior deriva en insumos que se emplean en la construcción de la narrativa argumentativa de cara a los públicos que debes informar.
Para negociar se necesita, primero que nada, ser reconocido por tu contraparte; no obstante, más allá de esta perogrullada, cada actor debe tener claro qué lleva a la mesa de negociación. Y allí es donde viene el pulseo. ¿Qué tengo yo? ¿Qué necesitas tú de mí? ¿Qué tienes tú que necesito de ti? Allí comienzan las escaramuzas y es cuando se va revelando qué está dispuesto a sacrificar cada actor, y qué no se negocia.
Estos procesos suelen estar llenos de gestos previos y pequeñas concesiones, lo que no quiere decir que las partes en pugna depongan sus rivalidades ni las maneras en las que se relacionan entre sí.
En el caso del gobierno, se han enviado algunos mensajes que pueden ser vistos como parte de este proceso de aproximación estratégica: tal es el caso de la designación de los rectores del CNE. Se trata de un gesto que para muchos maximalistas parece insuficiente, pero que hace pensar que un grupo en el poder, que durante 20 años ha manejado a su total antojo el órgano electoral, ha decidido cambiar la correlación de fuerzas, particularmente cuando, teniendo la capacidad política –puro hard power– y pudiendo mantenerla intacta o incluso torcerla totalmente a su favor, no lo hizo.
Entretanto, del lado opositor hemos sido testigos, desde hace varios días, de un giro repentino según el cual el regreso a la contienda electoral es un hecho, más allá de que algunos «se batan al suelo» y pongan en marcha operaciones de sabotaje 2.0. También, cabe decir, hay procesos genuinos de reflexión en el seno de los partidos que han llevado a muchos de sus líderes locales y regionales a cuestionar la política de forfait electoral que emana de sus jerarcas partidistas. Las golpeadas estructuras se cansaron de jugar banca y de postergar sus legítimas aspiraciones.
Si bien la agrupación de partidos políticos llamada G4 no ha anunciado su participación en la contienda electoral de gobernadores y alcaldes como cuerpo, vemos cómo cada uno de sus partidos ya tiene candidatos en la calle manifestando su aspiración. Hace tres meses ello habría supuesto el linchamiento político, ya que hablar de elecciones conllevaba a ser etiquetado de «colaboracionista».
No es un secreto para nadie que tanto la oposición como el oficialismo llegan a este proceso profundamente debilitados y con fuertes reclamos desde sus propias filas acerca de la posibilidad y capacidad reales de sacar adelante al país. Por un lado, quien detenta el poder se ha mostrado incapaz de resolver los grandes problemas de los ciudadanos; por el otro, quien aspira al poder también se ha mostrado incapaz de transformar en fuerza política todo el descontento que permea el país.
No sé si este proceso es la última oportunidad; de lo que sí estoy seguro es de que se inserta en un momento de suma urgencia en el que la ciudadanía reclama que las agendas políticas pongan las necesidades del pueblo en el centro de sus discusiones. Nos enfrentamos a la amenaza de la pandemia; simultáneamente, nos enfrentamos a la amenaza cierta de convertirnos en una emergencia olvidada, y mientras muchos países retoman agendas de desarrollo adaptadas a la pandemia, en Venezuela exhibimos el peor ritmo de vacunación del continente.
Celebro la negociación como ciudadano creyente de las maneras civilizadas de dirimir los conflictos y hago votos para que la buena voluntad del honorable mediador no sea defraudada por los actores políticos negociantes. Invito a que seamos veedores del proceso y pongamos freno a los agitadores de lado y lado, que ven en esta negociación una amenaza a los privilegios que les brinda vivir de nuestra tragedia.
Luis Francisco Cabezas G. es Politólogo. Máster en Acción Política, especialista en Programas Sociales. Director general y miembro fundador de Convite A.C
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