Urge la integridad, por Rafael A. Sanabria M.
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“La integridad no necesita de reglas”
Albert Camus
“No premian el mérito. Premian el robar y el ser sinvergüenza.
Se premia todo lo malo”
Ramón del Valle-Inclán
Hablar de integridad en el contexto político de Venezuela es como insultar a la madre de un ciudadano. Desde hace mucho tiempo la gente no cree en nada, tanto de un bando como en el otro. El término “integridad” bosteza contra la pared, lo han desvirtuado tanto que cada quien lo asume como le da la gana.
El diccionario define la palabra integridad como “estado de estar completo, no dividido”. Cuando poseo integridad mi teoría debe coincidir con mi práctica. Actúo bien aquí y en cualquier lado. No puede haber doble personalidad.
Es lamentable en el presente que la integridad se haya ido por un tobogán, convirtiéndola en un producto escueto, una palabra sin contenido y sobre todo en desuso. Los patrones morales declinaron para darle paso a la caza, por cualquier atajo, a los bienes materiales y al placer, considerándose ambos como dos caras de una misma moneda, a las que hay que alcanzar a cualquier costo o si no se es un fracasado, un “loser” en el vocabulario de algunos. Las metas, en opinión que pareciese mayoritaria, justifican los medios.
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Es común escuchar expresiones como: “vamos mitad y mitad”, “ponme donde hay”, “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón”, frases que demuestran el pensamiento de división que retumba en el hombre de hoy.
En los discursos se habla de integridad pero se aplica muy poco en los escenarios donde nos toca actuar. Hay individuos que por sus propios beneficios no les importa meter la integridad en un bolsillo, con tal de alcanzar la cima.
Ser integro no significa solamente ser honesto en cuestiones de dinero. Un hombre íntegro no es capaz de propiciar la división ni mucho menos divide su actuar. Es un ser que puede identificarse por una sola manera de pensar, es decir su lealtad es firme sin variar en ningún momento. En una palabra es recto.
Como descifrar la integridad de los líderes políticos del momento si a cada rato cambian de conducta, no porque hayan cambiado su opinión sino por atender conveniencias personales que muchas veces tienen que ocultar porque son vergonzantes o incluso son delitos. Hacen todo esto sin importarles las consecuencias de los hechos.
Los políticos un día amanecen emitiendo una opinión y al rato ya esa versión toma otros matices. ¿Dónde está la integridad de los líderes de nuestro país? No demuestran ni una pizca de seriedad en la vida política. Pero es fácil que para salir del paso se diga que la política es cambiante.
La integridad no solo es el árbitro entre dos deseos. Es el factor fundamental que distingue a una persona feliz de espíritu dividido, nos libera para ser persona completa a pesar de lo que pueda surgir en el camino.
Mientras en Venezuela la dinámica política no entienda que la integridad amalgama el decir, el pensar, y el actuar para formar una persona completa, de manera que no es permisible a ninguno de estos aspectos estar frente de sincronía. Cuando la integridad sea el árbitro, seremos congruentes, nuestras conductas reflejarán nuestras creencias, las creencias se reflejarán a través nuestro. No habrá discrepancias entre lo que suponemos que parecemos ser y lo que la sociedad sabe que somos.
Para que se despierte confianza en un líder éste debe ser genuino. Alguien que actúe a la manera de una composición musical: la letra y la música coincidiendo.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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