Victoria Santa Cruz y el presente lleno de pasado, por Philippe Raposo
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En 2022 se cumple el centenario del nacimiento de Victoria Santa Cruz (1922-2014), icono de la cultura afroperuana y exponente de la influencia africana en América Latina y el Caribe. Mujer, negra, latina y portadora de fuertes raíces africanas son elementos que confieren legitimidad a las opiniones de Victoria en los debates sobre el racismo, los prejuicios y la desigualdad, males estructurales históricos que siguen presentes en la región.
El legado artístico, cultural e histórico de Victoria Santa Cruz se sintetiza en su poema «Me Gritaron Negra» (1960), símbolo de la lucha contra el racismo y la exaltación de la identidad negra. El texto se divide en dos partes, cada una con su propia percepción de la condición de ser negro en diferentes momentos de la vida.
La primera parte es testigo de su infancia, marcada por fuertes notas de prejuicio, opresión, culpa, insulto a su propia autoestima y rechazo social, aspectos relacionados con la posición inferior de la persona negra en la sociedad. Así comienza:
“Victoria Santa Cruz
Tenía siete años apenas,
apenas siete años,
¡Que siete años!
¡No llegaba a cinco siquiera!
De pronto unas voces en la calle
me gritaron ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
Y odié mis cabellos y mis labios gruesos
y miré apenada mi carne tostada
Y retrocedí ¡Negra!
Y retrocedí…
La segunda parte es testigo de la adultez y la madurez, marcada por el orgullo, la conciencia, la autoafirmación, la exaltación y la valorización de la identidad, aspectos que sugieren la idea del rescate de la autoestima y la igualdad de hecho entre negros y blancos.
Hasta que un día que retrocedía,
retrocedía y que iba a caer
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¡Negra! ¡Negra! ¡Negra!
¿Y qué?
¿Y qué? ¡Negra!
Sí ¡Negra!
Soy ¡Negra!
Negra ¡Negra!
Negra soy
De hoy en adelante no quiero
laciar mi cabello
No quiero
¡Y de qué color! NEGRO
¡Y qué lindo suena! NEGRO
¡Y qué ritmo tiene!
NEGRO NEGRO NEGRO
NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO
NEGRO NEGRO NEGRO NEGRO
NEGRO NEGRO NEGRO
¡Negra soy!”
El poema no puede ser más actual. El informe «La salud de la población afrodescendiente en América Latina», elaborado por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), concluye que los negros latinoamericanos viven en una situación permanente de desventaja comparativa respecto a los blancos en las áreas de salud materno-infantil, acceso a una vivienda adecuada y servicios básicos como el agua y el saneamiento.
En Ecuador, la tasa de mortalidad materna de las mujeres negras es tres veces superior a la tasa de mortalidad materna general. En Nicaragua, cuatro de cada cinco personas negras tienen un acceso limitado al agua potable, mientras que el 35% de los blancos viven en esta situación. Por no hablar de las tasas de encarcelamiento en países como Brasil y Uruguay, donde los negros constituyen el color de piel predominante de los encarcelados.
Se calcula que unos 220 millones de latinoamericanos y caribeños son negros (aproximadamente un tercio de la población total del subcontinente). En comparación con los blancos, los negros tienden a estar estructuralmente más afectados por la pobreza y la marginación. La primera parte del poema de Victoria Santa Cruz tiene más resonancia en este punto.
Uno de los legados del sistema esclavista –que marcó y sigue marcando la estructura socioeconómica de América Latina y el Caribe– fue perpetuar el color de la piel como marcador de diferencias entre las personas.
Toda la historia de la esclavitud, el caciquismo y la jerarquización social en las Américas, asociada a la insuficiencia de medidas para corregir los errores e injusticias del pasado, ha perpetuado una especie de «naturalización de las desigualdades» en el tiempo presente, como si esta estructura social desigual y jerárquica –con diferencias marcadas también por el color de la piel– fuera algo normal, como lo fue siempre en el pasado. Al naturalizar las desigualdades, se deja de percibir su existencia.
Como registró la historiadora Lilia Schwarcz, «nuestro presente está realmente lleno de pasado», en referencia a las diversas formas de racismo, violencia y discriminación que siguen existiendo en la actualidad. El razonamiento se aplica también a los pueblos indígenas y a los quilombolas, igualmente aprisionados en el mito de la armonía racial (y de la democracia) supuestamente existente en los países latinoamericanos y caribeños.
Esta permanencia del pasado en el presente –de la que el racismo es un ejemplo– se produce a menudo de forma silenciosa, velada y disimulada (los prejuicios que se manifiestan en las grietas de la vida cotidiana), pero también de forma pública, ostensiva y violenta. Los sucesivos episodios de manifestaciones racistas y discriminatorias revelan lo atrasados e involucionados que estamos en materia de convivencia humana. También revelan que aún no hemos hecho las paces con nuestro pasado, cuya estructura opresiva sigue viva en el presente.
No se puede ignorar el fenómeno del «prejuicio contra el prejuicio» («prejuicio reactivo», como sugirió Florestan Fernandes), que tiene que ver con la negación del propio prejuicio; es decir, cuando la gente se niega a reconocer la existencia del prejuicio en la sociedad, bajo la tesis de que el racismo y la discriminación son cosas del pasado. Nada puede ser más absurdo. Algunos llegan a no reconocer el «prejuicio contra el prejuicio», creando círculos viciosos que nos alejan de la esencia del debate.
El legado de Victoria Santa Cruz está muy vivo, por lo que vale la pena recordarlo. A ella se suman otros nombres igualmente relevantes como Tereza de Benguela (Brasil), María Remedios del Valle (Argentina), Sara Gómez (Cuba), Amy Ashwood Garvey (Jamaica), Sanité Bélair (Haití) y Martina Carrillo (Ecuador), entre un sinnúmero de mujeres negras que han hecho y hacen historia en América Latina y el Caribe, exigiendo respeto y actuando con base en principios de equidad, igualdad y justicia (en los márgenes de la vida cotidiana y en las formas más públicas y libres de expresión).
La segunda parte del poema gana resonancia en este momento.
Philippe Raposo es diplomático y profesor voluntario del Inst. de Relaciones Internacionales de la Univ. de Brasilia (UnB). Máster en Historia, Política y Bienes Culturales por la Fundação Getúlio Vargas (FGV / RIO). Especialista en Relaciones Internacionales por la UnB.
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