Venezuela 2025: Rebeldía o servidumbre, por Rafael Uzcátegui
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“¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero si niega, no renuncia: es también un hombre que dice sí, desde su primer movimiento”. Estas son las primeras líneas del libro “El hombre rebelde”, publicado en el año 1951 por Albert Camus. Su contenido encolerizó a Jean Paul Sartre, para quien la disidencia sólo podía enfocarse contra los otros, jamás contra los propios. En su respuesta a Camus, publicada en la revista “Los Tiempos Modernos”, el autor de La Nausea afirmaba que quien cuestionaba tanto al capitalismo como al socialismo debía mudarse a las Islas Galápagos. De los dos Premios Nobel, sólo Camus ilumina el presente.
Lo contrario a la rebeldía es la sumisión. Entre nosotros, el delirio ideológico chavista sueña con hacer de Venezuela la Corea del Norte tropical, donde el sometimiento sea total y las órdenes de la cúpula gobernante obedecidas sin contestación. Un país en el cual el Estado controlara, al milímetro, la vida cotidiana de sus ciudadanos. Donde la única fidelidad permitida fuera vertical, al partido único y sus voceros principales. Una Venezuela con la pesada sombra del socialismo del siglo XXI ahogando cualquier vestigio de individualidad y pensamiento propio, en el que toda la población fuera una acompasada y uniforme milicia bolivariana.
Mientras Miraflores ordene y exista algún venezolano que diga “No” seguirá habiendo esperanza. Todo signo de inconformidad es la confirmación que la vocación totalitaria del chavismo no ha vencido. Y está cada vez más lejos de hacerlo. El mejor momento de la servidumbre voluntaria promovida por el chavismo pasó, tiempos que no volverán. En el año 2012 más de 8 millones de venezolanos votaron por instalar en el país un Estado Comunal.
Diez años después Nicolás Maduro ha recibido la peor derrota electoral desde el año 1958. Sin la capacidad persuasiva de antaño lo que queda es la represión.
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Es cierto: el control militar del territorio ha impedido materializar la transición a la democracia. A pesar que la alternativa democrática ganó, por ahora, no ha podido cobrar. Pero la revolución bolivariana, realmente existente, está años luz de ser lo que pudiera satisfacer las pasiones de sus jerarcas. De hecho, el espacio de la contestación y la inconformidad hoy en día es abrumadoramente mayoritario.
El chavismo podrá intentar anularnos, a nosotros y nuestros familiares, pero en un curioso efecto dialéctico nuestra insubordinación, pública o en espacios privados, tampoco deja dormir con placidez al sueño autoritario. Donde hay opresión, el único lenguaje que le queda a los herederos de Chávez, siempre habrá resistencia.
El valor de esa rebeldía, a la cual Albert Camus homenajeó dedicándole todo un libro, debe ser ensalzada cada día. No sólo la indocilidad que se mostró el 29 y 30 de julio, en las protestas populares más importantes luego del Caracazo, sino también las pequeñas indisciplinas –en
relación al orden cerrado psuvista- que protagonizan los venezolanos cada día. Esto hay que defenderlo ante la ofensiva en ciernes de la tensión normalizante, promovida tanto por el oficialismo como por otros sectores de la política minúscula.
Ellos intentarán convencernos que somos responsables por haber ganado las elecciones. Y doblemente culpables por haberlo hecho por knock-out. Lo que no lograron Lula y Petro, activar la racionalidad político- instrumental del chavismo, ellos sí lo harán, vaya a saber usted cómo. Actualizando la teoría de los dos demonios, argumentan que usted y yo nos encontramos atrapados entre posiciones extremas, siendo ellos los que, desde una fantasmagórica tercera vía, tendrían la solución a la noche de Halloween con 25 años en el país.
Independientemente de lo que pase el 10 de enero, los adalides de la domesticación, bajo el pretexto de los “hechos cumplidos”, nos convocarán a la mesura y la conciliación. Curioso premio al fraude más escandaloso de la historia electoral reciente en América Latina, apaciguar el descontento. Y en un cínico juego de palabras, todo a nombre del supuesto “beneficio de la gente”, lo que nos recuerda las palabras de Camus: “Se ama a la humanidad en general para no tener que amar a los seres en particular”. No nos llamemos a engaño. Nos emplazarán a la resignación.
El primer capítulo de El Hombre Rebelde cierra de esta manera: “El mal que sufría un solo hombre se hace peste colectiva. En la prueba cotidiana que es la nuestra, la rebeldía representa el mismo papel que el cogito en el orden del pensamiento: es la primera evidencia.
Pero esta evidencia saca al individuo de su soledad. Es un lugar común que funda en todos los hombres el primer valor. Me rebelo, luego existimos”. Y en el 2025, para ser fieles a nosotros mismos, debemos existir.
Rafael Uzcátegui es Sociólogo y Codirector de Laboratorio de Paz. Actualmente vinculado a Gobierno y Análisis Político (GAPAC) dentro de la línea de investigación «Activismo versus cooperación autoritaria en espacios cívicos restringidos»
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