Verdad, por Gisela Ortega
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Toda verdad presenta siempre dos vertientes: una favorable y otra desfavorable, originando dos actitudes contrarias: el entusiasmo y el rencor. Verdad es la conformidad de las cosas con el concepto que de ellas se forma la mente o la avenencia de lo que se dice con lo que se piensa. Auténtico se dice de lo que es cierto y positivo. El axioma es una verdad, principio o proposición tan evidente que no necesita demostración. Se da certeza cuando hay conocimiento seguro y evidente de alguna cosa.
Dogma es una afirmación que se propone por firme y cierta, como principio innegable de alguna ciencia. Evangelio indica una verdad por todos creída: es tan verdad como el evangelio mismo. Probado se refiere a lo que, una vez pasado por prueba, ha resultado ser verdadero. Veraz, verídico y verificado, son términos que indican veracidad y certeza.
La verdad es el conjunto de principios que son la base de la vida tanto espiritual como de la vida universal. Expresiones como a decir verdad o a la verdad, afirman la certeza y realidad de una cosa, se usa para rectificar o desvirtuar alguna idea expresada. De verdad, expresión enfática con que se insiste en lo cierto de una afirmación. Faltar a la verdad, mentir, decir lo contrario de lo que es o se sabe. La hora de la verdad, momento en el cual una intención un propósito o algo semejante deben encontrar una verificación en el que se deben poner en práctica determinadas afirmaciones.
El mecanismo del alma rencorosa es lo que el filósofo alemán, Friedrich Nietzsche (1844-1900) llama «resentimiento»: el hombre frustrado tiende a buscar razones para desprestigiar toda excelencia y no verá sino los defectos y las limitaciones de los otros, complaciéndose en acentuar sus errores. Es el odio impotente contra lo que no puede ser, lo que no se puede tener..o lo que se tuvo y se perdió.
El entusiasmo, en sentido riguroso, es la inspiración divina, por lo tanto, el estado de exaltación que produce y la certeza de poseer la verdad y el bien. El filósofo italiano Giordano Bruno (1548-1600), lo define como la justificación de la perfección del hombre mismo; John Locke, filósofo inglés (1632-1704) lo llama «presunción de infalibilidad», para el escritor Voltaire (1694-1778) es «la herencia de la devoción mal entendida».
Ante cualquier realidad nos es dado consentir o disentir. Consentir es permitir, tolerar, admitir. Cuando el consentimiento es mayoritario o unánime se le llama consenso. El voto es una de las formas permitidas de disentir o consentir de modo que, cuando un presidente resulta electo por amplio margen, lo es por la aprobación de los más, por consenso popular mayoritario. La eficacia de un hombre radica, precisamente, en la energía social que la masa ha depositado en él lo cual lo convierte en reflejo del dinamismo social.
Frente al consenso cabe el disenso, el disentimiento, la posibilidad y facultad de disentir que engendra desacuerdo, oposición.
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Pero, entre el consentir y el disentir existe una actitud intermedia que es el sentir en su acepción de dictámen, esa opinión es para Platón «discurso que el alma hace consigo misma y en la cual consiste el pensamiento».
La democracia exige que cada quien exprese su opinión, pero para la misma preservación de la democracia, el criterio expuesto debe ser fiel de la balanza, equilibrio, objetividad, ausente de pasión, carente de sectarismo, freno a los abusos y alerta a los peligros, pero estimulo a los cometidos, aplauso a los logros y a la labor.
La opinión particular necesita, para tener alguna existencia pública, que todo grupo de afines la afirme, declare, sostenga y apoye y propague, pero sin reducirla a alianzas de resentimientos, fracasos y frustraciones, encubiertos por una preocupada humildad.
Ante la realidad que provoca entusiasmos y rencores, consentimientos y disentimientos, alianzas y acuerdos, debería privar aquel consenso romano en que se basaba la unidad efectiva del Estado y que era la resolución en todos de que, pasase lo que pasase en sus contiendas y discusiones, lo importante era que Roma subsistiese, que Roma triunfase y que los romanos continuasen siéndolo.
Gisela Ortega es periodista.
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