Urbanismo para la crisis, por Marco Negrón
El pasado jueves 8 de los corrientes se conmemoró el Día Mundial del Urbanismo, creado por la ONU en 1949 con el objeto de estimular la reflexión acerca de los principios y valores, aciertos y errores de la disciplina que estudia y procura orientar el ordenamiento de las ciudades y el territorio.
Hoy el panorama en nuestro país en la materia es, para decir lo menos, desolador. Particularmente por el comportamiento del Ejecutivo Nacional, lanzado en una desenfrenada carrera centralizadora que prácticamente ha anulado los poderes regionales y locales. Hace casi un año procedió, a través de la ilegítima asamblea constituyente, a la liquidación del Gobierno Metropolitano, al cual ya había despojado de casi todos sus recursos pero que aun así seguía siendo la única posibilidad para asegurar una mínima coordinación entre los gobiernos locales del Área Metropolitana de Caracas.
Ahora nos obsequia un “plan relámpago de embellecimiento de toda la Gran Caracas”, una burda operación de maquillaje, que según se dice monta a 30 millardos de bolívares mientras la ciudad padece cortes eléctricos cada vez más frecuentes y prolongados, racionamiento del agua, colapso del transporte público y caída en picada de la actividad económica. Para no mencionar el crecimiento imparable de la ciudad informal.
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Pero al lado de esto los gobiernos locales que se reclaman a la alternativa democrática (de los otros nada cabe esperar), con mucha irresponsabilidad y escasa imaginación, se limitan a seguir las trayectorias inerciales que en el pasado impactaron tan negativamente al medio urbano, promoviendo ordenanzas de zonificación que sólo favorecen a las peores versiones de la especulación inmobiliaria (casos de Las Mercedes y El Rosal, para mencionar sólo dos) y que hoy se ven repotenciadas por el colapso social y económico: ¿en qué cabeza puede caber que en el contexto de un desplome como el que se vive hoy en Venezuela el urbanismo deba orientarse a propiciar el desarrollo de torres de lujo?
El país no está transitando una simple turbulencia: se encuentra frente a un cambio de época caracterizado por el agotamiento del modelo rentista petrolero, el que por décadas sostuvo el crecimiento de nuestras ciudades con sus abundantes vicios y esporádicas virtudes y que demanda cambios profundos en los enfoques y estrategias urbanísticas una vez desplazada la ineptocracia reinante.
Pero como las ciudades no se detienen, hay que definir líneas de acción inmediata para responder a sus necesidades aun en el restrictivo contexto actual, y un primer paso es apaciguar el furor que está llevando a importantes gobiernos locales a aprobar a troche y moche esas funestas ordenanzas, atentatorias contra la ciudad y los ciudadanos
Si ellos fueran capaces de tomar esa decisión, como afortunadamente ha hecho Chacao hace pocos días, y además convocar un debate abierto que involucre también a la academia, los colegios profesionales y los gremios empresariales para diseñar estrategias que, dentro del marco legal vigente, hagan posible invertir en el desarrollo urbano a los grupos familiares y las cooperativas y similares podría estarse abriendo un camino equitativo a la renovación, respetuoso de la justicia urbana y propiciador de más y mejores espacios y servicios públicos: lo que me he atrevido a llamar el urbanismo resiliente, el que es capaz de enfrentar las crisis, superarlas, reformular los objetivos y retomar el desarrollo.
Si esto se lograra seguramente que el año que viene el Día del Urbanismo, en vez de pasar por debajo de la mesa, podría ser conmemorado con algo de optimismo acerca del futuro de nuestras ciudades.