Venezuela estoica, por Wilfredo Velásquez R.
Twitter: @wilvelasquez
Hay frases malignas que, en situaciones críticas, ocultan la perversa intención manipuladora de quienes utilizan a los destinatarios del mensaje para inducirlos a actuar contra sí mismos.
Los dictadores, como encarnación del mal, dentro de su ignorancia conservan una innata inteligencia que a veces brota avasallante, en frases signadas por el falso heroísmo y patrioterismo que les permite actuar sobre las mentes de las personas que les siguen, adormecidas por las carencias.
Frases como aquella «si hace falta, comeremos piedras fritas» o «con hambre y desempleo con Chávez me resteo» o la escatológica «patria, socialismo o muerte» y tantas otras que invitan al pueblo a aceptar las adversidades de la vida con fortaleza y como inevitables.
Lo han hecho con tal maestría que lograron que quienes respaldan al régimen se mantengan fieles y firmes ante las adversidades (rodilla en tierra), sin considerar para nada que quienes pronuncian esas arengas son quienes han provocado las nefastas manifestaciones de esas adversidades.
En la actual situación de hambre, pandemia y miseria generalizada que sufrimos los venezolanos, producto de la distopía socialista, quienes dirigen este caos perfectamente organizado, sin conocer los planteamientos del estoicismo, nos inducen a actuar dentro de los principios de esa corriente filosófica.
Decirlo de esta manera parecerá para muchos (con razón que acepto) una barbaridad, porque si bien el estoicismo es una manera casi pragmática de orientar la actuación ante la vida, una filosofía de acción más que de razonamientos y debates, los artífices del control social para la dominación y la sumisión lo han venido utilizando para convencernos de que la solución de esta crisis es imposible. Tratan así de sumirnos en la desesperanza, la aceptación y la resignación ante la barbarie.
El estoicismo enseña que todos los eventos externos escapan a nuestro control, que debemos aceptar con calma y serenidad lo que sucede alrededor, enseña la aceptación de lo inevitable y, como consecuencia, la resignación ante lo que no puedes cambiar.
Los distópicos dirigentes del régimen se han convertido en maestros del estoicismo, en divinidades que han logrado la adoración de los estoicos militantes de su partido, a tal punto que han montado su propio panteón, conformado por semidioses que pueden mostrar, sin inmutarse y sin vergüenza alguna, sus pantagruélicos banquetes ante un pueblo que escasamente puede disponer de los pauperizados productos de las cajas CLAP.
Han logrado que la gente del pueblo llano acepte la abismal diferencia entre los dirigentes que nadan, obscenos, en medio de la opulencia y el pueblo que espera las migajas de los banquetes, para mitigar el hambre y la pobreza atroz en la que intencionalmente lo han sumido.
Muestran, sin ambages, sus caravanas de imponentes camionetas escoltadas por motorizados y vehículos que intimidan y violentan a los ciudadanos, entorpeciendo la difícil movilidad urbana; lucen sus costosos vehículos ante un pais de famélicos y menesterosos, que empezamos a vivir atormentados por el ruido de los Ferrari, mientras hacemos esfuerzos por utilizar el servicio de transporte subterráneo, que funciona más como medio de propagación de la pandemia que como medio de transporte.
La pasividad ante estos excesos solo es explicable por la desesperanza y la resignación que nos está conduciendo aceleradamente a la aceptación definitiva del modo de vida en que estamos inmersos.
El estoicismo de los sectores populares ha llegado al punto de que es común oír que por la revolución están dispuestos a darlo todo, que aceptan cualquier sacrificio y que están listos para morir por defender el legado de Chávez, al que ponen como la divinidad suprema y a quien excusan de cualquier responsabilidad ante la situación actual, poniéndole todas las culpas al imperialismo que, sabiamente, han convertido en el enemigo externo y comodín para rescatar la credibilidad cuando sienten que la van perdiendo.
Es tan evidente la aceptación de la situación actual que sectores opositores abogan por la convivencia armoniosa con el régimen, siempre y cuando puedan recibir, previa declaración de la sumisión al mismo, su parte de los beneficios y una relativa tranquilidad en medio del caos.
Los nuevos maestros del estoicismo han convencido a sus militantes de que la felicidad radica en vivir en la virtud, que ser pobre es bueno, les han adoctrinado para aceptar la falsa moral socialista, que implica sumisión y obediencia.
En la medida que avanzan en su proyecto han venido creando pacientemente las instituciones de promoción del estoicismo, ministerios como los de la Felicidad y de las Comunas, a los que le asignan funciones relativas a las labores de adoctrinamiento.
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Tan convencidos están de sus logros en materia de control y dominación social que leyes como la relativa a las ciudades comunales, incorporan la obediencia como forma de gobierno, cuestión a la que deberían prestar atención quienes pretenden optar a cargos de alcaldes o de gobernadores. Estos «candidatos» deberían entender que están peleando por cascarones vacíos, que si los mantienen será por mera formalidad, puesto que la nueva Ley de Transferencia de Competencias prevé el despojo funcional y económico de ambas instituciones, dejando sin efecto la división político territorial vigente.
Aunque parezca forzada la comparación de una tendencia filosófica que pretende preparar al hombre para la vida con la actuación de los ideólogos del régimen, ocupados en implantar en Venezuela el modelo cubano, resulta evidente que han logrado sumir al pueblo en la apatía y la ataraxia (imperturbabilidad).
El uso de los instrumentos de dominación socialista, conformados básicamente por el adoctrinamiento, el manejo medido y calculado de las necesidades básicas de los seres humanos, la vigilancia, el chantaje moral y económico y la represión, han conseguido convertirnos en seres apáticos ante el acontecer económico, la corrupción y el atropello permanente en todos los ámbitos del desempeño social.
La búsqueda del sustento diario, entre la informalidad y el mercado negro, nos mantiene imperturbables, ante los desafueros cometidos por los dirigentes del régimen. Igualmente, permanecemos como observadores lejanos respecto a la entrega que se ha hecho de los recursos naturales, los desastres ambientales, la destrucción de nuestras empresas básicas y el desmantelamiento de la industria petrolera.
Nos han vuelto imperturbables, ciegos y mudos ante la destrucción del país.
Ruego a Dios que el estoicismo no nos convierta en émulos del pueblo cubano, en pauperizados hombres nuevos orgullosos de las virtudes socialistas, resignados a vivir en la pobreza eterna y que los deseos de libertad no caigan en el olvido.
Wilfredo Velásquez es poeta.
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