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¿Y el respeto?, por Gisela Ortega



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¿Y el respeto?
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Gisela Ortega | mayo 26, 2025

Correo: [email protected]


Vivimos un mundo en crisis, cuando son equivocas o equivocadas las convicciones que nos rigen y dirigen, o cuando, al negar y desconocer las que se sienten profundas y se tienen como ciertas, destruimos nuestro mundo. Lo que existe, en definitiva, es una inmensa, creciente y lamentable crisis de respeto.

El término «respeto» proviene del latín «respicere», que significa «mirar atrás» o «mirar con atención». En el siglo XVI, el francés «respecter» lo adoptó con el significado de «mirar hacia atrás, respetar, demorar», que a su vez se deriva del latín «respectere». Este cambio en el significado refleja la evolución del concepto de respeto, que pasó de ser una forma de consideración hacia figuras superiores a una forma de deferencia hacia los demás y a uno mismo.

El respeto constituye la base de la convivencia humana a cualquier nivel: familiar, de trabajo, en la política, en las instituciones. Es y ha sido siempre una herramienta fundamental del hombre que lleva a reconocer los derechos y la dignidad del otro para lograr equilibrio y trascendencia en la sociedad.

Es un valor que se vive en cada instante de nuestra vida y a cada momento, ya que se inicia por el respeto que tenemos por nosotros mismos. Es fundamental en la interacción humana, pero también uno de los conceptos más incomprendidos. Se gana, se da y, a veces, se exige, pero no siempre se merece.

Se entiende por respeto el reconocimiento de la propia dignidad o la honorabilidad de otros, el empeño por salvaguardarlas y el comportamiento fundado en ese sentimiento. Encierra, por tanto, devoción, veneración y acatamiento. Supone, además, consideración, deferencia y miramiento. Es una mezcla de admiración y fe.

No sé si es el ser humano quien ha perdido el respeto por los demás o es él quien lo ha perdido ante otros. : La dignidad de la persona humana ha sido vilipendiada por ideologías extremas que convierten al hombre en una cosa.

Sin embargo, la concepción del respeto no siempre es la misma, y hay quienes, debido a esto, han faltado a la dignidad de sus familiares, amigos y trabajadores, para lograr sus objetivos confundiendo el respeto con el temor, es decir: mientras más me teman, más me respetarán.

Creo que el ser humano respeta no tanto por ser considerado con terceros sino porque así se lo han inculcado. No es algo que la persona aprende con el ejemplo de terceros sino con la enseñanza desde niño, –por lo general, con las de sus padres–. Es obvio que el individuo que no ha sido educado en el respeto le cuesta ser respetuoso, pero resulta una segunda naturaleza al que ha sido formado en él.

Hablar de respeto es hablar de los demás. Es establecer hasta dónde llegan mis posibilidades de hacer o no hacer, y donde comienzan las de los otros. Es la base de toda convivencia en sociedad. Las leyes y reglamentos establecen las reglas básicas de lo que debemos respetar.

El respeto no es solo hacia los códigos o hacia la actuación de las personas. Tiene que ver con la autoridad –como sucede con los hijos y sus padres o los alumnos con sus maestros.- Asimismo, es una forma de reconocimiento, de aprecio y de valoración de las cualidades de los demás, ya sea por su conocimiento, experiencia o valor como individuos.

El respeto también tiene que ver con las doctrinas religiosas. Ya sea porque en nuestro hogar tuvimos una determinada formación, o porque a lo largo de la vida hemos ido desarrollando una creencia, todos tenemos una posición acerca de la devoción y la espiritualidad. Es tan personal la fe religiosa, que es una de las fuentes de problemas más comunes en la historia de la humanidad.

El respeto no se impone por la fuerza, por presiones o amenazas. Se conquista con ética, eficiencia y buen ejemplo. No se puede respetar a quienes por sus intrigas, ambiciones personales y su rastrero servilismo, se rebajan ante el poder o el dinero.

Se valora a quienes –por su conducta recta- no permiten ni la más leve sombra de suspicacia en sus juicios y actuaciones-. No se puede honrar a quienes bailan al son que le toquen, ni a quienes abusan de su poder, olvidándose que dentro de poco volverán a la nada.

