Vascos, comercio, producción e ideas, por Simón García

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Pedro José de Olavarriaga era un hombre instruido que llega al Reino de La Nueva Granada hacia la segunda década del siglo XVIII. Sabía de matemática, economía, contabilidad, geografía, historia, leyes y latín; densa formación que valió para que el virrey Jorge de Villalonga lo designara Juez de Comiso para combatir el contrabando en Venezuela, provincia que había pasado a depender políticamente de la Nueva Granada según Real Cédula del 27 de mayo de 1717.
Voluntarioso e ingenioso, aquel vasco, se propuso cumplir su misión con efectividad. Inmediatamente emprendió una severa persecución contra los contrabandistas en términos represivos y jurídicos.
En esa época, el contrabando ocupaba territorios costeños de la provincia de Venezuela, como Puerto Cabello, sometido a la voluntad absoluta de los holandeses. Es contundente el apunte de Andrés Bello sobre la grave y lamentable situación de aquel Puerto:: «habilitado por la naturaleza para contener y carenear toda la marina española, fue el surgidero que eligieron los holandeses de Curazao para dejar sus efectos y llevarse el cacao. Unas miserables barracas de contrabandistas unidas a las de algunos pescadores fueron el núcleo de población de este puerto condenado a parecer por mucho tiempo una dependencia de la Holanda, más bien que una propiedad española».
El empeño de Olavarriaga de acabar con el desagüe fiscal del contrabando lo condujo pronto a descubrir que la represión armada de ese comercio ilegal y los juicios contra la trama de funcionarios corruptos eran insuficientes. Entonces concibió una idea que, aunque nadie formulaba estaba a la vista de todos: el arma principal contra el contrabando era desarrollar el comercio legal.
Desde esa perspectiva alienta la iniciativa de constituir, mediante la venta de acciones, una empresa de capital privado asociada con la Corona. Para que tal empresa reportara beneficios y ganancias, desplazara el incentivo comercial del contrabando y permitiera restablecer la integridad de la provincia, se requería autorización real para que operara como un monopolio entre el país de los vascos y la provincia de Venezuela.
Y así fue establecido en las negociaciones que concluyeron en el convenio del 25 de septiembre de 1728 que crea a la Compañía Guipuzcoana. El monopolio de facto de los holandeses fue sustituido por el monopolio por ley de los vascos.
El primer viaje a Venezuela zarpó del puerto y dique de Pasajes con tres fragatas, San Ignacio, Guipuzcoana y San Joaquín. En dos camarotes viajan, el primer Director de la Compañía Guipuzcoana, Don Pedro José de Olavarrieta y el recién nombrado Gobernador y a la vez Capitán General de la Provincia, el primero en ostentar las dos responsabilidades, Sebastián García de La Torre. Do años después le sucede el guipuzcoano, Martín de Lardizábal. Se concentran poder político y económico.
El historiador Amezaga Aresti quien es, según Pedro Grases, el investigador más acucioso y apasionado de la historia y el papel de la Compañía Guipuzcoana en Venezuela, señala en su estudio sobre ella que los tres barcos que salieron de Pasajes cargaron una mercancía que «…estaba compuesta de hierro en barras y planchas, hierro en palas y hachas, clavazón, acero, munición de plomo, jamón, canela, pimienta, cera, papel, libros, medicamentos, aguardiente, harina, hojalata, aceitunas, aceite, aceite de almendras, aros de hierro, cinta de plata, hilo de carrete, listados de colchones adamascados, lienzos y otras telas. Eso era lo que se traía desde la Península. De Venezuela partirían, de regreso, en ese primer año, unas 17.715 fanegas de cacao…»
La Compañía se conformó con un capital mixto. El Rey Felipe V y la Reina Isabel de Farnesio recibieron 200 acciones, un 3% del capital inicial de la Compañía. Todos los accionistas excepto el Rey, la reina y el Ministro de Guerra e Indias de apellido Patiño funcionario real que extrañamente murió pobre, eran vascos.
Entre los accionistas existían algunas instituciones como la Universidad de Oñate, la Provincia de Güipuzcoa y el Consulado de San Sebastián.
Los accionistas privados pertenecían en su mayoría a la selecta élite vasca de grandes comerciantes y propietarios, hombres además cultos. Había también socios menores, sin derecho a voto en las Asambleas Generales, detentores de menos de 8 acciones, como el Conde de Peñaflorida.
La creación de la Compañía, pensada como una entidad peninsular, no ofreció participación accionaria al relativamente pequeño sector de ricos criollos dueños de las grandes haciendas de Cacao, ni tampoco al laborioso y significativo sector de productores medianos que provenían de Canarias.
