Unión es fuerza, por Rafael A. Sanabria M.
Mail: [email protected]
Se viene hablando mucho de los comicios regionales y locales, hasta los denominan megaelecciones. Por los medios informan sobre la escogencia de los rectores del Consejo Nacional Electoral. Se oye cómo afinan motores y asoman nombres como posibles candidatos. Algunos están confiados por contar con una “tarjeta” y expresan que ese será el tubo por donde irán los votos.
Quienes cuentan con la tarjeta de algún partido se sienten con poder para apabullar. No son gobierno, pero tienen fiebre de 40 grados y una desesperada querencia por el poder. Actúan con el cerebro reptil, en función de emociones efímeras. No construyen sino destruyen.
Es un afán individualista por llegar a la meta. Desvirtúan la noble misión de conquistar la auténtica política.
Esto ocurre con la denominada oposición, dividida en dos partes: los que apoyan el proceso electoral y los que no porque consideran que hay vicios en el órgano rector. En tal toma y dame, este sector ha tenido sus seguidores que sueñan con un cambio. Mientras, la élite de los jerarcas, señores de las tarjetas, se mantienen en una pelea palaciega por un poder que no han podido abrazar, debido a su evidente torpeza y desbordadas ansias de dominar.
Deslastrémonos de cúpulas que solo saben dar órdenes y contraórdenes, que no benefician al pueblo sino a sus muy particulares intereses. Despertemos de esta pesadilla. Es indispensable actuar con criterio propio y es hora de que, al fin, la sociedad civil tome las riendas y sepulte los cascarones vacíos de unos partidos políticos que no son capaces de generar ideas positivas ni bienestar al pueblo. Es decir: acercarnos más al ideal de democracia; una democracia no de partidos sino de ciudadanos.
*Lea también: Los 75 años del SNTP, por Gregorio Salazar
Es hora de que los partidos reflexionen y se evalúen, sobre todo que se reconozcan unos a otros porque aislados nunca lograrán sus objetivos. Basta de contribuir con los dizque líderes (que lo son dentro de su propio cenáculo) a buscar sus fines propios e indiferentes a las calamidades que vive el pueblo.
Es necesario que la sociedad civil trabaje mancomunadamente en la construcción de un nuevo concepto de política, de una nueva doctrina, pero sobre cualquier cosa que no olvide que en la unión está la fuerza.
De esa unión debe salir un nuevo rostro, tal vez no un inalcanzable dechado de santas virtudes, pero sí hombres con principios, valores, moral y sin mezquindades. Es urgente elaborar la nómina de hombres probos para actuar en la función pública.
Si en todos los rincones de Venezuela, los civiles empiezan la loable tarea de ir trazando ideas y construyendo nuevos conceptos sobre política, aceptando la divergencia para transformarla en convergencia, estaremos frente a verdaderos puntos de encuentro entre venezolanos.
Rescatemos una palabra, un verbo que mantenemos en desuso: comedir.
La unión pasa por una actitud de moderación para sumar personas de todos los ámbitos, cansados, sometidos a la presión insoportable de la actual situación. Situación que ha llevado al desencanto de la inmensa mayoría. Los ciudadanos están perplejos y paralizados, no se atreven a soltar del todo las afiliaciones extremas a las que solían “pertenecer”. Se sienten intimidados de ser adjetivados como traidores o blandengues, pero están comenzando a ver que apoyar a cualquier bando que haya contribuido a esta debacle general, esa sí es una traición a su país y su gentilicio.
Comencemos ese camino por ser más comedidos, deslastrándonos de actitudes y palabras de odio o desprecio al otro, seguimos por comenzar a amar verdaderamente a nuestro suelo y sus habitantes, a todos sus habitantes. Aspirar con energía y lanzarnos a construir, por fin y para siempre, el país que soñamos, todos adentro, todos hermanos, todos ciudadanos valiosos, incluidos también de alguna manera quienes participaron en el caos actual.
Pensemos que esta profunda sima donde estamos será la dura base para alcanzar conquistas superiores.
Reconozcamos que prácticamente todos hemos sido cómplices de la corrupción desbocada, porque si bien no participábamos deliberadamente en situaciones de deshonestidad, tácitamente en ocasiones hemos aprobado la injusticia, la pequeña trampa y la mentira cuando era a favor de nuestro bando o nuestra familia.
No es momento de colocar el dedo en la herida de quienes alguna vez manifestaron su afiliación a cualquier tendencia política. Es preciso encontrar el factor común que nos une e ir construyendo ladrillo a ladrillo un gran edificio político que invite al buen vivir.
Es momento de ver hacia adelante, solo hacia adelante.
Caminemos.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es Profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo