Vértigo planetario, por Gregorio Salazar
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Más autárquico que imperialista, pero con amagos de expansionismo. Sin detenerse ante muros de contención constitucionales o de derecho internacional el Trump de su segundo gobierno busca avanzar en todos los frentes sin mayores aliados ni compromisos. Dice no necesitar de nadie, y menos de América Latina, y los que requieran de él –como Canadá y México, sus socios del TMEC—deberán acogerse a nuevas reglas en los que aspira mejores tajadas.
Pretende arbitrar conflictos sin que eso signifique amparar. El que lo necesite que pague en especies, como le ha dicho a Ucrania para exigirle sus minerales. En lo comercial desata una guerra arancelaria en la que cree puede imponer la ley del más fuerte, aunque lleve primero dolor inflacionario al pueblo norteamericano, contrariamente a lo que prometió. Es, a final de cuentas, un desafío global del cual supone saldrá la nueva grandeza de América que insistentemente ha prometido en cada campaña electoral.
Trump apila carpetas por decenas sobre su escritorio de la Sala Oval. Un asistente describe en voz alta el contenido, una medida de alcance nacional e internacional. El presidente toma el marcador y traza con roce audible su firma de exagerados trazos negros, que luego exhibe ante una desordenada aglomeración de periodistas y camarógrafos. Es el estudiado ritual mediático de los ucases que en poco más de un mes ha puesto al planeta al borde del vértigo, lo mismo para la economía global, que para el clima, la salud, la paz, la guerra…
La andanada es incesante. Ordena, amenaza, vaticina infiernos, presiona gobiernos, rompe con tratados internacionales, cita mandatarios a su despacho, sanciona a la Corte Penal Internacional, conferencia con Putin y anticipa unilateralmente decisiones para el alto al fuego en Ucrania; desaparece las agencias para el fomento de la democracia que le dan presencia mundial a los Estados Unidos, quiere comprar Groenlandia, un día amenaza con tomar por la fuerza el canal de Panamá y otro con apoderarse de la franja de Gaza, echar a dos millones de palestinos y construir allí un complejo turístico. ¿En serio?
Eso y mucho más se ha visto en esta frenética escalada, especie de Blitzkrieg desplegada a punta de órdenes ejecutivas, que según las reacciones desde el Congreso y los tribunales horada, sin más ni más, las instituciones norteamericanas incluso pasando por encima de la Primera Enmienda, como su decreto de negar la nacionalidad de los hijos de ilegales nacidos en territorio norteamericano.
Elon Musk, el hombre más rico del mundo, acompaña desde un cargo inédito a Trump en este torbellino iniciador de su segundo gobierno, en plan de brazo ejecutor para el desmantelamiento de organizaciones del gobierno Federal. Acusa de corrupción sin pruebas mientras mantiene contratos mil millonarios con el gobierno federal. A la defensiva, el sistema judicial trata de atajar la usurpación de funciones que le corresponden exclusivamente al Congreso de los Estados Unidos.
El mismo día que el vicepresidente Vance se negaba a firmar en Bruselas los acuerdos sobre el desarrollo de la Inteligencia Artificial –nuevo distanciamiento de la Unión Europea– Trump anunciaba que había conferenciado con Putin y que habían acordado reunirse en Arabia Saudita. Tras la reunión decretó que no es realista que Ucrania ingrese a la OTAN ni que recupere sus viejas fronteras antes de que Rusia lo despojara de Crimea. En la práctica una rendición incondicional.
Pero si de cumplir promesas de campaña se trata, el gran efecto demostración es la expulsión masiva y en condiciones deplorables de inmigrantes, que según lo prometido debería alcanzar una cifra millonaria, dado que de cada cuatro inmigrantes uno es indocumentado. Y son once millones.
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Tampoco, como está visto, ha reparado en aquellos programas de protección a quienes han llegado a suelo norteamericano huyendo de la persecución de regímenes autocráticos del Caribe, como Cuba, Nicaragua y Venezuela. Increíble pero cierto. Con razón esta declaración se ha vuelto rutinaria en las calles de Florida: «Creímos haber ganado un protector… y nos salió un verdugo».
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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