Watergate y libertad de expresión, por Bernardino Herrera León
Se cumplen 47 años del escándalo de Watergate, en junio de 2019. Así se conoce la develada y condenada conspiración dirigida por Richard Nixon, durante su presidencia interrumpida por su renuncia. Rescatar aquel evento del olvido para las nuevas generaciones es hoy esencial y oportuno. Porque desde entonces han ocurrido muchos Watergate, en todas partes del mundo. Tanto que aún sigue usándose el sufijo “gate” para bautizar escándalos de corrupción política.
Afortunadamente, este caso quedó registrado con la película Todos los hombres del presidente, con la dirección de Alan J. Pakula y las impecables actuaciones de Dustin Hoffman y Robert Redford. Basada en el libro de mismo título, escrito por los periodistas Bon Woodward y Carl Bernstein, quienes llevaron a cabo la investigación periodística que culminó con la renuncia de Nixon y el encarcelamiento de 48 de sus colaboradores. La película se considera entre las 100 mejores de ese país.
Recordar a Watergate nos ratifica que la libertad de expresión continúa siendo el enemigo mortal de la barbarie disfrazada de política
El surgimiento de la prensa, hace casi dos siglos, y luego, de las vez más diversas modalidades de procesar y difundir la información recibieron el título informal de “cuarto poder”. Realmente no es cierto, en términos reales. El periodismo sigue siendo vulnerable. Sigue siendo un oficio de alto riesgo. Muchos de sus profesionales están mal pagados y carecen de un sistema de seguridad social lo suficientemente sólido como para garantizar la autonomía de la verdad informativa. Hoy, en plena era de la Sociedad de la Información, tras la irrupción de las dos tecnologías, la computadora y la red de Internet, este enfrentamiento “ejercicio del poder versus libertad de expresión” ha tomado giros sorprendentes.
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En 1972, en plena Guerra Fría, Watergate puso al descubierto que el sistema político modelo, la democracia representada por Estados Unidos, también padecía el mismo mal que se critica al modelo totalitario socialista: el ejercicio inmoral de la política. Nixon no sólo espiaba a posibles competidores y potenciales enemigos, también los chantajeaba, coaccionaba o amenazaba. Fue un presidente retorcido que logró granjearse una imagen completamente diferente, y que le permitió convertirse en el presidente con mayor popularidad hasta ese momento.
Este caso expuso al desnudo la gran ingenuidad de la idea según la cual bastan buenas leyes para corregir el comportamiento totalitario del poder. Se develó que el totalitarismo siempre ha estado allí. El totalitarismo es una constante muy longeva, porque la mayor parte de la historia de la humanidad ha transcurrido bajo regímenes autoritarios y cultura totalitaria La democracia es demasiado reciente como sistema y como cultura. Aún no cumple un siglo en términos reales.
Pero al mismo tiempo, Watergate demostró que la democracia tiene más oportunidad que cualquier otro sistema político para contrarrestar el ejercicio totalitario y corrompido del poder. El modelo socialista y demás regímenes totalitarios siguen manteniendo la tradición de ocultar la información, de encubrir los hechos, de sumergir en secreto la actuación del poder. Creen que los problemas desaparecen cuando se deja de informar.
Pero los totalitarios han agregado otras estrategias. Porque las redes de Internet, ese repositorio de información que conocemos como la “nube”, hacen casi imposible el control absoluto de la información como en épocas anteriores. La nueva estrategia consiste en aturdir, contaminar e intoxicar a la red de Internet. Diversas son las artimañas. Desde campañas prediseñadas, producción de noticias falsas, manipulación de las noticias verdaderas y con la sobre exposición de información, con una intensidad jamás experimentada por las personas cotidianas.
Esta última, la “hiperinformación” ha tomado por sorpresa a las audiencias de todas las generaciones
El totalitarismo es ahora más mediático que nunca. Ha producido líderes “show-man”, tan carismáticos como con dobles vidas, que actúan sin escrúpulos. Una prefabricada vida es para los medios y el marketing político. La otra, más real, para la barbarie política. Hugo Chávez, Lula Da Silva, Vladimir Putin, Erdogan, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Donald Trump, y muchos más, se han revelado como grandes manipuladores, al tiempo que aplican formas retorcidas, ilegales y corruptas para alcanzar y mantenerse en el poder.
El mismo Nixon lo afirmaba en las grabaciones secretas de su despacho, que luego le obligaron a entregar, donde se le escuchó decir: “Creo que al país muy poco le importa todo eso de Watergate. Esto de espiarnos los unos a los otros es algo rutinario. Así es la política”. Sus colaboradores, luego condenados, reconocieron finalmente que en la dinámica de trabajar para el presidente Nixon jamás se hicieron la simple pregunta: ¿Es legal y es correcto esto que estamos haciendo? No lo fue en absoluto. La barbarie política no conoce el sentido de la ética más que para manipular con ella.
La libertad de expresión y su respaldo esencial: la opinión pública, son el contrapoder que combate la barbarie. Pero es un contrapoder aún abstracto y débil.
Cuanto más totalitario es el régimen cuanto más vulnerable es la libre información
Por supuesto que el surgimiento de la Sociedad de la Información ha otorgado un insospechado impulso. Un extraordinario recurso que no disponían los periodistas de la época de Watergate. Pero también se ha impuesto el gran reto de la hiperinformación. Un fenómeno que jamás había experimentado la cultura humana, cuyo impacto está siendo aprovechado por el totalitarismo para desprestigiar a las sociedades abiertas y democráticas, promoviendo el surgimiento de falsos y destructivos líderes ideológicos.
En el caso relativamente reciente de España, por ejemplo, con el documental y libro, “Las cloacas del Interior” y “Las cloacas del Estado” dirigido por Jaume Roures, fundamentado en la investigación de los periodistas Carlos Enrique Bayo y Patricia López, poniendo al descubierto una trama de espionaje, chantajes y coacción. Las cloacas son el Watergate español. El actual presidente en funciones de España, Pedro Sánchez, ya cuenta con un historial de sospechas, desde una tesis doctoral plagiada hasta ministros socios de la conspiración “cloaca del Estado”.
El caso de la constructora brasileña Odebrecht, puesto al descubierto por una investigación del Departamento de Justicia de los Estados Unidos, con la participación de un puñado de periodistas, develaron la gigantesca trama de sobornos y corrupción en doce países. Esta constructora logró contratos sobrefacturados gracias a la complicidad de políticos que se enriquecían con la fuente de sobornos y favores, mientras cuidan sus inmaculadas imágenes en los medios. Algunos de ellos hoy encarcelados, como el expresidente brasileño Lula Da Silva. Y debe contarse el trágico suicidio del político peruano Alan García, quien estaba siendo investigado por dicha trama. Odebrecht es, sin duda, el más reciente Watergate Latinoamericano.
La clase política de las relativamente jóvenes democracias en el mundo están sufriendo el resurgimiento de la barbarie política, que siempre estuvo allí. Sólo que ahora es más fácil enterarnos. En especial con los regímenes inspirados en el Foro de Sao Paulo.
La libertad de expresión tendrá que reaprender para enfrentar la estrategia de “espiral del silencio” y de la intoxicación informativa
De ello hablaremos en los próximos artículos.
Prof. Ininco-UCV