Venezuela y el multilateralismo, por Felix Arellano
Autor: Felix Arellano | [email protected]
Frente al mundo de las soberanías absolutas, un tanto anárquico y conflictivo, se va conformando un sistema más interconectado, regulado y cooperativo, donde el multilaterismo juega un papel privilegiado; empero, los gobiernos autoritarios rechazan los límites o controles que pueda imponer la dinámica mundial y si bien vociferan, en un falso discurso, la necesidad de transformar el orden internacional, en realidad trabajan para eliminar cualquier mecanismo que limite su arbitrario comportamiento.
En este contexto, el proceso bolivariano, atrincherado en los sueños de su chequera petrolera, sigue menospreciando los principios y reglas de la comunidad internacional, en particular, el sistema del multilateralismo.
En su falso discurso pregona las transformaciones y cambios, pero en realidad promueve el viejo orden de la soberanía absoluta, rechazando los controles que puedan emanar de la normativa internacional. Ahora bien, las circunstancias están cambiando y, por una parte, la comunidad internacional va incrementando su acción frente a las arbitrariedades bolivarianas y, por otra, el proceso se ve en la necesidad de recurrir a las instituciones que ayer satanizaba.
Desde la perspectiva autoritaria, el proceso bolivariano se retiró de la Comunidad Andina, rechazando, entre otras, la supranacionalidad de las normas comunitarias o la posibilidad que los gobiernos sean demandados por los particulares en el Tribunal Andino de Justicia. Paradójicamente, muy crítico del imperialismo salvaje, prefirió permanecer en las mieles del sistema financiero.
Tampoco tolera los controles que ha logrado diseñar la comunidad internacional para la defensa de los derechos humanos y la institucionalidad democrática, por leves que estos sean, y por eso ha decidido, impedir el acceso al país de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, se ha retirado del Tribunal Interamericano de los Derechos Humanos y recientemente ha decidido retirarse de la Organización de Estados Americanos (OEA).
Con la OEA ha experimentado una relación muy contradictoria. Por varios años la ha cuestionado como instrumento del imperio, pero también ha trabajado activamente para controlarla y paralizarla, lo que ha logrado por un buen tiempo, mediante la presión de la chequera de petrocaribe y el voto de los países del Caribe, empero, la Resolución 1095, aprobada en el Consejo Permanente de la OEA, el pasado 23 de febrero, evidencia cambios en la posiciones de los gobiernos caribeños. El respaldo rígido y mecánico está evolucionando a una abstención y podría llegar a un voto negativo, con lo cual la hegemonía bolivariana está en descenso.
También ha sido compleja la relación con las Naciones Unidas a la que ha cuestionado en varias ocasiones, pero ahora está luchando para lograr que la Asamblea General de las NU apruebe una observación electoral, coordinada por su incondicional José Luis Rodríguez Zapatero, buscando justificar la farsa electoral que está promoviendo para el 22 de abril. Pero el Grupo de Lima ha actuado estratégicamente y con la Resolución 1095, ha dejado claro que la organización regional está ocupada del caso venezolano; por lo tanto, como lo establece la normativa, las Naciones Unidas deberían respetar la actuación de la OEA. Como se puede apreciar la organización interamericana no resulta tan inútil como lo destacan los voceros oficiales bolivarianos.
El sistema financiero multilateral ha sido otra de las instituciones profundamente cuestionadas por el proceso bolivariano, pero todo indica que en la medida que se agudice la crisis financiera del país, se incrementen las sanciones de la comunidad internacional, la opción más conveniente para lograr el auxilio financiero necesario será la combinación, tan despreciada, del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).
La comunidad internacional, incluyendo los banqueros, están leyendo los acontecimientos que ocurren en Venezuela y naturalmente confirman la inseguridad y la desconfianza que genera el proceso bolivariano, que no ofrece ninguna señal de cambio, por el contrario, agudiza el conflicto y agrava la situación, como estrategia para perpetuarse en el poder. Frente a la soberbia bolivariana, la reacción internacional se orienta al incremento de las medidas de la presión que hagan viable una negociación concreta y efectiva para la democratización del país.
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