Venezuela en cuatro letras: Aroa, por Rafael A. Sanabria M.
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En días pasado, compartía la alegría del nacimiento de mi pequeña Aroa Montserrat Sanabria Orellana que vio la luz el 22 de abril, el mismo día de la tierra, gente muy cercana se acercó para expresarme su coloquio de afecto impregnado de expresiones como estas: “algo bonito traerá Aroa por nacer el día de la madre tierra”, “Será fértil, “florecerá en cualquier parte”, “tendrá siempre conexión con la naturaleza”, ”será próspera”. “tendrá abundante salud”, entre otras que se escapen de mi memoria. Amén a todas ellas. ¡Enhorabuena! Fue un día bonito, al principio marcado por la espera, pero al final lleno de magia y color.
Nació antes del tiempo, quizás agitada por conocer la Venezuela de este momento histórico, tal vez apresuró sus pasos para ser fanal, señalar caminos, otear horizontes o simplemente para arrojar luz al derredor. Y ha sido desde entonces el sol que nace en nuestros ojos cada amanecer, el cual nos impulsa a seguir creyendo que cada día es una nueva oportunidad para construir nuestro país.
Aroa, cuatro letras, cual signo de amor, fe y esperanza por la patria. Lleva en sus venas la sangre del caribe, la fiereza del guerrero, la semilla de la esperanza y en su corazón palpita una venezolanidad gigante.
Llegó Aroa y ahora más que nunca su madre y yo creemos firmemente que siempre habrá un día siguiente para seguir tendiendo puente para que otros pasen, para que otros sean risa, canto y libertad.
Aroa es Venezuela, cual mar y papagayo envuelto en su propia brisa. Es aire y aliento, día más día, sol hirviente sol. Ella abrirá libros como desenfundo de espadas, alzará su voz y su palabra desterrará sombras. Ella es la Venezuela inocente, pura e ingenua.
Creo en esta legítima venezolana que pronto será para su lar nativo, un soldado de mil batallas decididas, sin más armas que la conciencia y la verdad, nunca el temor y el miedo.
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Hoy celebro la venezolana que camina bajo la lluvia y humedece la risa, la mujer que nos invita a avanzar descalzo senderos no transitados. Decir Aroa es volver a ser niño y dejar atrás un país convulsionado empeñado en ser lo que verdaderamente no somos. Estamos llamados a renacer como niños, a retorcer las amarras que la adultez teje bajo su propio criterio. El criterio de las limitaciones y el miedo.
Observar y sentir Aroa es tener a Venezuela entre mis brazos, porque si fuéramos niños por un rato, llamaríamos las cosas por su nombre y jugaríamos a la realidad. La realidad que vive a las espaldas de la “gente grande” que nos gusta ser. Sin duda alguna los niños nos dejan un mensaje que estimula y forja.
Aroa lloró el día de Pacha Mama, cantó su verdad, cantó su convicción, pero sobre todo cantó el amor magnificando sus banderas, regando su suave perfume de compromiso y futuro.
Aroa deriva su nombre de la historia vivida por un maestro venezolano Rafael Antonio Sanabria, el tío que la niña no tuvo la fortuna de conocer. Hombre noble, intachable educador quien en tiempo de la dictadura de Pérez Jiménez se manifestó en contra del régimen y fue trasladado a Boca de Aroa, estado Falcón, desde 1956 hasta 1958, allí muy lejos de los suyos vivió los aciagos días de una férrea dictadura. Esta pequeña parte de la geografía venezolana ocupaba puesto especial en su memoria. Me hablaba de Boca de Aroa cual diario íntimo. Por eso Aroa vino signada con la historia para recordarnos que aún se puede amanecer.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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