Valor de Cambio, por Eduardo López Sandoval
Este pueblo del Llano Colombovenezolano por ventura es Guayabal, pero también puede ser cualquier villorrio pequeño con los favores de una emisora de radio, que tenía sólo un médico y dos abogados hasta que inventaron una máquina para hacerlos en la última década, que tiene una iglesia católica y otra protestante, donde hay sólo una estación de servicios que vende gasolina, sólo hay una dama que hace favores a los hombres que adolecen de cariños sexuales, que es alegremente reforzada con la visita los fines de semana de varias muchachas que cruzan el río Apure.
Hay sólo un Banco, público por más señas. Una plaza.
A este poblado llega un visitante europeo, con un muy precario manejo del idioma de Aquiles Nazoa y Rafael Cadenas, entra al único hotel y se hace entender que quiere una habitación, el dueño lo atiende personalmente, -la nómina está quebrantada como el país.
Se entiende que el pago con tarjetas no es posible porque no hay servicio de energía eléctrica, por ahora.
Tampoco se reciben billetes de baja denominación, por siempre.
El pueblo vive la más aguda situación económica que el más centenario de los viejos pueda recordar, y que cualquier historiador pueda escribir. La ya existente debacle económica la ha agudizado la reciente decisión gubernamental que sustituye al tradicional bolívar por el inexistente petro.
No hay alimentos que comprar, ni dinero. El pueblo vive del crédito, aunque no hay muchas cosas para fiar.
Antes de entrar el visitante al local, don Jorge, el propietario, había visto a través del vidrio de la puerta del hotel a Sapo di Franco, el musiú italiano que le fía los insumos básicos para el funcionamiento del dormidero, con el pie izquierdo que apuntaba a cruzar la calle a realizar la diaria e infructuosa gestión de cobro. También ese mismo vidrio hacía espejo para contemplar por largas horas la caja registradora del hotel, la que no suena su hermosa música desde septiembre, con ocasión del día del santo patrono del pueblo, San Gerónimo bendito…
El extranjero habla un idioma que no es inglés, francés, ni portugués. Quizás sea polaco, piensa el propietario. Le indica con señas que se quedará por lo menos tres días, que quiere ver la habitación. Le entrega un billete de diez euros, que ambos sin hablarse entendieron que era una moneda suficiente para cubrir los gastos de los tres días, toma la llave, ve el número en el llavero y en una flecha en la pared que lo indica, se desplaza hacia allá…
Lea también: Prostitución infantil, por Gisela Ortega
El llanero don Jorge nunca había visto este billete, absorto lo contempla, –como enamorándose. Lo compara con el billete venezolano de la misma denominación, y concluye que ese billete debe ser equivalente a… y se le agotan los ceros. Embelesado ya se estaba asociando con el cuento venezolano de la Cucarachita Martínez, que se creyó rica porque encontró una monedita… elucubraba pensando en cuál acreedor… cuando bajó dos centímetros el billete, y vio al musiú a cuarenta y un centímetros que lo contemplaba inmóvil y sonriente desde hacía un minuto con veintitrés segundos…
El italiano sí conocía este billete. Realizaron una conversación de miradas y gestos, –sin palabras–, donde por consenso se decidió el destino de los diez euros…
– ¿Este billete alcanzará pa…? –intentó preguntar don Jorge.
El musiú lo cortó:
-Por lo menos para un abono alcanza, después sacamos cuenta.
Y el papel hizo un ligerísimo silbar de despedida al salir de entre los dedos índice y medio de don Jorge.
El musiú cruzaba la calle volando sobre la energía del billete de diez euros, cuando interrumpía su caminar el pasar de un vehículo que no es del pueblo. Le dio paso al peatón, pero más que eso, –al identificarlo como el vendedor de la casa distribuidora de víveres de San Juan… se le acerca el musiú con la sonrisa que dice que el viaje de hoy no fue en vano.
El vendedor identificó la sonrisa del musiú y al billete que sostenía en la mano derecha, que más bien el billete como que llevaba al musiú italiano flotando hacia su negocio. El vendedor abrió la ventana eléctrica apenas lo suficiente como para que don Jorge hiciera deslizar el billete de 10 euros y se lo llevara para San Juan de los Morros…
Pero no, el billete no viajó. El vendedor de víveres debe aún el chigüire salado de la Semana Santa, y paga. Así el billete, en este pueblo que moría de hambre financiera, pasó por tres o cuatro manos más, hasta llegar a un paisano que debía a la prostituta del pueblo. La señora lo recibió sin miramientos, pues sabía que tenía acumulado suficientes servicios de hotel, y que era urgente el repararlos. Lo tomó sin sacar muchas cuentas, fue y se los entregó a don Jorge, disimuladamente para que el musiú con el que discutía acaloradamente, -más con señas que con palabras-, no se diera cuenta…
-No, no, no puede echar patrás el negocio musiú… –decía don Jorge.
-No contrata… no interesar cama. Voy por yo puente Apure río… –Remató el extranjero.
Don Jorge entregó el billete y no hubo negocio con el visitante.
Y Guayabal es prospero, pues su economía fue saneada por el paso de mano en mano de un billete europeo.
La moraleja: el dinero sano cuando circula robustece la economía…, como la moneda de Venezuela –el petro– no circula, miren ustedes los resultados… Este relato del Llano ha tenido un brochazo de una reláfica que anda por las amplias sabanas de la red…