Esta exclusión creó un fuerte malestar entre agricultores y comerciantes, criollos, isleños y peninsulares que explotaría después en violentas revueltas encabezadas por Andresote en el área de influencia de Puerto Cabello y por José Francisco De León desde Panaquire y Barlovento, ambas en protesta contra el monopolio de los vascos, pero la primera apoyada directamente por los holandeses, los criollos que comerciaban el cacao con Veracruz y hacendados que se favorecían con el contrabando.
La protesta del zambo Andresote en 1737 fue extensa y continua en pueblos como Puerto Cabello, San Esteban, Morón, Nirgüa, Barquisimeto, Patanemo, Borburata y Ocumare. La del herreño Juan Francisco De León en 1749 fue intensa y duró dos años. También contó con el apoyo de los canarios, los blancos criollos y los holandeses unidos en el grito «que se vayan los vascos». Entre aquellos blancos estuvo la voz y las acciones de Juan Vicente Bolívar.
Al margen de estas protestas, la Compañía Guipuzcoana llevó a cabo un redescubrimiento de Venezuela; hasta entonces vegetación y fauna salvajes olvidadas, sin ninguna enloquecedora riqueza minera y poblada de habitantes empobrecidos.
En sus años iniciales la labor de la Compañía marca un cambio de época en la vida de la provincia y proyecta hacia el extranjero una imagen de país que reemplaza el mito de El Dorado por la fecunda realidad de la agricultura, mediante la cual, en palabras de Bello: «La Europa sabe por primera vez que en Venezuela hay algo más que Cacao».
Los aportes de la Compañía Guipuzcoana son diversos e inmensos en términos de avances de civilización. La desdeñada provincia de Venezuela, se incorpora, con producción interna, a las rutas comerciales desde La Guaira y Puerto Cabello con Veracruz en México y San Sebastián y Cádiz en España.
Los productos agrícolas, especialmente el cacao, desplazan a los de minería en los ingresos para España y Venezuela. Se fomenta el cultivo de otros renglones como el añil; el Dividivi, llamado entonces el grano de oro; el tabaco y los cueros. El democratizador cultivo del tabaco, lo inician los jesuitas en Chacao, en los años de extinción de la empresa vasca.
La diversificación de la actividad agrícola comporta un proceso de transferencia de conocimientos a nivel técnico en materias como la administración, la contabilidad, el rendimiento de las tierras, la pesca, la ingeniería militar y la arquitectura. Testimonios de estas dos últimas labores de modernización son la edificación de la sede de la Compañía en Puerto Cabello y la construcción de sus fortines defensivos.
El aporte de los vascos se inserta en un proceso de modernización refleja de las élites criollas, cuyos integrantes se mecen en sus haciendas y sueñan en sus tertulias con imitar gustos propios de España y Francia. Pero entre las nuevas modas también se incrementa el conocimiento y los debates sobre la literatura, libros de filosofía e ideas de la ilustración.
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No existen registros sobre el papel de la Compañía en el ámbito de la difusión cultural y de las ideas políticas en La Guaira y Puerto Cabello. Pero es indudable que ella existió en España, donde asumió la edición del Diccionario trilingüe (Castellano, Vasco y Latín) del vizcaíno Manuel Llaramendi, profesor en la Universidad de Salamanca. La erudición cultural la muestra también Olavarrieta en la redacción de su Instrucción General y Particular del Estado Presente de Venezuela en los años 1720 y 21.
Resultaría por tanto inaudito que estos personajes en sus relaciones y actividades sociales no expresaran su formación cultural y omitieran comentarios sobre sus lecturas de textos clásicos y literarios.
Es muy probable que los vascos que decidieron quedarse a vivir en Caracas y Puerto Cabello, lugar que le gustaba mucho a Don Pedro José, compartieran comentarios sobre Cicerón, Ovidio, Quevedo, Cervantes o sobre la autonomía legislativa del país vasco.
Además Venezuela no era un erial, pese a su altísimo porcentaje de población analfabeta. Ya existía en el país, para la fecha de inicio de las labores de la Compañía, una Universidad, una Escuela de Música, Cátedras de Gramáticas y una elite con refinadas aficiones literarias y culturales.
En su ensayo sobre La Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, Crónica sentimental con una visión historiográfica. Los años áuricos y las rebeliones, años 1728-1751 el historiador Arantzazu Amenzaga Iribarren detalla los títulos de libros encontrados en los desvanes de la casa de la Compañía Guipuzcoana en Puerto Cabello. Destacan las biografías de San Ignacio de Loyola; las novenas a la virgen de la Begoña; breviarios, misales, Informes de la Juntas Generales de la Provincia Guipuzcoana; de medicina; obras de literatura española.
Las ideas políticas de la ilustración comenzaban a fermentar el pensamiento independentista que habría de iluminar los acontecimientos políticos a finales del siglo XVIII y en los años tempranos d el XIX. Muchas de esas ideas arribaron en las bodegas y en las pertenencias de los barcos de la Compañía Guipuzcoana a los que Ramón de Basterra denominó, en su obra de 1925, Los navíos de ilustración.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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