¿Y aquí qué?, por Teodoro Petkoff
El repudio a Daniel Ortega por violador pica y se extiende. Ayer le tocó el turno a Honduras, donde Ortega está presente para las ceremonias de la incorporación de ese país al ALBA. La ministra para la Mujer del Gobierno hondureño renunció a su cargo como protesta y las organizaciones feministas del país tomaron tanto la sede del Ministerio como las calles para expresar su enérgico rechazo a la presencia del Presidente nica. Si esto sigue así muy pronto Ortega no va a poder salir de su país, porque donde quiera que vaya va a tropezar con la combativa presencia de mujeres que exigen una sanción moral para él.
Este tema va mucho más allá de las fronteras políticas convencionales. Sería completamente contrario a la verdad ver en las posturas de las mujeres paraguayas y hondureñas una actitud contraria a sus respectivos gobiernos, por razones de política local. De hecho, en ambos casos han sido ministras, y, por tanto, partidarias de sus respectivos presidentes, Lugo y Zelaya, quienes prendieron la mecha de la protesta. Estamos en presencia de episodios que dan cuenta del alcance que posee hoy en el mundo moderno la lucha de las mujeres contra la más antigua y vasta forma de discriminación social existente: la de la mujer.
La más antigua porque viene desde Adán y Eva, la más vasta porque abarca nada menos que a la mitad del género humano y todavía afecta a miles de millones de mujeres en el mundo, sometidas en no pocos países a formas humillantes de segregación, sometimiento y exclusión. Mucho camino se ha andado desde que en el primer cuarto del siglo veinte las famosas sufragettes plantearon la lucha por el derecho al voto de la mujer.
Sin embargo, falta bastante. Más de lo que puede pensarse en el mundo occidental, donde, al menos en la ley, está consagrada la igualdad de géneros.
Por eso es tan importante lo que ha ocurrido en Paraguay y en Honduras. Abusadores sexuales y violadores hay en todas partes, pero cuando uno de ellos deviene Presidente de un país asume una condición emblemática; es todo un símbolo público de la vergüenza para la humanidad que implican la discriminación por razón de sexo y la violencia contra la mujer. El rechazo de que ha sido objeto Ortega adquiere la dimensión de un gran paso hacia adelante en esa lucha secular por la igualdad. Se pregunta uno si las mujeres venezolanas no tienen nada que decir al respecto y si nuestra propia ministra de la Mujer no se siente convocada a la acción por sus colegas de Paraguay y Honduras, que entienden que su compromiso político inmediato no es incompatible con su conducta proactiva en defensa de derechos humanos que trascienden la anécdota política más inmediata.