Venezuela cívica, por Fredy Rincón Noriega
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Desde que nacimos como República Independiente, siempre hemos pensado en construir un país. Se lo debemos a quienes, con audacia, arrojo, ideas claras y mucho esfuerzo, pensaron en la Venezuela que estaba aún por hacerse, allá, en los años de 1830. Tres corrientes civilistas, a lo largo del siglo XIX, merecen ser comentadas.
Rota la relación que nos unía a la Gran Colombia, se comenzaron a sentar las bases de una sociedad dispuesta a asumir sus responsabilidades como estado soberano, obligado a prefigurar y diseñar los lineamientos generales como nación. Fueron los hombres de esa época quienes comenzaron a pensar en cómo debía manejarse la economía nacional; de allí surge la Sociedad Económica de los Amigos del País, germen y pionera de los venezolanos interesados en la construcción del país que emergía. A pesar del caudillismo y el personalismo reinantes entonces, fue un paso importante en la idea de la agremiación.
Otro momento fue promovido por Tomás Lander y Antonio Leocadio Guzmán. Ambos pusieron todo su empeño en impulsar el pensamiento republicano, a través del conocido periódico El Venezolano. Es así como crearon el Gran Partido Liberal de Venezuela. Lander fue precursor de las ideas liberales. Guzmán las abrazó con especial entusiasmo. Fue la doctrina que le dio soporte al partido. Entendida esta agremiación como corriente de opinión, más que como facción. Diferente a los partidos como los conocemos hoy.
En un artículo publicado el 31 de agosto de 1840 con el título la «Nación y los Partidos», Guzmán defendió la importancia de agruparse para hacer efectiva la libertad de pensar y de discutir. Rechazó la animadversión hacia los partidos. Llamó a superar esa deficiente cultura política heredada de España. Patrocinó la necesidad de agruparse para actuar en la vida pública. Argumentó: «Formada una patria, por esfuerzos heroicos, con indecibles sacrificios, ya es otra cosa, ya es todo diferente y, en gran parte, lo contrario de lo que fue. Están desencadenado el pensamiento, la palabra y la prensa. Discurrir es una necesidad del hombre; hacerlo con independencia, un derecho inalienable; tolerarlo en los demás, un deber sagrado. He aquí, pues, el origen de los partidos. Donde haya libertad, donde el hombre tenga un derecho siquiera, y un deber social, aquel derecho será el de pensar y, el deber el de tolerar el pensamiento, y allí habrá necesariamente partidos.»
Haciendo abstracción de la controversial figura que lo planteó, una petición de esta naturaleza, merece que la historiografía de las ideas políticas la tome en cuenta y le dé su debida relevancia. Fue un requerimiento que pocos hombres en el mundo estaban planteando en sus respectivos países. Muy a pesar de sus adversarios, y de ser un venezolano cuestionado por muchos de sus contemporáneos, Antonio Leocadio Guzmán tuvo el mérito de haber asumido la defensa de los partidos como una manera de avanzar en la diversidad. Conseguir el camino correcto, en medio de la discusión. Diseñar un proyecto de país, confrontando opiniones.
Por lo antes referido, es pertinente reivindicar al Guzmán periodista, tan criticado por la historiografía tradicional. Al articulista empeñado en desenmascarar y combatir el militarismo reinante. Al funcionario instruido y conocedor de la realidad nacional. Al liberal, interprete de las ideas de Lander, que tuvo el mérito de adelantarse a los tiempos por venir, pues, finalmente triunfaron los partidos.
En esta experiencia de debate político que va de 1830 hasta la llegada de los Monagas en 1846, también se buscó definir un camino propio mediante el ejercicio de una democracia republicana. La cultura política absolutista implantada por los españoles durante largos años, fue objeto de revisión por los intelectuales que lograron sobrevivir la cruenta lucha emancipadora. Las ideas liberales encontraron suelo fértil en Venezuela, así como dominaban al mundo occidental, particularmente en Inglaterra, Francia y los Estados Unidos.
A pesar del dominio del caudillismo heredado de la guerra contra España, cuya figura emblemática lo representaba José Antonio Páez, se vivió un proceso civilizatorio y de esplendor intelectual.
Con el correr del tiempo, apareció la polémica suscitada alrededor de la Constitución de 1858 en la ciudad de Valencia. Nuevamente, se sintió la presencia de un pensamiento político esclarecido. Algunos de los jóvenes intelectuales de 1830 participaron de este debate, allí sobresalió sin duda el de mayor talento y formación: Fermín Toro. Pero esta breve experiencia, donde los venezolanos nos entendimos y nos pusimos de acuerdo para poner en marcha un proyecto de país, se vio ahogada por la más sangrienta lucha intestina del siglo XIX, como fue la Guerra Federal que duró desde 1859 hasta 1863.
