Virutas, por Fernando Rodríguez
1.-Ha muerto Luis Carlos Palacios, un brillante arquitecto y urbanista venezolano, de los últimos mohicanos de una familia fecunda culturalmente, hijo de Inocente Palacios y Josefina Juliac, junto a sus hermanos y descendientes. Todos ligados a la más exigente promoción y ejecución de la alta cultura nacional y, en su momento, figuras de los movimientos políticos más nobles y humanamente ambiciosos. Pero además de profesor permanente de la UCV y director del Instituto de Urbanismo de la Facultad de Arquitectura Luis Carlos se dedicó a la economía con tanto empeño que terminó siendo ministro de Fomento y Economía del segundo gobierno de Rafael Caldera, aunque por breve tiempo, dada su radical tendencia liberal que chocaba, a pesar del aprecio, con el socialcristianismo del Presidente, bastante radicalizado, por cierto.
Pero su vocación continuó y sus investigaciones económicas muy refinadas y eruditas entre otras cosas se publicaron ampliamente en TalCual durante largo tiempo.
Apreciamos en el amigo, sobre todo, su bonhomía y su pasión por el saber. A sus hijos y otros familiares y amigos nuestro duelo y el de esta casa de la que fue huésped ilustre.
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2.-El método electoral de Ortega en Nicaragua en esencia no difiere del de todos los tiranos que en el mundo han sido y que quieren simular que son democráticos y amados y preferidos por la inmensa mayoría de su pueblo. Hacen fraudes y reprimen con el debido disfraz jurídico. Pero este es notable porque no guarda ninguna forma, ningún tapaboca, todo el que se lance y se le oponga, va preso. Igual destino sufren todos los notables que se les ocurre disentir, así sea un empresario mayor o el más importante escritor vivo del país. Es una suerte de delirio que, dicen, agita su mujer y otrora su suegra, que tiene conexiones con los más ocultos laberintos de la magia negra. Valdría la pena indagarlo, ¿no creen muchachos del PSUV?
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3.-Creo que no es muy difícil hacer una lectura política de la ya famosa serie El juego del calamar, de Netflix, de los coreanos buenos. Es realmente terrible y es una crítica feroz del capitalismo a secas, al menos una metáfora espantosa del sufrimiento de todos aquellos que no logran cogerle el ritmo, las cartas de la fortuna, los pobres pues. Y es verdad que lo expresan con una forma de la crueldad muy coreana y demasiado dura, nada que ver con los estereotipos artificiosos de casi todo el cine a la manera de Hollywood. (A la vez los estupendos directores coreanos hacen también un cine muy lírico, celestial, budista).
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No son impertinentes las dos preguntas que la película ha suscitado y en general cierto cine coreano «duro»: ¿de dónde esa crueldad extrema tan cruel en un país que es un paradigma de desarrollo, riqueza y educación capitalista? Y ¿por qué ha batido mundialmente todos los récords de audiencia de la omnipoderosa Netflix, centenares de millones de espectadores, quizás mil y tantos, cosa nunca vista? ¿Qué dirá eso sobre el aprecio de la especie al reino del capital? No sé, pero véala, tiene cosas estupendas y a lo mejor usted reflexiona mejor que yo sobre la pregunta en cuestión.
Fernando Rodríguez es filósofo. Exdirector de la Escuela de Filosofía de la UCV.
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