Viajar al futuro, por Fernando Rodríguez
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Un muy inteligente y bien informado amigo comenzó una larga conversación telefónica con el que escribe señalando que este gobierno no podía durar mucho, dado el extremo deterioro de las estructuras esenciales para el funcionamiento del país.
Después de muchas vueltas, subidas y bajadas, en torno al tema dijo en algún momento que de esta no saldríamos en mucho tiempo dada la sumisión del ejército a la dictadura, “el poder está en la punta del fusil», y a la disposición de los tiranos a seguir gobernando sobre los cadáveres de innúmeros venezolanos para salvar su propio pellejo y sus dineros mal habidos. Yo me permití señalarle la casi sincrónica contradicción y esgrimió algunos complicados sofismas para justificarla.
Cosas parecidas nos están sucediendo a todos, le añadí. Y es cierto. De suyo las predicciones en el campo de la historia son muy endebles, siempre se puede recordar, por ejemplo, que poco menos que nadie predijo la caída del imperio comunista y mucho menos sin activar bombas nucleares y cosas por el estilo, sino así no más como si fuese un infarto histórico.
Y, por último, probablemente nuestras convicciones son muchas veces pasto de nuestros humores, salvo dos y dos son cuatro o las leyes de la mecánica y asuntos parecidos, tema que preocupaba sobremanera al muy sabio Montaigne, que le podía acontecer, como a cualquier hijo de vecina, que en la mañana pensara una cosa y otra muy distinta en la tarde, lo que reforzaba su escepticismo.
Si recordásemos a menudo estas simplezas no nos atormentaríamos tanto en esa que parece la única cuestión importante para nuestro destino nacional: ¿cuándo carajo salimos de este suplicio? Cosa que le exigimos a quien osa disertar públicamente sobre el asunto, a quien después de diagnosticar al enfermo y apostrofar la vil enfermedad, le espetamos ¿y entonces, cómo hacemos?
No hay estrategia dicen entonces muchos, o no hay testículos (y su equivalente femenino, que ahora no encuentro) o no hay verdaderos políticos. Como Churchill en todo caso, que se puso a valer con una reciente laureada película. Lo de Churchill yo diría que le salió bien, por eso es Churchill, pero también lo es porque él no sabía, en propiedad, que le iba a salir bien.
De manera que si el futuro es tan inasible, solo susceptible de apuestas razonadas y probabilísticas, no es exactamente una ruleta la metáfora que le conviene, no le pidamos lo imposible a nuestros dirigentes.
Por supuesto que esto no impide, todo lo contrario, el arduo trabajo político. Lo hace más arduo y a lo mejor más meritorio. Obviamente hay que diseñar rutas hacia el objetivo final y trabajar en función de él. El aventurero es tan repudiable como el dogmático. Pero a sabiendas que la posibilidad de errar es en la historia es epistemológicamente muy razonable, entre otras cosas, porque los enemigos trabajan por invalidarnos.
Quizás tengamos que atender a otras virtudes de los que quieren orientar la historia como la tenacidad o el valor o la capacidad de adaptarnos a los cambios de ruta… todas las cuales de alguna forma suponen la lucidez de reconocer la incertidumbre del pensar y hacer humano.
Y, por último, que aprendamos todos a mirar al futuro como inasible porque, en última instancia, supone la libertad, las libertades humana que algo cuentan en las situaciones o circunstancias históricas. Y la libertad, por esencia, puede escoger esto o lo otro, por un acto de voluntad. Lo que hizo Churchill cuando decidió, muy dudoso, enfrentarse con Hitler. Pero también fue libre la decisión criminal de Hitler de bombardear Inglaterra, en este caso fatal para la Alemania nazi.
Pero incluso se ha pensado, bastante, que la historia es un gran proceso mecánico, un engranaje sin opciones, donde no cuenta libertad alguna, es solo producto de causas obligantes. Cierto marxismo, por ejemplo. La historia no tiene ni sujetos ni fines, decía Althusser, ni objetivos ni verdaderos actores, es una estructura que se mueve como un planeta o una célula.
Esa es una discusión interminable, pero al menos se puede constar que si hay una ciencia de la historia, como la matemática o la física, a ésta le da por equivocarse a cada rato a diferencia de aquellas que necesitan mucho tiempo, a veces siglos y hasta milenios, para hacerlo.