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Venezuela: Milenarismo y teoría de los incentivos, por Rafael Uzcátegui



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Venezuela: Milenarismo y teoría de los incentivos
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Rafael Uzcátegui | @fanzinero | agosto 27, 2025

X: @fanzinero


A pesar de lo ocurrido con el Acuerdo de Barbados, hay quienes insisten en que el diálogo con las autoridades es la principal variable de una posible transición a la democracia en Venezuela. Este abordaje ignora la naturaleza revolucionaria de la racionalidad en el poder, cuyo uno de sus componentes es el llamado milenarismo.

El milenarismo es la creencia en la instauración de un reino de mil años en la Tierra por parte de Jesucristo antes del Juicio Final. El concepto proviene del cristianismo primitivo, en especial del Apocalipsis de San Juan, donde se anuncia que Cristo reinará en la tierra durante mil años de paz y justicia antes del Juicio Final. Aunque tuvo un origen religioso, esta concepción influyó en movimientos campesinos durante la Edad Media y posteriormente permeó a movimientos seculares como el marxismo, el anarquismo y el propio fascismo.

Hannah Arendt distingue entre revoluciones que buscan la libertad (ejemplo, la independencia de EE. UU.) y las que buscan la «salvación» (por ejemplo, la revolución rusa). Esta autora subraya que la lógica revolucionaria tiende a absolutizar fines, desbordando los límites del poder democrático, porque su horizonte es la regeneración total de la sociedad.

En consecuencia, Arendt advirtió que cuando las revoluciones se dejan seducir por la promesa milenarista de redención total, se abren las puertas al terror y al autoritarismo. Esta noción de la «revolución» como un absoluto, y no como un suceso, es la que se encuentra instalada actualmente en Miraflores.

La idea de la «revolución», como la entiende el chavismo realmente existente, no se limita a cambiar gobiernos; implica también:

1) Una ruptura radical: no hay continuidad, sino un antes y un después absoluto.
2) Un horizonte utópico: promete una sociedad «perfecta» (sin clases, sin explotación, sin desigualdad).
3) Una redención colectiva: no solo mejora condiciones materiales, sino que «purifica» al pueblo, lo convierte en «nuevo».
4) Supone una identidad de los elegidos: los revolucionarios como portadores de una misión histórica; opositores como «enemigos del género humano».
5) Define una temporalidad escatológica: la historia tiene un destino final, la revolución como «última estación».

Lo anterior explica la intransigencia de los proyectos revolucionarios milenaristas: no negocian, porque creen que encarnan un mandato trascendente. Además, justifica la violencia redentora: si el fin es la salvación de la humanidad, todo sacrificio se vuelve legítimo. Finalmente, produce anticuerpos contra el pluralismo democrático: la diversidad se percibe como amenaza al «destino histórico».

El enfoque de los «incentivos»

Diferentes académicos han desarrollado la llamada «teoría de la elección racional», así como estudios sobre transiciones pactadas que han tenido mucha influencia en el debate venezolano sobre las potenciales teorías de cambio. Ambas aproximaciones suponen que los actores políticos se comportan como jugadores racionales, que calculan beneficios y pérdidas de cada una de sus opciones. Una de las conclusiones, para resumir, es que las autoridades venezolanas tomarían decisiones de acuerdo con los «incentivos» que se les presenten: si el costo de mantenerse en el poder (sanciones, aislamiento, inestabilidad) supera al costo de salir (garantías, impunidad parcial, amnistías), elegirían retirarse.

Este modelo ha funcionado regionalmente más para dictaduras «de derecha» (Argentina y Chile) que para las de «izquierda». Aunque el triunfo de Violeta Chamorro en 1990 sobre el sandinismo había sido interpretado como un aval a la teoría de los incentivos, el actual gobierno despótico de Daniel Ortega matiza la aseveración.

¿Por qué no aplica la teoría de los incentivos al chavismo?

El actual oficialismo entiende la revolución como absoluto: el poder no es un medio para gestionar intereses, sino el instrumento para “redimir” a la sociedad y alcanzar el paraíso socialista en la tierra. En segundo lugar, no hay equivalencia entre costos materiales y misión histórica. Renunciar sería una “traición cósmica”, no solo un error político. Aquí funciona la lógica del fanatismo religioso: los revolucionarios no negocian salida porque su identidad depende del poder, que ya poseen.

Parafraseando a Lenin: “Salvo el poder, todo es ilusión”. Luego está la instrumentalización del sacrificio: el chavismo ha mostrado que está dispuesto a soportar aislamiento, ruina económica e incluso hambre masiva, siempre que eso garantice su permanencia en el poder. Se cohesionan frente a la amenaza externa, que es vivida permanentemente como prueba de fe.

Para el chavismo el costo de salida es inconmensurable: el precio que pagarían no es la cárcel o la sanción, sino la muerte de la revolución misma. Y para quienes operan en términos mesiánicos, eso es inaceptable.

La estrategia de los incentivos descansa en un error de diagnóstico: confundir a un régimen revolucionario de naturaleza milenarista con una dictadura pragmática. Mientras estas últimas pueden ser inducidas a negociar su salida mediante cálculos de conveniencia, el chavismo se concibe a sí mismo como depositario de una misión trascendente, donde ceder el poder equivale a sacrificar la “redención” prometida.

Por ello, insistir en la lógica de premios y castigos es alimentar un espejismo. La tarea urgente no es seguir buscando la fórmula que convenza al poder de autolimitarse, sino construir, desde la sociedad, las condiciones políticas, éticas y organizativas para enfrentarlo en su propio terreno: el de una lucha prolongada contra una fe que se disfraza de política pero que, en el fondo, actúa como religión.

*Lea también: Listas y recuerdos, por Aglaya Kinzbruner

 

Rafael Uzcátegui es sociólogo y codirector de Laboratorio de Paz. Actualmente vinculado a Gobierno y Análisis Político (Gapac) dentro de la línea de investigación «Activismo versus cooperación autoritaria en espacios cívicos restringidos»

 TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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