Universidad: dignidad contra chantaje, por Julián Martínez
En todas partes del mundo (excepto en Cuba y Corea del Norte), las universidades son un dolor de cabeza para las tiranías y los gobiernos autoritarios. Lo son también –afortunadamente, pues así debe ser– para las democracias estables. Incluso en países tan poco democráticos como Rusia y China, algunas universidades, al menos de vez en cuando, cometen la osadía de disentir, de hacer valer una ley no escrita, acatada por toda universidad que se precie de serlo. Me refiero a esto de cumplir con el sagrado deber de criticar al gobierno de turno, de protestar por los terrenos arrebatados a la democracia y la justicia.
De manera absolutamente coherente, al poco tiempo de que Chávez asumiera la presidencia comenzó una sistemática persecución contra las universidades autónomas.
El teniente coronel creó un invento deplorable llamado Universidad Bolivariana y destruyó la Unefa para hacer instituciones a su medida, especies de iglesias dedicadas a adorarlo, donde el pensamiento crítico consistía en repetir los lineamientos del Psuv y las frases clichés de la Revolución
Al menos en la época Chávez estos inventos del régimen contaron siempre con recursos, mientras las principales universidades públicas de la nación sufrían grandes recortes en los presupuestos y los salarios.
Y un buen día el Estado militarizado logró su sueño: desbarataron la investigación en los laboratorios y las bibliotecas, convirtieron a los profesores en indigentes, crearon becas estudiantiles que a duras penas alcanzan para pagar dos pasajes de autobús al mes, cerraron el comedor e hicieron que obreros y empleados administrativos vivieran amargamente al borde de la inanición.
Ahora el señor Maduro les exige a los seres humanos que trabajan en las universidades públicas que hagan lo que no hace ninguna de las principales democracias del mundo: reconocer al usurpador como presidente. Así, en el mejor estilo de los reyes ofendidos, el señor dice que si no lo reconocen como el magnífico presidente supremo, entonces no va a seguir enviando la limosna indignante que el régimen le manda a los famélicos trabajadores de nuestras casas de estudio.
La respuesta no se hizo esperar: la dignidad de nuestras universidades no se negocia. Además, para la leche que da la vaca, será mejor que se la tome el becerro.