Venezuela: el colapso silencioso de su economía, por Carlos Torrealba Rangel

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La crisis económica de Venezuela va mucho más allá de las cifras de la inflación o el tipo de cambio. Es una crisis de naturaleza estructural que ha socavado los cimientos productivos, sociales e institucionales del país. Los problemas que se detallan a continuación no son síntomas aislados, sino los pilares de un colapso interconectado y difícil de revertir.
El «ajuste salvaje» y su Costo Social
El término «ajuste salvaje» capta muy bien la naturaleza de la política económica actual. El gobierno ha logrado una relativa estabilidad del tipo de cambio y un control de la inflación, pero el costo ha sido altísimo, sin que desaparezca la presión alcista. Los salarios en el sector público, que han perdido cerca del 90% de su valor, son un claro ejemplo de que esta «estabilidad» es frágil y no se basa en una recuperación productiva sostenible, sino en una reducción drástica del gasto social. Esto ha empujado a una gran parte de la población a la pobreza y ha limitado su capacidad para acceder a servicios básicos.
La profunda desigualdad de ingresos
La crisis económica ha reconfigurado drásticamente la pirámide social, generando una profunda desigualdad en la distribución del ingreso. Según un estudio de la consultora Ecoanalítica para 2025, la inmensa mayoría de la población se encuentra en la base, con un 77% (16,9 millones de personas) viviendo con ingresos iguales o inferiores a 300 dólares mensuales. En contraste, el 4% de la población (880 mil personas) con ingresos entre 500 y 1000 dólares mensuales y solo un 3% de la población (660 mil personas) con ingresos mayores a 1000 dólares mensuales.
Esta polarización económica tiene un impacto directo y severo en la calidad de vida. La gran mayoría de los hogares no puede cubrir sus necesidades básicas, como alimentación, salud y educación, lo que agrava la inseguridad alimentaria y la falta de acceso a servicios esenciales.
La persistencia de la pobreza y la falta de oportunidades económicas no solo perpetúan un ciclo de vulnerabilidad, sino que también son un motor clave detrás de la migración masiva, ya que gran parte de la población busca fuera de las fronteras las perspectivas de desarrollo que el país no puede ofrecer.
La bomba de la deuda externa
La deuda externa es, sin duda, una «olla de presión». Según el Fondo Monetario Internacional (FMI) y otras fuentes, la deuda pública externa de Venezuela se ubica en unos 160.000 millones de dólares para el 2024, lo que se traduce en que cada venezolano debe alrededor de 5600 dólares. La deuda sigue creciendo exponencialmente debido a la situación de default o cesación de pagos que vive el país desde hace 8 años.
Por concepto de intereses a consecuencia del incumplimiento de pagos, se debe sumar a estos 160.000 millones de dólares unos 10.000 millones de dólares anuales, lo que hace muy complicada la renegociación de la deuda cuando el gobierno se decida realizarla, lo que inevitablemente ocurrirá en un tiempo futuro.
El riesgo de que los activos en el extranjero sean embargados, como el caso de Citgo o el oro en el Banco de Inglaterra, no es solo una amenaza teórica, sino una realidad que se ha materializado en varias disputas legales. Estos activos son fundamentales para cualquier estrategia de recuperación futura, y su pérdida representa un duro golpe al patrimonio nacional. La falta de acceso a financiamiento internacional agrava la situación, ya que el país no puede recurrir a los mercados de capitales para obtener los fondos necesarios para la inversión y la reconstrucción.
La devastación del aparato industrial
La economía venezolana sufre la devastación de su aparato industrial debido a una combinación de factores, entre ellos, la falta de inversión, la inseguridad jurídica y el éxodo de capital humano. La apreciación cambiaria y la dolarización transaccional hacen que los productos importados sean más baratos, exacerbando la competencia desleal para la industria local.
Mientras el mundo avanza hacia la automatización y la inteligencia artificial, las industrias en Venezuela están atrapadas en la obsolescencia tecnológica. Es más, desde hace décadas, el país no cuenta con un aparato industrial moderno, innovador y diversificado que genere riqueza real y empleo de calidad, lo que perpetúa la dependencia del petróleo y de las importaciones.
Según datos de Conindustria, en 2024 la producción industrial venezolana registró su mejor año en más de una década con un crecimiento del 16.8%. No obstante, la dura realidad que persiste es la severa reducción del tamaño del aparato industrial.
El número total de establecimientos industriales en Venezuela ha disminuido drásticamente desde 1999, pasando de aproximadamente 13.000 a alrededor de 2.600 o menos. Esto hace que cualquier intento de recuperación económica por parte del gobierno sea insostenible a mediano y largo plazo.
La fragilidad institucional y la inversión
La falta de un marco institucional sólido es uno de los mayores obstáculos para la recuperación y el desarrollo económico a largo plazo. Un entorno sin reglas claras y con una alta percepción de riesgo jurídico, ahuyenta tanto a la inversión nacional como a la internacional. El gobierno, con su actual política económica, no logra generar la confianza necesaria en los mercados, lo que impide la llegada de capitales que impulsen la producción y la creación de empleo de calidad.
Este vacío institucional se manifiesta de varias maneras. Pero es tal vez la falta de políticas económicas predecibles y sostenibles a largo plazo la que eleva el nivel de incertidumbre, lo que lleva a que los inversionistas prefieran destinar sus recursos a otros países que ofrezcan un mayor grado de seguridad y confianza. La promoción de un ambiente de negocios favorable y la atracción de inversiones solo será posible si se reconstruyen las instituciones económicas del país, sentando las bases para un crecimiento sostenido.
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El deterioro de la infraestructura y el capital humano
Este es, quizás, el punto más preocupante para la recuperación a largo plazo. La falta de inversión y el colapso de la infraestructura es evidente en todos los sectores, desde la energía y el agua hasta la salud y la educación. Sin embargo, la fuga de talento humano es un problema aún más profundo. La pérdida de profesionales y técnicos es una hemorragia que drena la capacidad del país para reconstruirse. Aun cuando se consiguieran los recursos económicos para financiar proyectos de infraestructura, sería muy difícil encontrar el personal cualificado para llevarlos a cabo y gestionarlos. Este «vacío de capital humano» hace que la recuperación sea un desafío de varias décadas, incluso si las condiciones económicas y políticas mejoran.
En resumen, Venezuela se encuentra atrapada en un ciclo de deterioro que va más allá de problemas económicos. La crisis abarca instituciones débiles, devastación del aparato productivo y una base social decaída y frágil. Estos elementos se refuerzan entre sí, creando un escenario complicado y difícil de revertir.
Carlos Torrealba Rangel es economista y asesor inmobiliario
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