Vida de estudiante, por Marcial Fonseca

Agradecimiento a Alcides Escalona por la información suministrada.
En los sesenta llegó a Caracas a estudiar ingeniería; despedirse de los padres y hermanos fue doloroso; de la novia, no tanto porque no tenía. El primer mes lo dedicó a conocer la ciudad; en el segundo empezaron las actividades académicas. Mientras terminaba el curso propedéutico que daba la Facultad de Ingeniería, contactó la Organización de Bienestar Estudiantil, OBE, para conseguir lo que se llamaban becas de residencia y de comida; que fueron aprobadas.
Con la primera, le dieron una habitación compartida con dos estudiantes, con la segunda, tenía derecho a las tres comidas diarias, siete días a la semana. En el infame allanamiento de la Central de diciembre del 1966, esos beneficios se perdieron y en su lugar le asignaron una beca de cuatrocientos bolívares mensuales para cubrir ambos conceptos.
Empezó a vivir en una pensión estudiantil, sita en la avenida Colón, muy cerca de la Plaza Venezuela. A pesar de los inconvenientes, que él no los veía así ya que los consideraba parte del proceso de maduración de la adultez, se adaptó rápidamente a la rutina de estudiante. Asistía a clases, a veces iba a la biblioteca Central a estudiar, aunque generalmente repasaba sus apuntes en la biblioteca de la Facultad, muchas veces lo hacía en los jardines frente a Humanidades.
Era un asiduo visitante de un bar que prácticamente era frecuentado solo por estudiantes, y aquel día estaba lleno porque habían pagado la beca. El lugar estrenaba nueva mesonera, que resultó ser una estudiante de derecho, como confesó ella; y para afirmar su rol de estudiante, le preguntó si creía que el Alma Mater estaría abierta al menos el tiempo necesario para terminar el semestre.
Luego de media docena de cerveza, él pasó a su rol de don Juan. Ahora, cada vez que ella le traía un servicio, él le retenía la mano y le acariciaba el brazo; hasta que decidió ir de frente.
–¿A qué hora sales? –le preguntó a la futura abogada.
–Tarde, una compañera no vendrá a trabajar, y el dueño me pidió que la reemplazara; así que será como alrededor de las dos de la mañana.
La conversación entre ellos siguió con muchos vacíos por las varias mesas que ella tenía que atender; pero poco a poco el bar se fue quedando solo y compartió más tiempo con el estudiante. Luego este le dijo que pediría un reservado si ella lo acompañaba; estaba al tanto de que el lugar tenía conexión directa con el hotel vecino. La muchacha aceptó.
Después de media hora, los prolegómenos del joven habían avanzado mucho, los besos los acompañaba de un previo olisqueo profundo, los movimientos de la mano eran dinámicos y ya bordeaban la cintura. Le preguntó que si por doscientos bolívares le permitiría tocarle el entrepierna por encima del pantalón; accedió. Luego que si por cuatrocientos le dejaría acariciar la liga de su ropa interior, ante el silencio de ella, la mano siguió moviéndose y avanzando. Ya queriendo coronar, quiso saber cuánto le cobraría si lo acompañaba a una habitación del hotel de al lado,
–Bueno, yo diría que un marrón como a todo el mundo.
*Lea también: La tercera descensión, por Marcial Fonseca
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo