Vanidad de vanidades, por Simón Boccanegra
El culto a la personalidad de Chacumbele está adquiriendo características nauseabundas cada vez mayores. El acto del Teresa Carreño, con unos supuestos sindicalistas, daba, realmente, ganas de vomitar. Este fenómeno fue unos de los rasgos más sobresalientes de los totalitarismos del siglo XX, tanto los nazifascistas como los comunistas y también de dictadorzuelos bananeros como «Chapita» Trujillo. El endiosamiento del líder en los regímenes comunistas, no se limitó a las fronteras de sus propios países sino que adquirió características universales, gracias a la extensión del movimiento comunista en todo el planeta, cosa que no ocurrió, por cierto, con el nazifascismo, en los cuales la adoración de sus líderes no trascendió escasamente más allá de Alemania e Italia. Lo de «Chapita» no saltó más allá de las playas dominicanas. Fuerza es reconocer que en Cuba el fenómeno nunca adquirió las características soviéticas o chinas con Stalin y sus sucesores y con Mao Ze Dong. El culto a la personalidad no sólo tiene que ver con el narcisismo y la vanidad de los líderes sino que es también un instrumento de poder. El «culto» sume en la abyección al pueblo sometido a pagar ese peaje, al mismo tiempo que opera como un potente mecanismo de ideologización y lavado de cerebros. Oír a una multitud, como en el Teresa Carreño la otra noche, dando gracias al líder por los favores recibidos, poco a poco va generando una ideología: el líder nos da, sin el líder no somos nada. El «culto» persigue un objetivo desmovilizador: alcanzar la máxima pasividad del pueblo, que debe esperar todo del Máximo. Al final, sin embargo, las estatuas del «padrecito de los pueblos», y las de «Chapita», a cuyo culto es el que más se parece el de Chacumbele, cayeron de sus pedestales. Sic transit gloria mundi.