De estos terribles años rescato las preocupaciones de Cecilio Acosta por encontrar un camino de superación en medio de tanta borrasca. Dejó, para la posteridad, definiciones vigentes en el campo del pensamiento político. Veamos algunas de estas enseñanzas:
«Los partidos, propiamente hablando, son agrupaciones de hombres que profesan y predican ciertas doctrinas con el objeto de hacer efectivo el bien público en el Gobierno como órgano, y en la sociedad como llamada a ser beneficiada; pero para que sean útiles han de combatirse entre sí en el terreno de los principios, y no deben ser ni excluyentes ni excluidos en sus derechos como ciudadanos y en sus relaciones con la patria. Uno puede ser más expansivo, otro más moderado; uno más vehemente, otro más mirado en las reformas; uno más utópico, otro más previsor; y no sería ni orgánico en el Estado, ni racional en uno de los bandos, ni otra cosa que provocar luchas estériles en vez de emulación, el que uno de los dos acusase al otro de miras proditorias, de enemigo de las instituciones y de que es contrario al sistema y a las leyes proclamadas».
Cecilio Acosta proclamó la paz como condición para el progreso de los pueblos. Defendió el mundo de las ideas por encima de la fuerza. Un humanista de sólido conocimiento, entregado sin descanso a la defensa de la civilidad.
Con la llegada del positivismo durante la época de Guzmán Blanco, el pensamiento venezolano se renovó. Su influencia se hizo notar en casi todas las esferas de la vida nacional. Las enseñanzas de Adolf Ernst y Rafael Villavicencio, fundadores de esta corriente en Venezuela, tuvieron como discípulos y entusiastas seguidores a José Gil Fortoul, Luis Razetti, Pedro Manuel Arcaya, César Zumeta, David Lobo, Luis López Méndez y Laureano Vallenilla Lanz entre otros, cuyos trabajos influyeron en las ideas venezolanas hasta bien entrado el siglo XX.
De los nombres mencionados, tiene especial importancia en las ideas políticas, Luis López Méndez, quien a finales de la década de 1880 retomó la defensa de los partidos como instituciones claves para un cabal ejercicio de la libertad de opinión y el establecimiento de una auténtica democracia. Defendió la necesidad de contrapesos frente a quienes controlaban el Poder Ejecutivo. Abogó por el debate y la confrontación de opiniones. Concibió a las organizaciones partidistas como entidades idóneas para agregar opiniones comunes. Abogó por el derecho al voto universal, directo y secreto, en tanto sistema civilizado dirigido a renovar los poderes públicos, en franco enfrentamiento con las reiteradas «revoluciones» y «montoneras» que, se sucedían unas a otras para cambiar los gobiernos decimonónicos.
Además, López Méndez, inspirado en John Stuart Mill, pidió la aplicación de la representación proporcional como el método más equitativo a la hora de garantizar la influencia de todos los votantes. Exigió hacer efectiva la voluntad popular, mediante la aplicación de un justo escrutinio final. Defendió con vigor la libertad de prensa, por ser el mejor vehículo de difusión de las ideas. Combatió el dogmatismo teológico. En definitiva, podemos decir que, no solo fue positivista, sino también un liberal. Aunque no aparece firmando el programa de la Sociedad Unión Democrática (1889), sus pensamientos estuvieron allí, como también en el órgano divulgativo de esta sociedad: El Partido Democrático.
*Lea también: Después de Carabobo (1821): nuevos amos, viejas estructuras, por Ángel R. Lombardi B.
Debo acotar que, en esta organización política, también participaron jóvenes universitarios como Vicente Romero García, Alejandro Urbaneja, Nicomedes Zuloaga, Antonio Valero Lara, para citar solo algunos. Fue un efímero intento que dejó huella, más por el contenido de sus proposiciones democráticas y los deseos de hacerlas realidad, que por su influencia en los destinos del país.
Los hechos señalados revelan el empeño de algunas figuras del pasado en construir un país guiado por valores y principios liberales. Pero pudo más el militarismo, el caudillismo y el personalismo que los intentos por hacernos verdaderos republicanos. Hoy, como ayer, seguimos en esa lucha. Queremos ser genuinos ciudadanos. Vivir en democracia. Coexistir bajo un régimen de partidos.
Practicar la tolerancia ante el disenso. Subordinar el estamento militar al control civil. Tener equilibrio entre los poderes. Ejercer la alternabilidad. Respetar la Constitución y hacer efectivo su mandato. Solo entonces haremos justicia a los apóstoles del civismo.
Fredy Rincón Noriega es historiador UCV -1982, Maestría Ciencia Política USB
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