Unión Europea: ¿un papel protagónico?, por Félix Arellano
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Tanto las complejas circunstancias que está enfrentando la humanidad en su conjunto —producto de la pandemia del covid-19 y, en particular, el incremento las tendencias autoritarias— como los cambios en política exterior que tiene planteada la nueva administración de Joe Biden en los Estados Unidos, son factores que abren interesantes oportunidades para una participación más activa de la Unión Europea (UE) en el ámbito internacional, en gran medida, para garantizar la defensa la democracia, las libertades, el estado de derecho y, en general, los derechos humanos.
Actualmente, la UE se posiciona como el actor geopolítico que podría promover los valores occidentales fundamentales y, en ese esfuerzo, podría trabajar en coordinación con el nuevo gobierno en los Estados Unidos, propiciando una nueva relación transatlántica. Los desafíos que enfrentan son múltiples y complejos; empero, en muchos de ellos se observan interesantes coincidencias. Es evidente que también existen divergencias que deben ser abordas de forma franca y creativa.
Estamos conscientes de las dificultades que se presentan para lograr que la UE asuma un papel más activo a nivel internacional. Por una parte, los efectos del Brexit y las tendencias euroescépticas latentes; por otra, su complejidad funcional. Son 17 países miembros que deben deliberar y una intrincada institucionalidad que incluye: el Consejo Europeo (jefes de gobiernos), el Consejo de la Unión Europea (ministros), los órganos comunitarios, la Comisión, el alto representante y no podemos desconocer el activo papel del Parlamento en los temas internacionales. La organización funcional constituye otro de los retos que se deberían enfrentar para lograr una actuación más eficiente en el contexto internacional.
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En estos momentos las oportunidades que se abren en la relación con Estados Unidos son amplias. Al respecto, cabe destacar que varias de las órdenes ejecutivas, adoptadas por el presidente Biden en sus primeros días de gobierno, evidencian coincidencias y posibilidades de acción coordinada con la UE. Es el caso de la reincorporación al Acuerdo de París sobre el cambio climático, un tema privilegiado por la UE. También la reincorporación en la Organización Mundial de la Salud (OMS), que resalta la importancia que se asigna al multilateralismo para la construcción de la gobernabilidad internacional.
Por otra parte, los retos geopolíticos que el presidente Biden presentó en su reciente exposición sobre política exterior, desde las oficinas del Departamento de Estado, también representan complejas amenazas para la UE, son los casos de la competencia desplazante de China y la política del caos de Rusia. Un trabajo coordinado desde la perspectiva transatlántica podría genera resultados más efectivos para contener la fuerza expansiva de estas potencias e, incluso, establecer espacios de potencial cooperación. No olvidemos que la UE ha manejado con habilidad y pragmatismo estas relaciones.
El caso de China es una prioridad, su expansión a escala global es significativamente y avanza articulada a un modelo autoritario que conlleva una seria amenaza para los valores de la libertad, la democracia y los derechos humanos.
Rusia, si bien un actor con mayores limitaciones, promueve el caos para lograr espacios y liderazgo.
El mundo democrático está alerta ante la estrategia expansiva de Rusia frente a sus vecinos, casos como: Georgia, Crimea, Ucrania, Bielorrusia; son temas sensibles en la agenda, pero también la situación interna, en particular en estos momentos en que arrecia el autoritarismo frente a la protesta social, ante la detención del líder de la oposición Alexei Navalny. El presidente Joe Biden ha expresado su enfático rechazo, también la UE; adicionalmente, Joseph Borrell, el alto representante para Asuntos Exteriores de la UE, ha viajado a Moscú y, si bien puede resultar un diálogo de sordos, lo evidente es que crece un rechazo a nivel nacional y mundial ante la permanente violación de los derechos humanos en Rusia.
En la agenda de temas para el trabajo coordinado entre los Estados Unidos y la UE también destaca el caso de Irán.
En la campaña electoral, el equipo demócrata destacó la conveniencia de revisar la estrategia de presión máxima contra el gobierno islámico chiita de Irán, toda vez que no ha limitado su desarrollo nuclear y, por el contrario, ha fortalecido su estrategia de expansión global.
Retomar el acuerdo nuclear con Irán, que aún apoya la UE, representa una interesante coincidencia, empero los obstáculos son fuertes: el Partido Republicano en el Congreso y el bloque que Israel ha logrado construir con un grupo de monarquías sunitas, en el marco de los llamados “Acuerdos de Abraham”, que se oponen a las negociaciones con Irán.
Por otra parte, también podrían ser objeto de coordinación para una acción más efectiva casos como: Siria, Libia, Turquía, Corea del Norte e, incluso, Myanmar. Estos temas deberían ser abordados en el marco del diálogo transatlántico, con especial participación de la OTAN. Lo que implica que, en primer lugar, se deberían abordar a fondo las debilidades que el expresidente Trump destacó en relación con esa organización. Conviene recordar que la OTAN podría representar un foro para la formulación de estrategias de acción ante el avance del autoritarismo a escala mundial.
En este breve inventario de temas que pueden ser objeto de un trabajo coordinado en el marco de una nueva relación transatlántica, también se encuentra el caso de Venezuela.
La UE ha desarrollado una amplia e intensa actividad frente a la crisis política venezolana. Conviene recordar que ha creado el Grupo Internacional de Contacto, que ha monitoreado exhaustivamente la situación venezolana y, en el tiempo, ha crecido en su composición. Recientemente se han incorporado Chile y Panamá.
La UE siempre ha mantenido como objetivo central la construcción de una salida pacífica y democrática frente a la crisis. En estos momentos se aprecian potenciales coincidencias en la acción estratégica, entre los diversos gobiernos democráticos que apoyan la lucha democrática en Venezuela, en particular, entre el Grupo de Lima (que se está debilitando), el nuevo gobierno de los Estados Unidos y la UE. Todos coinciden en la necesidad de crear condiciones competitivas para una salida electoral.
También coinciden en la conveniencia de revisar el esquema de sanciones, particularmente las económicas y financieras, que pudieran tener efectos significativos en la crisis humanitaria compleja. No debemos olvidar que las sanciones aplicadas por largo tiempo y en forma unilateral pueden tener efectos paradójicos.
La revisión de la estrategia de presión máxima que aplicaba el gobierno de los Estados Unidos abre posibilidades para una negociación, un tema satanizado, pero inexorable.
Ahora bien, en estos momentos la coordinación de la estrategia no pareciera estar en manos del gobierno de los Estados Unidos, que si bien juega un papel fundamental por el control de las sanciones, se encuentra en fase de conformación de los equipos y con graves problemas internos.
En tales condiciones, la UE podría jugar un rol protagónico en la construcción de la hoja de ruta, en la coordinación con otros gobiernos democráticos que defienden la lucha venezolana y también con los gobiernos de China, Rusia, Irán y Cuba, con los que mantiene relaciones fluidas. El apoyo del reino de Noruega podría ser muy valioso por su profunda vinculación al tema y amplia experiencia en negociaciones.
Seguramente la UE debe tener muy claro que la negociación puede resultar una trampa, una manipulación para lograr tiempo y consolidación; por eso, tendría que evaluar tanto incentivos como sanciones, para evitar repetir las experiencias fracasadas del Vaticano, el gobierno de Republica Dominicana y la medicación de Noruega.
Otra parte fundamental en la ecuación es la coordinación de la oposición democrática venezolana, su fragmentación le resta liderazgo y protagonismo.
El escenario exige de un director de la orquesta, ese debería ser su papel, el reto es enorme pero indispensable, superar los personalismos y lograr un mínimo de coordinación para el trabajo interno e internacional.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.