Venezuela y América Latina, por Pablo M. Peñaranda H.

Twitter: @ppenarandah
Cuando llegó la noticia a Venezuela sobre el escritor Rodolfo Walsh —a quien la tenebrosa organización paramilitar llamada Triple A había secuestrado en la Argentina—, acudí con prontitud a los amigos que tenían contacto o que escribían para la prensa. Para mi sorpresa, a medida que por teléfono o personalmente explicaba la necesidad de un comunicado con firmas prestigiosas o una visita forzada a la embajada de Argentina, me encontré con la más terrible parálisis frente a ese secuestro, que a todas luces se convertiría en un asesinato.
Tal fue la indiferencia que a pesar de los múltiples acercamientos con periodistas y periódicos no logré sacar ni una pequeña nota de prensa. Para aquella época, un cambio en la redacción de El Nacional nos dejó sin contactos y las páginas del Suplemento Cultural de Últimas Noticias —yo pienso que por desidia o ignorancia, para el caso es lo mismo— no incluyeron la nota enviada. Igual que en Venezuela, tal horror fue observado por las capas intelectuales latinoamericanas con la misma distancia e inacción.
Derrotado y sin explicación de un silencio sin dolientes, seguí el curso de la vida. La muerte de Walsh quedó en el olvido y hasta el día de hoy el cadáver de ese extraordinario escritor no ha aparecido.
La fecha de su muerte se ubica en aquel fatídico año de 1977, con el sátrapa de Videla en el poder. No sé si la cifra es exacta, es parte del debate, pero lo ocurrido con Rodolfo Walsh es solo un número. Fue uno de los 30 000 desaparecidos de esas dictaduras.
De esta misma manera sentimos el trato que se le aplica a los siete millones de venezolanos que han salido del país, desesperados por la situación económica y política, buscando sobrevivir en otras latitudes. En su mayoría atravesando a pie verdaderos infiernos como es las selva del Darién (Panamá) o el desierto Atacama (Chile) o navegando en las peligrosas aguas del Caribe en pequeñas embarcaciones.
Nadie puede pensar que semejante horror puede dejar incólume el equilibro emocional de esos venezolanos, quienes huyen para sobrevivir. Todas las reseñas del exilio y este éxodo lo es, son fábricas de desarraigo y de melancolía. Son siete millones de familias fracturadas, destruidas.
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Con ellos se han marchado más de 30 000 médicos, por citar la profesión más visible en la crisis del sistema sanitario y no hablemos de otras profesiones y mano de obra calificada, que han dejado un país desarmado en todas sus estructuras.
Frente a esta monumental tragedia, la casta gobernante en Venezuela guarda silencio, dado que es una consecuencia de sus felonías.
Ahora bien, que las capas de intelectuales en América Latina ignoren esta situación demuestra un alto grado de insensibilidad que coloca su propia existencia en discusión.
Mirar este fenómeno con total indiferencia —cuando el éxodo trastoca las estructuras sociales de países con cierta importancia en América Latina— es, por decir lo menos, la insensibilidad más evidente de los sectores pensantes en Latinoamérica y la posibilidad de su desaparición como una fuerza motriz para las transformaciones sociales que permitan lograr sociedades con mayor bienestar y mayores libertades.
Solo esto quería comentarles.
Pablo M. Peñaranda H. Es doctor en Ciencias Sociales, licenciado en psicología y profesor titular de la UCV.
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