Jamás podrán merecer ni obtener la estimación deseada de quienes han hecho de la soberbia y del irrespeto hacia los demás las normas de su vida.

Hoy existe en algunos sectores algo tan perjudicial como el irrespeto: que es el falso respeto; la gente aparenta respetar pero no lo hace y, al actuar así, nos mentimos a nosotros mismos y a los demás.

El irrespeto es mucho más que el clásico insulto. La sutil ironía puede ser más cruel y dañina que la agresión física. El sarcasmo ha cobrado tantas o más víctimas que el asesinato a mansalva. La descalificación, el engaño, el despotismo, la burla, la desatención -entre otros- reflejan la gran batería de que disponemos los humanos para herir y lastimar a nuestro prójimo. Una forma muy común de irrespeto, que pasa inadvertida, es la desconfianza.

Hay quienes irrespetan los valores inmanentes de la vida desconociéndolos o negándoles su fuerza de atracción, su valor imperativo, por complejo, mezquindad y enfermiza perversión, se revuelven contra las individualidades respetables, selectas y ejemplares y –porque resienten que sobresalgan y por saberlas mejores– recurren a la falta de respeto para descargar en ellas su envidia y su rencor y tratan de destruirlas ya que no pueden alcanzarlas.

Se irrespeta a los respetables. Y en esta generalizada crisis, se irrespetan: la ley, la propiedad, la dignidad, la inteligencia y la cultura. No se respetan la justicia, ni la edad, ni la persona humana. Dentro de ese irrespeto colectivo, hay quienes parecen no enterarse de que, al ser irrespetuosos, se irrespetan a sí mismos. Pero el riesgo de ser irrespetados, es el quedarse sin tener a quién respetar, ni quien merezca ser respetado

En una sociedad tan abierta y descaradamente hipócrita, el fin justifica cualquier cosa, por lo menos nos hemos acostumbrado a ver la repartición de privilegios como algo natural y aceptado por todo el mundo. Violar los derechos de las otras personas llega incluso a ser motivo de admiración. No importa cuántas cabezas se desplomen; cuando se tiene la meta en la mira, todo es justificable; el respeto pareciera hacerse acomodaticio y la capacidad destructora se premia.

El respeto se manifiesta en uno mismo, en los semejantes, en el ambiente, se vive, en todo la estructura social. Se aprende, se internaliza y se reconoce en todo el contexto social al cual se pertenece. Comienza con la comprensión fundamental de la no intervención y el reconocimiento de los derechos ajenos, defendiendo los propios.

Nuestros derechos terminan donde comienzan los de los demás y aunque parezca arcaico, los humanos no hemos sido capaces de aplicar tan simple mandamiento

Desafortunadamente, estamos viviendo una época en que la superficialidad, la banalidad y venalidad y el cultivo de lo material son acicates de la ambición personal. En ella se confunden los logros, –que a veces se pretende exhibir como éxitos,– con el desarrollo individual, Es de lamentar, pero este sentir ha ido ganando espacio a la formación y consolidación de auténticos valores humanos y ha hecho que cualquier medio sea bueno en pos del fin o del resultado material.

*Lea también: El primero de los primeros, por Simón García

El oportunismo, el facilismo, la deslealtad a los principios, la falta de constancia en los propósitos auténticos, en general son la norma en las relaciones que impone la sociedad contemporánea. Liderazgos fundamentados en la nada o sobre traiciones visibles. La pérdida de la ética y de la espiritualidad ha logrado que el materialismo llegue a su más grosera expresión a manera de antivalores que se acrecientan en nuestros días.

La frase «El respeto al derecho ajeno es la paz» fue pronunciada por el ex presidente mexicano Benito Juárez el 15 de julio de 1867. En su Manifiesto a la Nación, tras el triunfo de la República sobre el Segundo Imperio Mexicano. Hace énfasis en el respeto a lo individual y colectivo como una máxima universal.

 

Gisela Ortega es periodista.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo.

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