Votar bien, por Simón García
Twitter: @garciasim
El ejercicio del voto, medio para elegir entre opciones, contiene una decisión y una elección. El 21 la decisión es cual estrategia respaldar y la elección cual candidato apoyar. El voto de cada uno definirá la jerarquía de los partidos, según la estabilidad o cambios en la opinión pública y la valoración de los desempeños. Todo puede reescribirse.
Se puede votar sin elegir como en Cuba donde se sabe quien será el ganador antes de escrutar los votos. Tampoco los seguidores del PSUV podrán elegir porque para cada cargo hay un candidato y la alianza oficialista postuló una misma lista. Previamente fueron muchos los desechados y los impuestos.
El electorado opositor puede votar y elegir porque por cada cargo hay varios postulados, que nacen del hecho de que efectivamente existen varias oposiciones. Pero su lógica electoral no es derrotar al gobierno sino ganarle al otro opositor, lo que revela una capacidad negativa de elegir dispersando la votación y favoreciendo a candidatos sostenidos por el aparato del Estado.
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En la oposición ha habido imposición de candidatos, debido a una distribución de los cargos mediante asignación de cuotas a los partidos. Este reparto condujo a que las dos principales fracciones de la oposición coincidieran en una escogencia sectaria sin tomar en cuenta los atributos del candidato y ahondaran una división que produce el mismo efecto que la abstención: renunciar a derrotar electoralmente al régimen. Se incurre en un error que, aunque no sea idéntico al de la línea insurreccional, produce sus mismas consecuencias. El propósito electoral de las dos principales oposiciones es un despropósito.
Entre el interés democrático de la elección y el cálculo del provecho partidista, se opta por lo segundo. Esto es posible porque los cogollos cuentan con que sus electores cautivos colocarán la lealtad al partido por encima de su conciencia cívica. Pero no todos están aceptando pasiva y resignadamente las imposiciones.
No es una grieta en un solo lado, sino un cuestionamiento que comienza a abarcar a todo el sistema político en su conjunto, constituido por un gobierno autocrático y una oposición convencional. Ambos invierten su interés prioritario y dejan de cumplir su misión constitucional y democrática. La primera respuesta de la mayoría de venezolanos ha sido colocarse en el universo Ni NI, lo que implica que el retiro de la confianza a la oposición y al gobierno, es también una desafiliación con la política y la democracia. No hay alternativa al autoritarismo cuando esa cultura rige en el gobierno y se infiltra a la oposición.
Pero un resorte de pensamiento crítico comienza a levantar dudas y rebeldías incipientes. Hay rechazo a los sectores opositores incapaces de reinventarse y esperanza en dirigentes que tienen conciencia de rectificar. Y que lo están haciendo, cada uno a su ritmo y posibilidades.
Pero los liderazgos opositores en declinación intentan impedir que emerjan nuevas figuras y organizaciones políticas. Lanzan contra ellos la responsabilidad por la división que ellos imponen. Pero hay una ventana abierta para el encuentro equilibrado entre la oposición tradicional y la emergente. Hay electores que quieren abrirle espacio al primer cambio indispensable, el de la unión en torno a una eficaz política transicional.
La división es el triunfo del régimen. Hay que mirar hacia los pocos candidatos de fracciones opositoras con posibilidades de ganar y hacia candidaturas independientes libres de la subpolarización en la oposición. Votar bien es hacerlo con inteligencia por la mejor política.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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