Venezolana en Chile: Prefiero irme al campo que regresar en medio de la pandemia
Yohana Delgado se contagió de coronavirus, ha pasado hambre y sus ingresos han caído. Pero volver no es una opción. Mientras tanto, el Ministerio de Desarrollo Social y Familia de Chile anunció que otorgaría a hogares vulnerables una ayuda de 50.000 pesos por grupo familiar
El 12 de mayo de 2020, Yohana Delgado y su familia pasaron a formar parte de los 31.721 casos de pacientes con coronavirus que reportó el Ministerio de Salud chileno para ese día. A partir de entonces duró más de tres semanas en confinamiento, todas ellas llenas de noches eternas en las que sentía que más que faltarle el aire le faltaba el amor de su madre, la tachirense a la que no ha podido ver desde que en 2017 decidió irse del país.
Yohana es maestra de Matemática en una escuela de Maipú, una comuna de Santiago. A pesar de que durante la cuarentena el poco más de sueldo mínimo que gana a duras penas le ha alcanzado para comprar comida y pagar el alquiler, entre sus planes no está el regresar a Venezuela. Preferiría irse a los campos de la nación suramericana antes de optar por seguir los pasos de muchos de sus connacionales.
«Cada quien toma sus decisiones, pero si están tan mal yo me iría al campo del país en donde esté y me pondría a trabajar aunque sea por un plato de comida mientras todo se arregla. Regresarme en este momento, para mí, es ponernos en aprietos porque seríamos cuatro bocas más que alimentar. Aquí comemos, gracias a Dios, las tres comidas, cosa que en Venezuela era imposible«, dice la docente venezolana.
Delgado explicó que antes de la pandemia con los 520.000 pesos mensuales que percibía podía vivir decentemente, pues entre su esposo y una amiga pagaban los 360.000 correspondientes al alquiler. No obstante, luego de que el pasado 18 de marzo se decretara confinamiento estricto en Chile, ambos se quedaron sin trabajo y el único sostén que tiene su hogar es ella.
«Mi esposo tiene un carro de perros calientes, pero por lo del covid-19 le suspendieron el permiso de trabajo hasta nuevo aviso. Y pues mi amiga trabajaba en una tienda de ropas en el centro donde tienen tres meses en cuarentena absoluta y está en suspensión de sueldo hasta que abran», asegura la venezolana.
Delgado se infectó de covid-19. No sabe bien cómo. Pero con fiebre y asfixia le ha tocado dar sus clases de manera online, pues aunque no le han bajado el sueldo como han hecho en otros lados, si dejara de dar sus lecciones le descontarían el día no trabajado. Eso significaría menos dinero para poder pagar los 8.000 pesos de la factura de electricidad y los 25.000 del internet, un gasto que considera prioritario porque de eso depende que pueda seguir haciendo teletrabajo.
«El día que estuve muy mal, que fue el día que me hicieron la prueba, fui al médico después de mi hora de trabajo, o sea, después de las seis de la tarde. Si yo lo hubiese metido en el trabajo (en referencia al permiso o reposo por coronavirus), me pagarían solo los 10 días y el resto el seguro de salud. Obviamente no podía dejar que eso pasara porque no me iba a alcanzar para pagar la renta», indica Delgado.
Sin consulado en Chile que vele
Ante esa precaria situación, Yohana decidió pedir ayuda al grupo de «Venezolanos en Chile», una especie de organización ciudadana que apoya a los expatriados en condición de vulnerabilidad o «pasan mucha necesidad». Sin embargo, por tener un techo donde vivir y un trabajo que mal que bien le mata el hambre, no fue considerada para recibir ningún tipo de apoyo.
La venezolana de 30 años de edad aseguró que le «dijeron que las ayudas las están priorizando para las personas de la calle, o que estaban en cama hospitalizadas». El otro camino que le quedó fue pedir ayuda a los representantes del gobierno de Guaidó en Chile, pero hasta el pasado 8 de junio, día en que precisamente renunció la embajadora de Venezuela Guaraquena Gutiérrez debido a razones económicas, no había recibido respuestas.
«No, de Maduro tampoco nadie ha recibido nada, yo no conozco a nadie que sí. Creo que pierdo el tiempo con ese ‘señor’. Y pues con él ni intenté, ¿para qué? En la tele pasaron como a 300 personas que se querían regresar y nunca les respondieron. La única que hizo algo fue Guarequena, que consiguió un lugar con camas y a muchos venezolanos ayudaron con mercado y con comida hecha», cuenta Yohana.
De igual forma, señala que solicitó al gobierno chileno el beneficio de Ingreso Familiar de Emergencia por coronavirus que, según lo explicado desde el Ministerio de Desarrollo Social y Familia, podrían obtener aquellas familias con ingresos informales pertenecientes al 60% de los hogares más vulnerables.
De acuerdo con el Registro Social de Hogares de Chile, una familia se califica como vulnerable cuando ninguno de sus integrantes posee ingresos correspondientes a trabajo o pensión, o es beneficiario de otro tipo de subsidios familiares. Si bien Yohana sí recibe mensualmente un sueldo, no le es suficiente para comprar la comida del mes.
«El 4 de junio fue que pude salir y compré con una plata que me dio mi hermana, pero lo justo, pues. Tenemos que comer, pero tratamos de racionar lo posible, aunque con frío a todos nos da más hambre. Hacemos de tripas corazones para alargar, pero cuando los niños nos piden, les damos igual, le explicamos que no se puede más porque no hay plata, pero son pequeños, casi no entienden», cuenta Delgado.
Quien hasta el momento le ha llevado comida para sus niños es el personal de la Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas de Chile, pues es la organización encargada de asistir a los colegios y al jardín en donde están inscritos sus hijos. Les envían leche, compotas, verduras y frutas, pero porque también lo paga.
Con coronavirus y lejos de la familia
Durante semanas Yohana no pudo darle un beso de buenas noches a sus hijos porque no se podía quitar la mascarilla. Todos viven juntos, y aunque ya ellos también estaban contagiados no presentaban síntomas.
De lunes a viernes recibía llamadas de la Secretaría Regional Ministerial de Salud (Seremi), para verificar que estuviera cumpliendo la cuarentena, y uno que otro día iban a visitarlos. La llamaban a su celular y tenía que asomarse por la ventana, y mostrar a los dos niños. Los otros dos habitantes de la casa debían hacer lo mismo.
Para ella lo más duro fue no poder estar con su mamá, quien hubiese sido su apoyo emocional y doméstico allá en Chile, pues aun enferma tenía que trabajar, hacer comida, limpiar y cuidar a los niños. No tuvo quien le ayudara a comprar y llevar el mercado, pues entre sus vecinos abundaban los contagiados. A todos les daba miedo entrar a su vecindario, incluso a su hermana mayor que vive a cuatro horas de Maipú y es el familiar más cercano que tiene.
Aunque Yohana Delgado espera poder seguir ayudando a la familia que tiene en Venezuela, en mayo no pudo enviarles dinero porque «uno se arropa hasta donde la cobija alcance, pero esta vez no alcanzó para todos». Cree que no pasará a ser parte de los casi 60.000 venezolanos que el gobierno de Nicolás Maduro asegura han regresado al país, pues va a «aguantar la mecha» hasta que la pandemia acabe y su esposo recupere su empleo. Prefiere dejar de ayudarlos por un tiempo, en lugar de ser una carga al volver.